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Recreativos: Cuando las redes sociales no imperaban

Por ahora sólo la intro
Por Rafa del Río

Hace poco, dos compañeros de mundogamers comentaban en redacción que la primera consola que lograra total compatibilidad con youtube se alzaría como diosa suprema del entretenimiento de sobremesa, Dayo nos hacía la crónica de la experiencia Pokemon en Twitch, y todo apunta a que Club Penguin se prepara para volver a aprovechar la nueva peli de Avengers -a.k.a. Vengadores- para montar una fiesta en red donde los chiquillos puedan hacer amiguitos.

 

Mire donde mire, lo social está de moda: Xbox One vota porque uno de sus primeros exclusivos sea en red con Titanfall, la comunidad de Minecraft arrasa en PS3, y Playstation 4 se apoya con gusto en los MMOG F2P, que es la forma modernita de decir juegos gratuitos para mazo de peña. Los rumores insisten en que Disney tontea con un proyecto facebook mientras prepara cientos de despidos, Habbo se terminó reponiendo de algunos feos asuntillos, y desde los más críos hasta los más adultos tienen una red social en la que apoyarse para tirar adelante y estar... Conectados.

 

¡Vamos a ver quién lo tiene más grande!

 

Brrr...

Vivimos conectados a la red. En cuestión de -muy pocos- años, hemos pasado de leer un libro o escuchar música en el MP3 a jugar a algo en el móvil a la vez que mantenemos una conversación por Whatsapp y estamos al día de varios grupos y comunidades con los que compartimos intereses. Subimos de forma automática nuestros logros a la red, invitamos a amigos y conocidos a saber que en tal restaurante se come bien, o que al lado del parque en el que estamos hay una farmacia de guardia. Tu madre te invita a que digas que te gusta su foto del club de calceta, y un tío al que no conoces de nada te felicita el cumpleaños mientras te enteras de que tu vecina del quinto ha subido a nivel 15 en Kingdom of su puñetera madre. Twiter, Facebook, Instagram, DropBox, Badoo, Whatsapp, Line, Twitch, Youtube... ¿De verdad es necesaria tanta conexión y tanta red social? 

 

Hubo un tiempo...

-¡Ya está el abuelo dando por saco con las historias de la mili!

Pues sí, pero hubo un tiempo en el que tanta conexión era impensable, en el que la forma de subir tu puntuación a un marcador era dejarte la paga en las maquinitas y poner tus sagradas y gloriosas iniciales en el juego de turno. Una época en el que las redes sociales eran bastante menos redes pero mucho más sociales, y en el que un insulto por line o una desconexión de la partida no era lo peor que te podía pasar. Hubo un tiempo... 

 

La palabra es nostalgia. Y eso que estos estadounidenses eran unos blanditos.

 

...en el que existieron los recreativos.

Y no, no me refiero a esos salones arcade llenos de luces, de sonido y de chicas monas con camisetas con el logo de la empresa y un "atrapa un peluche con un gancho" de esos en la esquina. Tampoco me refiero a las salas de entretenimiento de los hoteles de lujo, ni a las máquinas megachulas con forma de vehículo al azar y que cuesta un riñón la partida

Ná.

Me refiero a los recreativos, a los viejos recreativos, a esos salones sucios con las baldosas de la zona de los billares rotas a base de levantar la mesa cuando la bola blanca se quedaba atascada en los railes. Hablo de esos locales de dudosa reputación en los que las máquinas estaban quemadas por la punta de los cigarrillos olvidados en virtud del juego, de esos rincones oscuros de la tierra en los que un tipo gordo y grasiento, dios adorado reconvertido en patán de tres al cuarto, se paseaba dando cambio de su cinturón con bolsillos de cuero cantando el mantra de "niño, no le des golpes a la máquina".

 

Aquellos antros en los que el humo, el sudor y el perfume a chicle de fresa y a vainilla de unas chicas que tenían más peligro que todos tus contactos de facebook juntos, se juntaban con el aroma de la excitación nerviosa de pasar unos instantes a los mandos de un F14, cruzando California en un Ferrari Testarrosa o viajando por el planeta para ver cómo a Ryu se le movía el flequillo por culpa del viento. 

 

Hasta Stallone con su traje de 'Yo el Halcón' iba a jugar a Mario con su hijo

 

Tuve la suerte de descubrir los videojuegos en unos "recreativos" cuando la acepción ni siquiera venía recogida en el diccionario de esos canallas de la RAE. Corrían los principios de los ochenta y Space Invaders y Pac Man partían la pana en la... uh... Prehistoric-Gen. Sin embargo, no fue hasta un poco después, con el Spectrum ya instalado en casa, que aprendí a amar estos antros de perdición. Mi primera partida en condiciones fue a Prohibition, un juego de disparos en el que manejabas un punto de mira y buscabas a los gangsters enemigos mientras una cuenta atrás te avisaba de que debías esconderte. La partida me encantó, pero no fue una buena experiencia: dos de las cuatro monedas de cinco pavos que llevaba en el bolsillo acabaron en la chaqueta del tiburón de turno, típico espabilado que había calado al crío novato en cuanto entró -entré- por la puerta.

 

Eso sí que eran relaciones sociales, tío

No me dejé amilanar y volví. Al principio me aseguraba de que el mamoncete que me había quitado el dinero no estuviera presente antes de entrar a dejarme la paga y "los dineros" de mi cumpleaños, pero un día perdí el miedo y pasé a su lado sin cortarme un pelo. Fuimos enemigos, tuvimos encontronazos, llegamos a pegarnos en alguna ocasión y, al final, fuimos indiferentes, camaradas, colegas e incluso amigos. Porque eso eran relaciones sociales, hermano, aprender a convivir con la gente, con las personas, a vivir y a dejar vivir, a defenderte, a superar tus miedos... Y a estar ahí.

 

Así aprendió artes marciales el malo de Kárate Kid

 

Y cada nuevo recreativo la fiesta volvía a empezar: Los malotes de la sala, los tipos gordos del cambio, las chicas peligrosas que se colgaban del brazo de los campeones de Street Fighter o se arremolinaban en torno al Tetris... Y volver a aprender a sobrevivir, a que no se te colaran al llegar tu turno de jugar a la máquina de moda, a mandar a tomar viento a esos cansinos que se ofrecían a pasarte la fase, el malo o el circuito, y a sacarte la mano del mangui de turno del bolsillo sin dejar de disparar a los cazas de la segunda guerra mundial o regateando a Alemania en el juego de fútbol del momento.

 

Los recreativos molaban, eran la red social de un tiempo en el que los juegos eran juegos, los chiquillos eran chiquillos, y las peleas se solucionaban entre dos, cara a cara, sin grupitos ni cabrones que luego subieran la movida a youtube. Guardo grandes recuerdos de esos tiempos. Algunos amargos, es imposible crecer sin momentos así, pero otros, los más, dulces. Como cuando logré el primer puesto en el Street Fighter del barrio y pude colocar mi inicial junto a la de la chica que me gustaba y esa imprenscindible X que prometía unir nuestros destinos para siempre... O hasta que el dueño reseteara la memoria de la máquina.

 

 

Los recreativos eran un sitio peligroso, o al menos lo eran los de mi ciudad, y sin embargo... Eran geniales. Tal vez no el primero, pero sí el segundo y el tercero de mis besos fueron en la cabina fantástica del igualmente fantástico After Burner de Yu Suzuki. Pensar que ese tipo que me haría soñar con Shenmue fue testigo lejano e indirecto de mis primeras correrías... Mola. Mis primeras peleas, mis mejores amigos, y más que amigos, hermanos. Todo lo que viví, lo que asentó la base de la persona que ahora soy -buena o mala, hay opiniones para todos los gustos- se inició en los recreativos, la mayor "red social" de videojuegos de todos los tiempos. A día de hoy su supervivencia sería impensable -no hay más que ver esa versión edulcurada, aguada, sensacionalista y estúpida en la que se han convertido bajo el nombre de salones arcade-, pero aún así a veces recuerdo con lástima ese tiempo que fue Grande, en mayúsculas, negrita y subrayado.

 

Es en esos momentos, cuando la nostalgia me puede, que bajo al salón, me pongo un whisky, enciendo la Green Gold restaurada que tengo en casa y enciendo un pitillo mientras juego a Samurai Shodown, Operation Wolf o Cabal. Una calada a la salud de la actual adolescencia, de esos muchachos que, pese a estar en unos tiempos tan hiperprotectores, viven amenazados al conectar a la red. Una bocanada de humo por los abusones a los que jamás les harán entender que no se puede maltratar a la gente. Una sonrisa triste en nombre de todos esos pobres palomos que no sueltan los cinco pavos de turno, pero que tampoco tuvieron la suerte de poder aprender y por ello sufren el acoso y el cachondeo diario en clases y en los tuentis de turno.

 

Mi Green Gold. Mi Maca bonita. Muchas horas de curro y un monitor con más rads que todo Fallout

 

Y un trago. Por ti. Por mí. Por los amigos que terminaron haciendo lo que siempre quisieron a lomos de una moto o cuidando perros abandonados, de los que protestaron tanto que se volvieron anarquistas, de los que montaron una de las mejores tiendas de merchandise de España, fieles a sus orígenes. Un trago, en fin, por los primeros amores, que sé que ahora son felices, y por ese amigo que nunca llegará a leer esto, esté dónde esté.

 

Los recreativos eran supremos: mucho más sociales y menos hipócritas que toda esta tontería de las redes sociales. 


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