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Jugar a títulos de antaño: todo un reto

Cuando los juegos son más viejos que tú
Por Brenda Giacconi

Si hay algo que puedo afirmar con cierta rotundidad en este ámbito característico por su abanico de opiniones, es que los jugadores siempre defenderemos a capa y espada aquellos títulos que acompañaron nuestra infancia. Claramente, esto comporta variaciones según la década, la economía familiar, la plataforma disponible en el hogar, la edad y el país en el que se llevó a cabo nuestra crianza, entre otros factores. En definitiva, hay anécdotas únicas en cada generación que se relacionan con los videojuegos, y estas pequeñas historias son fundamentales para el disfrute y análisis de todos los videojuegos que han llegado posteriormente.

 

En mi caso, habiendo nacido en el 1997, y teniendo en cuenta que no recuerdo haber empezado con el hobby hasta los 5 o 6 años, se podría decir que me he “perdido” un buen puñado de juegos de culto. Y, evidentemente, no empecé precisamente con el The Legend of Zelda de 1986, ni por el primer juego de Sonic de 1991; ni siquiera he tocado ninguna de las consolas de SEGA que tanto cariño se han granjeado por parte de la comunidad. Toda la “modernidad” que se ha visto representada en títulos del 2005 hacia delante han sugestionado lo que yo misma podría esperar de juegos antiguos. Siempre puedo ser una jugadora que se centre exclusivamente en las entregas más actuales, pero al haber oído tantas alabanzas sobre obras de antaño, es difícil no echar una partidita y probar de primera mano un juego con tantos méritos. Y la sensación, claramente, será harto diferente de lo que sintieron los usuarios de la época.

 

The Legend of Zelda

 

Dejando de lado los evidentes contrastes técnicos, hay decisiones que se nos antojan extrañas a los jugadores nacidos posteriormente al estar tan acostumbrados a tendencias más modernas. Narrativas directas, desarrollos extremadamente lineales, mecánicas repetitivas… Es lo normal de aquella época, todo un manjar para aquellos usuarios que lo experimentaron en su momento y desean revivirlo de nuevo, arriesgándose a manchar sus recuerdos con una percepción propia que, con el tiempo, ha cambiado. Para los que nacieron posteriormente, podrá ser un plato agradable, pero no será tan sabroso como el resto de productos que tenemos a nuestro alcance.

 

Este sentimiento se acrecienta según cómo haya envejecido un título. Ahora estoy jugando a la saga Metal Gear Solid y me maravillo con el funcionamiento de la mente de Kojima, no solo porque se atrevió con locuras propias dentro del juego, sino porque el desarrollo de la jugabilidad y la historia siguen encajando bien en la actualidad. Además, tengo la oportunidad de que, una vez captado mi interés, puedo continuar la saga y observar las mejoras implementadas a lo largo de los años. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de Half-Life, uno de los shooter más aclamados, al que le he dedicado varios intentos y todavía se me hace imposible de terminar. No porque sea difícil, sino porque no me parece atractivo desde mi punto de vista.

 

Half-Life

 

Y esto seguirá ocurriendo con la infinidad de juegos que han cosechado éxito en el mercado antes de mi generación, igual que sucederá con jugadores menores y los títulos a los que yo les tengo cariño infantil. Las entregas actuales afectan demasiado a nuestra percepción de los videojuegos como medio de entretenimiento, por lo que será imposible que disfrute de cualquier juego de la década de los 80 y los 90 como alguien que realmente haya vivido esa época. Esto no significa que dichos juegos deban abandonarse en el pasado, ya que guardan historias, formas narrativas y maneras de trabajar dentro de la industria que son interesantes incluso para el punto de vista moderno. Sin embargo, nunca se vivirán igual.

 

Por lo tanto, no hay una manera perfecta de encarar obras antiguas cuando se cumplen esos factores de desconexión de la época, pues no existe un acercamiento ideal entre jugador y juego. Y, cuanto mayor es la brecha generacional, menos se tolerarán esas limitaciones que enmarcaban a los productos de tiempos anteriores. Siempre se puede entrar en una partida con determinación, a sabiendas de que nos toparemos con escollos y detalles que parecerán raros ante la falta de costumbre de lo retro. Sin embargo, no encontraremos mucho de ese destello, de ese asombro que en su día cautivó a unos niños que ya son adultos. Intentaremos comprenderlo, pero nunca lo interiorizaremos. Y esto, por mucho que duela, es una realidad.


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