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Gwyn, el Dios de Dark Souls que aprendió a pecar al aprender a hacer fuego

La historia de la primera llama
Por Adrián Suárez Mouriño

Al principio de todo, el mundo era un lugar gobernado por los seres más inteligentes: los dragones. Eran sabios y también fuertes, pero fueron aniquilados. Su época, la edad de los antiguos, dio paso a la edad de fuego con el nacimiento de la primera llama. Quitándole poesía a este asunto, este instante del trasfondo de Dark Souls no es más que una metáfora del momento en el que el hombre primitivo aprendió a crear fuego. Es la habilidad en sí de crearlo.

 

Eso es la primera llama que da sentido a todo Dark Souls: el poder humano, el primer poder original, una fuerza que, como todas, vuelve mezquino al que la posee, tanto que le otorga autoridad sobre la vida de los que son distintos. Porque el poder se alimenta de más poder o muere. Existe un potente mensaje en esta cuestión, es como si Dark Souls nos dijera que el ser humano se transforma en persona, y que como tal es pecadora dejando de ser animal, justo cuando aprende a hacer fuego. Los dragones, por otro lado, son pura animalidad pero también inteligentes por obedecer a las leyes de los leones, tigres y panteras, es decir, al instinto, a un tipo de conocimiento supremo que no les permite envidiar, odiar ni ambicionar.

 

 

Gwyn obtuvo el poder de esa primera llama, lo manipuló, lo controló y lo hizo suyo, consiguiendo el poder del rayo y encarnando al más idiota de todos los hombres idiotizados por eso que los hace humanos. Con él le hizo frente a los dragones y los aniquiló, quedándose el mundo para sí mismo y para la raza que con él nació: la de los dioses, la de los primeros hombres que arrasaron la tierra por su propio interés. Y pasaron los años, más de mil para ser exactos, y la llama comenzó a apagarse como la vida misma.

 

Cuando hablamos de Logan Sombrero Grande ya dijimos que Dark Souls habla de los ciclos de la vida y de la muerte, de cómo nos enfrentamos a esta última más bien. El mago se enfrenta a su inevitable mortandad buscando un remedio para la misma. Por otra parte, el caballero de la cebolla lucha contra ella buscando un último acto memorable. Reah, a través de la Blanca Vía, busca atajar con la fe el mismo motivo del fallecimiento. La actitud de Gwyn hacía ella no es diferente. Desesperado, intenta reavivar la llama para mantener su condición de Dios y su inmortalidad, pero falla, trae la desgracia al mundo y a sí mismo. Cuando le plantamos cara al final de nuestra aventura descubrimos que este es hueco, que ha fallado.

 

Gwyn es un hombre pecador. Como tal, es egoísta y solo se preocupa de su propio interés. Bíblicamente, el pecado está representado por una serpiente y siempre tiene dos caras. Es por ello que quien nos habla de la verdadera naturaleza de Gwyn son dos serpientes: Frampt el Buscarreyes y Kathee el Asediador.

 

 

La segunda nos revela que la misión de Gwyn es errónea, que está equivocado y que hay que ponerle fin a la edad de fuego apagando para siempre la llama. Kathee quiere acabar con la era de los dioses, los más grandes de todos los pecadores. Por otro lado, Frampt pretende buscar un sustituto a Gwyn para que la edad de fuego continúe con otro gran señor que enlace la llama y le dé vida.

 

¿Y cuál de las dos serpientes tiene razón? En función de lo que decidamos llegaremos a uno u otro final del juego, pero ninguna decisión es la correcta, ambas son artimañas susurradas por las dos caras de la misma serpiente que le entregó a Eva la manzana. Kathee es la culpable de que El Abismo despierte en Oolacile y de que el terrible Manus, del que hablaremos más adelante, se alce también. Sí, la edad oscura es la edad del hombre pero ¿a qué precio hemos de llegar a ella? Por otra parte, la serpiente Frampt quiere que continúe la edad del fuego, pero hacerlo significaría perpetuar las decisiones que ha tomado Gwyn. Nunca gana nadie.

 

Ese es el gran mensaje que extraemos de Gwyn, que el hombre, como tal, por su naturaleza, siempre acaba haciendo daño a otros para crecer y ser lo que está condenado a ser desde el momento en el que aprendió a hacer fuego y dejó de ser animal. Tenemos libre albedrío pero eso no quiere decir que haya una decisión buena u otra mala, pues todas están impregnadas de la maldad inherente a nosotros mismos. Una lección terrible que nos cuenta el gran Dios que matamos a parries cuando llegamos al final de Dark Souls.


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