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La naturaleza imperfecta representada en los detalles de Ori and the Blind Forest

Paisajes e interfaz irregular
Por Brenda Giacconi

Quizás algunos la hayamos olvidado entre los traqueteos distantes de los trenes, el humo de los automóviles, las aceras adoquinadas y el día a día artificial en el que nos movemos. Pero la naturaleza, aunque ahora en menor medida, sigue situándose como uno de los elementos más exuberantes del planeta. Al contrario que nuestra costumbre de replicar a la perfección cualquier objeto de utilidad o decoración, no hay dos elementos orgánicos que sean iguales. Los arbustos despliegan sus ramas en direcciones diferentes, los animales se distinguen entre ellos y hasta los copos de nieve tienen patrones únicos bajo la lupa de un microscopio.

 

Todo esto, sumado a lo que no he añadido para no saturar el texto, se antoja difícil de replicar en un ámbito sumamente digitalizado como son los videojuegos. Sin embargo, Moon Studios lo consigue a la perfección en uno de los títulos más bonitos que ha creado: Ori and the Blind Forest. No es solo una oda a la belleza virtual a través de la naturaleza como temática, sino que aprovecha esa particularidad de la misma para alejarse de los detalles clónicos tan típicos del medio para explotar aún más su imaginativa artística.

 

Ori and the Blind Forest Gameplay

 

Esto se observa, primeramente, con el diseño de la escenografía, tanto la física en la que vamos saltando con el mismo Ori como los fondos que, en conjunto, generan los paisajes del juego. Pinturas coloridas que bien podrían ser cuadros trabajadísimos en los que no se repite ningún trazo y consiguen expresar visualmente la bella asimetría de los bosques. Y esto también se evidencia con la estructura de los niveles, que, si bien no es el Metroidvania más estricto que me he encontrado, la línea que conecta todas sus salas es irregular y única. Porque, técnicamente, así serían las cuevas y los caminos en un mundo puramente natural y fantástico como es el que nos muestra Moon Studios. Pasadizos que se inclinan sin razón, árboles caídos que esconden entradas, lagos de todos los tamaños, plataformas de aspecto inaccesible… A todo esto se le suma, claramente, una historia mística que incluye árboles que emiten luz radiante, joyas que generan torrentes acuáticos, estructuras por las que circulan vientos huracanados… Una combinación de exuberancia natural y elementos fantásticos que casan a la perfección.

 

Pero la desarrolladora va más allá para representar toda esta asimetría, pues algo que no dejará de sorprenderme en la aventura es cómo se han tomado el tiempo para hacer una interfaz simple, pero a la vez ligeramente irregular. La mayoría de juegos tienen barras de vida y maná, o corazones que indican la salud del protagonista. Pero en este caso tenemos unos orbes verdes y azules (que se relacionan con las joyas redondas que se ven a lo largo de la partida) completamente diferentes entre sí. Los creadores podrían haber hecho un único diseño redondo en color azul y verde para clonarlos conforme el jugador va consiguiendo más vida y energía, pero decidieron invertir esfuerzo en dibujarlos diferentes para dar a entender que esos indicadores también forman parte de la naturaleza.

 

Creo que hay muchas razones por las que podemos alabar el trabajo de Moon Studios, tanto en la primera entrega de Ori como en The Will of the Wisps. Pero quería alejarme de la música, las animaciones y el diseño general para centrarme en uno de los propósitos por los que es tan caótico y al mismo tiempo tan atractivo. Una aventura de plataformas que mezcla lo épico y lo natural a unos niveles que nunca había visto en la industria.


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