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Madeline y La Montaña, la mejor forma de jugar a Celeste

Cuando el juego te educa
Por Rafa del Río

Celeste es un gran plataformas, una obra que retoma ese estado metafísico de los viejos juegos de los 80 y nos anima a buscar ese santuario interior en el que meditar, mejorar y alcanzar el estado de perfección. Ese Nirvana en el que las manos se mueven solas, los puzzles se solucionan sobre la marcha y el cerebro se mueve a tal velocidad que si paramos un segundo a pensar en lo que estamos haciendo la partida se desbarata como un castillo de naipes. 

 

Sin embargo, Celeste es un juego del siglo XXI, no un viejo plataformas de los 80, y por ello ha tenido que introducir algunas artimañas con las que asegurarse no sólo un lugar en el panteon de los juegos con mensaje, sino también algo tan simple como que el jugador va a continuar disfrutando de la obra cuando las cosas empiecen a ponerse difíciles. Para ello, Matt Makes Games mezcla metáforas, imágenes, ayudas y una curva de aprendizaje que es oro puro con pequeñas pildoritas que, como el clásico palo con zanahoria, nos ayudan a continuar más allá incluso de nuestros propios límites como jugadores. 

 

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Madeline y la montaña

Celeste no es sutil en su planteamiento, ni falta que le hace. La figura de la montaña como reto, como etapa a superar de nuestra vida, es un clásico de la mitología, la literatura y la filosofía dede que el hombre es hombre, y la mujer, mujer. La imagen del reto insuperable, del cúmulo de rocas que simula ese cúmulo de miedos que debemos superar para crecer y madurar no engaña a nadie, ni tampoco los canadienses de Matt Makes Games quieren que así sea. Desde el principio la historia queda clara, y aunque más adelante el mundo de lo onírico profundice en las motivaciones y la historia de sus personajes, ya desde el primer salto se nos anuncia que esto no será fácil, que madurar no es tarea sencilla, y que cómo Madeline en su ascenso, nos enfrentaremos a momentos que nos pondrán a prueba de verdad. 

 

¿Qué hace que continuemos afrontando la dificultad de un juego que huele a viejo y cuyas recompensas distan  mucho de lo que los juegos actuales nos tienen acostumbrados? Pues lo mismo que hace que Celeste sea tan inteligente y brillante: un mensaje contundente, una serie de retos que desde el principio logran picarnos a ayudar a Madeline en su ascenso y la grata recompensa de vernos mejorar a los mandos, descubriendo en el caso de los novatos y recuperando en el de los veteranos, una maestría a los mandos que creíamos olvidada.  

 

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Celeste y el jugador

La historia que empieza con una joven empeñada en llegar a la cumbre de una terrible montaña pronto nos anima a profundizar en la figura de Madeline. Desde el encuentro con la vieja de la montaña que la invita a abandonar hasta la aparición de Theo, de la chica del espejo o del Sr. Oshiro, todo en Celeste nos habla de cómo Madeline va madurando, afrontando miedos del pasado, creciendo y abandonando y tomando nuevos elementos en esta nueva vida en la que trata de superarse a sí misma. 

 

Junto a lo obvio, a lo que se nos cuenta, está la metáfora de lo que vivimos y cómo lo hacemos, con momentos cumbres como ese sueño en el que empezamos a volar, a movernos libremente y ser conscientes de nuestra libertad poco antes de que aparezca la chica del espejo y el sueño se convierta en pesadilla. Pasados a superar, zancadillas, limitaciones que romper, viejos amores, nuevos amigos, la satisfacción del trabajo bien hecho pero también la desesperación y las ganas de abandonar, de ser débiles, de pedir ayuda... La historia de Madeline funciona porque es una representación de lo que sufrimos a los mandos de este pequeño personaje, y la dificultad del juego hace que sigamos porque es reflejo de una historia que deseamos seguir contemplando, porque al final su historia es la nuestra, y nuestros logros los suyos. 

 

Esta es la mejor forma de jugar a Celeste, sentando paralelismos entre lo que hacemos y lo que vemos, lo que se nos cuenta mediante el juego pero también mediante el ritmo del mismo y la sensación que surge de la propia jugabilidad según el momento. Mientras así lo hacemos, las postales con consejos nos animan a ser fuertes y entender de verdad el juego, a no preocuparnos por morir, pues nos hace más fuertes, y a ir a por las fresas sólo cuando nos sintamos capaces de ello. Olvidada la posibilidad de recibir ayuda directa con un modo de juego que promete facilidad pero también la destrucción del mensaje, con la mente dedicada al cien por cien en los movimientos medidos al milímetro mientras a un tiempo vagamos por los páramos que música y juego pintan en nuestros sentidos, la narración se transmite, sobre todo, a través de los botones de un mando que son los que mejor saben hablarnos de autosuperación, barreras y madurez. 

 

Celeste es difícil porque tiene que ser difícil, pero a la vez es amable y nos anima a no decaer. Nos saca la lengua y se burla de nosotros cuando necesitamos un reto, pero también nos da una palmada en la espalda cuando lo necesitamos y no duda en darnos un abrazo cuando cree que no podemos más. Y así, con la posibilidad de guardar en cualquier momento y dejarlo para más tarde, con un respawn que convierte la muerte en un mero trámite y unas mecánicas sorprendentes a la par que sencillas, comprobamos como cada paso impensable, imposible, se convierte en una simple rutina aprendida que nos lleva a movernos cada vez más seguros, con más soltura, más veloces, mejor. Y es ahí, justo ahí, donde reside la magia de Celeste, ese momento perfecto en el que pasas una pantalla entera sin morir, logras un coleccionable imposible o alcanzas el Nirvana imbatible en el que Madeline y tú sois uno, como debía ser desde el principio, y os movéis al unísono por juego e historia, compartiendo, hasta el final, unas vidas que al final no son tan diferentes como uno podría pensar.

 

¡Nos leemos!   

 

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