Watch Dogs 2 no es perfecto, San Francisco casi lo es
Creo que el mejor momento para descubrir Watch Dogs 2 es ahora, con todo el pescado vendido. Las opiniones de prensa y público hace tiempo que campan por la red, sabemos que el estancamiento en sus ventas no tiene que ver con la calidad y que es un videojuego autoconsciente de sus contradicciones. Si las aceptas, pasarás un buen rato. Aprovechando uno de los muchos períodos de descuentos que nos está dejando este 2016 me he hecho con él para ver qué tal. A falta de profundizar en la historia, puedo afirmar que flipo con San Francisco.
La del juego es una versión reducida de la original, hay barrios enteros que no aparecen y la gente que ha estado ahí dice que no se refleja el espíritu de una de las ciudades más tolerantes de Estados Unidos. Tan cierto como que es el entorno urbano que más me he creído en un videojuego. La batuta de los mundos abiertos la sigue sosteniendo Rockstar, aunque ya nos pique la nariz porque hace más de tres años que salió GTA V, pero si hablamos de diversidad, color y espontaneidad, la ciudad californiana de Ubisoft es mejor que Los Santos.
Con Chicago, el equipo de François Pednault hizo un buen trabajo que quedó enmascarado por los defectos del primer juego, pero lo cierto es que era una urbe bien diseñada si te fijabas en el detalle. Los grupos de rap en los callejones, la reacción de los ciudadanos ante la lluvia y las muchas animaciones para los NPC eran la primera piedra para construir algo mucho más grande y creíble en una secuela. Y así ha sido.
He visto partes de un mundo que me gusta y otras que tenemos que dejar atrás. La realidad, vaya. He hablado con una concejala transgénero, he visto a la gente hacer deporte, disfrutar de la tranquilidad bajo la sombra de un árbol, ser atendida por los servicios sanitarios tras un accidente, pero también me he encontrado con delincuentes robando coches en mis narices, a acosadores que molestan a quienes solo quieren estar tranquilos y a novios que abofetean a sus parejas quedando impunes. La mejor manera de resultar creíble es representando lo mejor y lo peor de nosotros.
Pasear por Silicon Valley es una gozada, pararte a observar cómo el arte urbano da vida a unas paredes asépticas merece la pena y poder hablar con algunos ciudadanos te aleja de considerarlos un adorno. Antes de una misión puedes entrar en un bar a tomarte una cerveza, hablar con el camarero y escuchar un par de conversaciones ajenas, inocuas. Todo se siente real. Desde ese grupo de jóvenes recreando una de las últimas tendencias en YouTube hasta esa tienda de juegos de rol cuidadosamente decorada.
La gente reacciona si sacas la cámara y te haces un selfie, incluso te sacan fotos ante algo tan inusual como que te fotografíes con un desconocido. En Ubisoft han conseguido dar con un marco creíble, incluso si interactúas con él levemente, y el abanico de gestos te incita a ello. Aun así, es fácil seguir rompiendo la magia de un mundo regido por unas normas estrictas: pararte delante de un grupo que baila hará que dejen de hacerlo y se vayan, manipular un coche con alguien dentro terminará haciendo que su conductor abandone el vehículo y se ponga a andar como si tal cosa, hay muchos ejemplos. Pero al César lo que es del César: casi me creo esta San Francisco.
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