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El gamecomunismo iluminati

Abrirse, renovarse o sucumbir a la mediocridad
Por Jaume Esteve Gutiérrez

La semana pasada entramos en un intenso debate acerca de las diversas formas de puntuar a los videojuegos, cómo algunos sobrevaloran un título dependiendo de su naturaleza independiente o triple A y de la calificación de los juegos como arte o simple entretenimiento. De todo eso saqué una conclusión bastante interesante: Existe una tendencia a hacer una distinción entre buenos y malos a la hora de hablar de desarrolladores y, sobre todo, distribuidoras.

 


 

Decía mi profesor de filosofía, no me hagáis buscar ahora al autor en concreto, que el hombre no es bueno ni malo, es una mezcla de maldad y bondad. Sin embargo sentimos la necesidad de clasificar al prójimo en buenos y malos, algo innato a la naturaleza humana desde el principio de los tiempos. Así, desde que los Croods salieron de su continente raro, la sociedad se ha dividido en dos gracias una metafórica línea en la arena que separa a los buenos -es decir, yo y quienes comparten mi forma de ver las cosas- de los malos -el resto, empezando por los que tienen más éxito en la vida, que seguro que ha sido robando, uy, si lo sabré yo...-.

 

El gamecomunismo iluminati

Esta necesidad de dividir el mundo en buenos y malos acaba degenerando en lo que me ha dado por llamar gamecomunismo iluminati por aquello de poner un tutorial chulo. También podía haberlo llamado pitufo al marrasquino, pero habría sido mucho menos ilustrativo: Lo que se esconde detrás de ésta terminología de andar por casa es la filosofía según la cual la maldad y depravación de las compañías de videojuegos es directamente proporcional al éxito de ventas que cosechan. Así, Activision, Microsoft, Sony, 2K, etc. son compañías regidas por malévolos dictadores capitalistas cuya única finalidad en la vida es arrebatarle el dinero de las huchas a los pobres huerfanitos. Mientras, por su parte, Nintendo, Steam y el equipo de desarrollo del juego indie de moda son libertarios de un pueblo oprimido que ponen su tiempo y esfuerzos a los pies del usuario mientras salvan ballenas de la masacre y evitan que una foquita blanca reciba una paliza en Canadá

 

 

No sé muy bien cómo empezó la historia -imagino que fue culpa nuestra, de los medios, quiero decir-, pero no hay más que echar un vistazo en la red para ver varios ejemplos de ésta filosofía de cuarto de baño: Apoyamos a tal estudio porque molan, porque son los buenos, y no me importa gastar "los dineros" porque ASÍ APOYO A LA INDUSTRIA. Ponemos a parir a esta distribuidora porque son unos explotadores y unos inconscientes, no quieren más que mi dinero y SE ESTÁN CARGANDO LA INDUSTRIA. Y digo yo...

 

¿De verdad hay todavía quién piensa que esto no es una cuestión de dinero?

Lamento traeros de vuelta al mundo real, mis queridos Che Gamevaras, pero ha llegado la hora de quitarse la pashmina, desprenderse de la boina con estrellita roja, bajar el puño y dejar de cantar la internacional, camaradas. Todo esto no es más que un negocio, una cuestión meramente capitalista, de resurgir, de ganar, de hacer caja y poco más. ¿No os parece curioso que Atari apareciera durante la guerra fría en USA mientras el colmo de la tecnología en Rusia era usar un palo para asar un boniato? El ocio es entretenimiento gracias a -por culpa de- la sociedad de consumo, y sólo crece cuando se rinde al capital, cuando su única función es la de amasar cantidades -ingentes- de dinero. Es entonces cuando surge la competencia, la necesidad de mejorar para mantenerse a la altura de las exigencias del mercado, de ser competetitivos económica y cualitativamente. Cuando el ocio parte de un régimen cerrado esa dimensión de entretenimiento desaparece en pro de la censura y la educación del pueblo. Y si no, recordad, niños, no seais como Dimwitt

 

 

Y no hay más. Que sí, que queda muy bien que el desarrollador de turno hable de su pasión por los videojuegos, del amor al sector y sus profundos deseos de regalarle al mundo el videojuego definitivo. Es superguay criticar a los CEOs que sólo saben de números y administración, mola eso de ir de artista, de independientes y de "os váis a cagar con mi visión megachachi del mundo de los videojuegos, lejos de la producción en masa de las -otras- triple A que son lo que se están cargando el mercado, no como yo, que le doy galletitas cuando mamá no mira". Y sí, para qué mentirnos, todo eso de abandonar la compañía y formar tu propio estudio es muy romantico, casi como si Robin Hood saliera de la leyenda para darnos un besito en las nalgas, pero que no os vendan la moto: Es mentira.

 

La mayoría de los estudios independientes están formados por gente pateada de grandes producciones, mercenarios sin trabajo y miembros que pidieron un ascenso y no llegaron a un acuerdo. Pueden hablar de abaratar precios, de préstamo familiar, de contenidos gratuitos, de desarrollo sostenible... Pero es tan sólo política comercial, publicidad de ventas y, al final, burda propaganda. A fin de cuentas no es más que lo mismo, sólo que en vez de pagar a un estudio que está dando de comer a cientos, estás pagando a veinte que han sabido adaptarse al mercado. Un equipo que ha comprendido cómo jugar a su favor con las corrientes de pensamientos del público alzándose como héroes de una revolución que para mí tiene tufillo a naftalina, a cosa ya manida y a remake sin pagar derechos. Jugad a las diez diferencias entre Rime e Ico, y después hablamos, que parecemos tontos.  

 

Desde que se inventó el concepto de "homenaje" cada uno hace lo que le da la gana.

 

Cortesanas pagando la cama

Todo este rollo de los buenos y malos nos lleva a puntos de absurdo que hacen que aplaudamos felices mientras nos la cuelan a cuatro bandas. ¿Exagero? Planteaos lo siguiente: Dentro de unos meses saldrá Metal Gear Solid V: Ground Zeroes. El juego ha resultado ser una especie de promoción maniobra de marketing rollo raro -aquí os lo explica mejor Adrián- con una duración de dos horas yendo a piñón sin mirar alrededor, y con la posibilidad de lograr cosas para el siguiente Metal Gear que es, por decirlo a grosso modo, el importante. La reacción del público no se ha hecho esperar: críticas, amenazas de no comprar, propuestas de complot... Kojima ha dado un salto atrás digno de un Spiderman con almorranas y se ha comprometido a bajar el precio, aumentar el contenido y enlazar éste híbrido de prólogo y demo con su continuación. Por otro lado tenemos, sí, voy a repetirme, a Outlast...

Y aquí es cuando la liamos.  

Porque resulta que la gente sigue defendiendo que Outlast es un gran título independiente que devuelve la categoría del género de terror a unos estándares del glorioso pasado, mientras Ground Zeroes es una estafa que se aprovecha de los muchos fans de la saga para hacer dinero. Y digo yo: Outlast: 20 pavos, dos horas de juego, dos botones de acción y descargable. Ground Zerloes: 24 pavos en Amazon, 2 horas de juego sin contar retos, misiones secundarias y desbloquear personajes y trajes que serán utilizables en MGSV, toda la magia del señor Kojima y, lo más importante de todo...  La posibilidad de comprarlo en grupo, pedírselo prestado a un amigo o alquilarlo por cuatro pavos y sacarle el jugo durante el fin de semana a la espera de que venga "lo gordo".  

 

 

¿Soy yo o resulta que, al final, los contenidos digitales, a pesar de ser libertarios, héroes de la revolución y megacolegas del proletariado, terminan costando más y ofreciendo mucho, pero mucho menos? Y eso por no hablar de que el buenrollismo creativo de los indies de Red Barrels ya amenaza con DLC para abril, ahora sólo queda por saber si seguirán siendo tan entregados o si nos lo cobrarán a lo Activision, con alevosía y sin vaselina.

 

No sé, es posible que sea idiota y que haya algo que se me escapa, que donde todo el mundo ve el invento del siglo yo tenga un punto ciego o algo así, pero esto de los buenos y los malos empieza a apestar a maniobra publicitaria, y esas cosas me dan asquito. Es bueno que el mercado ofrezca posibilidades, que nos dé la opción de elegir, y que el panorama de la industria no sean sólo grandes compañías con la agilidad de un continente drogado. La creación libre es maravillosa, estimula al mercado, ayuda a evolucionar y nos da lo que a fin de cuentas todos queremos tener: opciones. Pero que no os vengan con contratos sociales ni manifiestos obreros: esto es fruto de la sociedad de consumo, y lo único que todos ellos quieren de nosotros es lo que llevamos en la cartera. Ni más, ni menos.

 

¡Nos leemos!


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