Publicado el 31-07-2010, 10:18
Tengo mucha teca pa contar, empezaré diciendo que la noche del sábado la pasamos al raso en una alberca en deshuso junto a un sembrado de patatas que un parroquiano del bar muy amablemente nos ofreció.
Un poco antes del anochecer, la mastresa del bar apareció con dos bocatas y dos camisetas de la Caja Rural, que le habían dado por poner el dinero a "punto muerto" y que nadie de su familia se ponía. Con una mirada oblicua y mientras cruzaba desafiantes sus brazos, nos dijo que nel momento de poner la lavadora se acordó de nuestras camisetas y "que convendría que se las llevara si queríamos presentarnos en el concurso del domingo decentemente" Mi socio y yo con cierto recojimiento espiritual, como el que se merecen tanto Cardeñosa como Villa y haciendo acto de omisión y contricción al mismo tiempo no tuvimos más remedio que quitárnoslas, aunque eso sí se las entregamos con la reverencia propia de los santos sacramentos.
El dómingo me despertó temprano un cuco madrugador y brioso. Me percaté quel pajarillo y el colorín ya no estaban por allí y al incorporarme giré sobre mi propio cuerpo y cerca sobre el horizonte y perpendicularmente al astro rey su silueta se recortaba junto con la de la jaula a poco menos de 200 metros de mi posición. Aproveché pa cambiarle el agua a mi propio colorín, cuya vejiga estaba a punto de estallar mientras ventoseaba al mismo tiempo. Comprobé quel bocata del pajarillo continuaba intacto.
El Pajarillo estaba concentrado entrenando a su colorín, provocándole con suaves silbidos y no quise inmiscuirme en su trabajo, así que y decidí incarle el diente a su bocata, aunque mi idea inicial era comerme una pequeña porción, finalmente acabé zampándomelo entero.
La mañana no pudo empezar mejor, cuando llegamos acababan de abrir el bar y la mastresa nos ofreció un café con leche y dos sobaos. Al poco rato y como acordáncose de repente, sacó de un cesto las dos camisetas limpias como los chorros del oro y las puso sobre la barra. Mi socio y yo nos miramos sonrientes y cómplices, sabiendo que nada malo podría pasarnos con nuestros amuletos favoritos. Después de comerme mi sobao me planté la mía, al poco rato el pajarillo apuró su taza. Entonces mientras él se ponía su camiseta de Villa, yo me zampaba el suyo.