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Lo que en realidad le ocurrió a Havel en Dark Souls

Unidos por el dragón
Por Adrián Suárez Mouriño

Aviso: spoilers de Dark Souls y Dark Souls III

 

Havel mira el cuerpo de los wyverns caídos. El guerrero está inmóvil y de pie sobre sus cuerpos cuando nos lo encontramos en el Pico de Archidragón. Sabemos que está reflexionando, que está recordando su participación en la guerra al lado de Gwyn contra los dragones, la fe que depositó en la Senda de la Blanca Vía… Tampoco olvida que su señor, y el que también era su amigo, intentó encerrarlo en una torre para que se pudriera como Hueco hasta perder la cabeza. Pero Havel consiguió escapar aunque ¿para qué? ¿Para ver cómo los últimos dragones que quedaban siguieron muriendo? ¿Para ver cómo tras la muerte de Gwyn nada ha cambiado? Tantas preguntas sin respuesta le sumen en una profunda tristeza.

 

Escucha un ruido a sus espaldas. Somos nosotros, el campeón de la ceniza, un guerrero sin nombre que ha conseguido acceder al Pico de Archidragón, y a dónde él está, matando a otro wyvern más que le impedía el paso. Los wyverns son los herederos de los antiguos dragones, son sus ecos moribundos condenados a enmudecer. Se gira haciendo sonar todas las escamas de piedra de su armadura, sale de su ensoñación y carga contra el recién llegado. No ha podido frenar a Gwyn, pero quizás sí pueda acabar con nostros. Tras una dura batalla, lo derrotamos y vemos como su cuerpo, vencido, se deshace en el aire. Ya puede descansar en paz.

 

 

Dark Souls 3 tiene la facultad de poner patas arriba todo el lore que creíamos que era canon tras jugar a Dark Souls. Si habéis jugado a Dark Souls Remastered os habréis encontrado a Havel en un torreón sin posibilidad de escapar. Ahí peleáis contra él y, supuestamente, lo matáis. Pero no, porque hace acto de presencia, tal y cómo lo he contado aquí, en Dark Souls 3, ¿y dónde, cómo y por qué? Estas preguntas son importantes.

 

El Pico de Archidragón es el refugio del Rey sin Nombre, el primero que rechazó la obsesión de Gwyn por eliminar a los dragones. Este es en realidad su hijo, que huye a una montaña y erige ahí un hogar y un cementerio para estas mitológicas criaturas. Que aquí aparezca Havel no es casualidad, y aquí viene mi teoría de lo que pasó en realidad en Dark Souls: el Rey sin Nombre es quién libera a Havel de su presidio, se lo lleva con él a su hogar y pone en su lugar a otro Hueco que se encuentra por ahí, que es a quién matamos en realidad. Es este rey quien le dice que ha sido traicionado por un viejo amigo, por su ascendiente. No olvidemos que este monarca amante de los dragones puede ser Solaire de Astora en realidad, por lo que con esta misión acabaríamos de entender su viaje y su depresión. Su padre se ha vuelto tan loco que ha encerrado a uno de sus colegas más fieles.

 

¿Cómo podemos confirmar esto? Fácil. Cuando matamos a Havel en Dark Souls no conseguimos su set, sino su anillo, uno que necesita alguien más débil que él para cargar con su armadura. Sí, ese Hueco que le sustituye. En Dark Souls Remastered hay dos armaduras de Havel, la que porta este enemigo y la que encontramos oculta en Anor Londo, ¿y por qué está oculta? Porque es una armadura que tiene mucho que ver con los dragones y que, como su arma con forma de diente, es perfecto para acabar con los dioses. Ahí la esconde Havel antes de partir, para que le pueda servir a quién retome su lucha. El Rey sin Nombre es quién le concede la que viste en Dark Souls 3. ¿Y quién tendría la habilidad suficiente y el odio necesario para desafiar a Gwyn y liberar a Havel? Pues su hijo, claro, ¿y por qué lo hace? Porque ambos comparten un trasfondo y una manera común de entender el mundo.

 

Toda la potencia del mensaje que esconde esta sucesión de eventos, la fuerza del guerrero derrotado, arrepentido y que sabe que se ha equivocado, se condensa en ese fabuloso momento en el que nos volvemos a encontrar con Havel. Este nos confirma lo que nos quiere contar en realidad Dark Souls, algo que está en Havel, en Gwyn e incluso en Gael: todos somos grandes perdedores ante el cruel ciclo de la vida, de eso no se salvan ni seres mágicos, ni reyes, ni esclavos. 

 

Adiós, Havel.


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