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El final de Horizon Zero Dawn, la explicación de Aloy

Un broche de oro para una experiencia a tener en cuenta
Por Rafa del Río

Aún resuenan en mi oídos los gritos de victoria. Todavía empapan mis ropas el olor a carne quemada, a aceite de máquinas, a sangre, hollín, tierra y biocombustible. Las heridas, los hematomas, las contusiones y las quemaduras son un único grito agónico de un cuerpo que me pide descansar. Aún así, aunque el más leve de los movimientos arranca de mis miembros un aullido de queja, no puedo menos que sentirme la mujer más afortunada del mundo, de este nuevo mundo que existe gracias a una persona que murió hace mil años, la doctora Sobeck. Elizabeth Sobeck. Mi... ¿Madre?  Una mujer de la que soy reflejo y versión inspirada. Una mujer que luchó hasta su último aliento para hacer de la vida una realidad. Y poder volver a casa.

A descansar.

¿Como yo?

 

 

Soy Aloy, la paria de los Nora, la hija de nadie, la criatura criada por Rost, la aspirante, la superviviente de La Prueba, la buscadora, defensora de los Oseram, domadora de bestias, cazadora de la logia, amiga de los Carja del Sol, culpable del despertar de los Ban-Ur y, según algunos, La Ungida por La Diosa.

La Elegida. 

Nada de eso importa ahora, cuando contigo en brazos, en el hogar que una vez nos perteneció, recuerdo todos los pasos que me han llevado hasta aquí. Todas las palabras, las prohibiciones, las luchas y el dolor que me han convertido en la mujer que soy ahora, en la joven que encara un futuro tan lleno de esperanza como atemorizador. 

 

Los viejos tiempos en Abrazo de Madre son difíciles de olvidar. El rostro siempre amable de Rost. Esa llama que ardía, vestigio de un fuego extinguido, en sus siempre amorosos ojos azules. La injusticia de otros niños, la amistad que me fue negada. Y el miedo. El miedo que me embargó cuando por primera vez caí al mundo de metal y descubrí la que sería la llave a un mundo diferente. El Foco. El despertar de unos sentidos que nunca pensé que tendría y que me ayudaron a convertirme en lo que ahora soy. A convertirnos en lo que hemos aprendido a ser.

 

Pensar en Rost sigue doliendo con ese dolor cálido del recordar a los seres queridos. Un dolor que aumenta cuando al fin entiendo todo lo que pasó antes de que yo, una bebé rechoncha, pelirroja y gritona, llegara a su vida. El Rost de las historias de Teersa no parece el mismo hombre cariñoso que me enseñó todo lo que sabía. Un hombre que perdió a su familia y vió como asesinaban a su hija de seis años. Un hombre convertido en asesino vengativo a sangre fría. El Buscador de la Muerte... El título pierde todo su sentido cuando pienso en cómo me enseñó a cazar, a sobrevivir, en cómo en las noches frías me cedió su manta, sentadose él junto al fuego. Velando mi sueño. 

 

 

Recuerdo su rostro amable, impasible, velando con su presencia mis delirios cuando caía enferma, guiando con mano firme mis movimientos al enseñarme a trepar, a cazar, a limpiar mi presa y mezclar las hierbas y las partes elegidas del animal para crear pociones con las que contar con alguna ventaja. Duele, con un dolor sordo, agradable a la vez que ardiente, recordar su vida y cómo la entregó por mí. Pero ahora, contigo en brazos, doctora Sobeck, Elizabeth, comprendo que era un dolor necesario. A veces el amor duele cuando ya no está, por mucho que perdure en nuestro corazón.  

 

El mismo dolor cálido me embarga cuando recuerdo mi primer contacto contigo... con la madre a quien ahora abrazo años después como una forma de cerrar un círculo que, ahora sí, perfecto, completo, gira mezclando pasado y presente, mundo de futuro y sueños, demostrando que todo lo que pasó, todo el sufrimiento vivido, fue necesario para llevarme hasta este momento justo en mi historia. Nuestra historia. La historia del Planeta Tierra. Un planeta por el que diste la vida en todas las formas en las que una mujer puede sacrificar su propia existencia por el bien de los demás. Trabajaste duro por crear un mundo mejor, y cuando dejó de ser suficiente, creaste la única solución posible para que el planeta no dejara de girar. Sacrificaste tu tiempo, tu juventud, tu talento y, finalmente, tu cuerpo y tu vida, y lo hiciste con alegría, con ese valor de los que saben que lo hacen por los demás sin jamás perder la sonrisa.

 

 

El olor a aceite de máquina en mis heridas me recuerda las mil batallas que me han llevado hasta aquí. Mi primer enfrentamiento con una máquina, mi primer chatarrero, mi primer corruptor y cómo aprendí a usar mi lanza para convertirme en La Domadora de Bestias. Me trae a la memoria la primera vez que bajé a un Caldero y descubrí la verdad, la primera vez que vi a esas máquinas infernales creando una forma corrupta y retorcida de vida que, al final, como acabaría por entender, era la protagonista y culpable de nuestra propia existencia. ¿Cómo pude entender tan mal al principio tus designios? El conocimiento de los últimos días me da un nuevo prisma con el que ahora casi me río de mí misma por algunas de las conclusiones a las que llegué en mi precipitación

 

Aun tengo mucho en lo que pensar. Me has dado mucho sobre lo que debo meditar. Las revelaciones de estos días aún dan vueltas en mi cabeza, acompañadas por el eco metálico de los cascos de mi montura batiendo contra la tierra dura de una calcinada Meridien ardiendo hasta sus más profundos cimientos. La segunda traición de Ted Faro, la pérdida de Apolo, tu sacrifio, el trabajo de Hades, o mejor dicho de Travis Tate... y la muerte de Helis, la presencia siempre ominosa y a la vez deseada de Erend, los deseos aún por asentar de Avad, un rey sol al que aún le queda mucho por madurar al cuidado de su madrastra y su pequeño hermano Itamen... Aún resuenan en mi cabeza los cohetes y las pisadas atronadoras de los Portadores de Muerte. Aún tiemblo cuando una luz azul surca la noche, aunque sé que son tus criaturas, y que ahora ya no tengo nada que temer. Es difícil empezar de cero y dejar atras los temores cuando tus heridas aún no han empezado siquiera a cicatrizar.  

 

 

Me siento como si hubiera estado cabalgando entre varios mundos desde mi infancia. Primero paria e hijastra querida de un hombre al que, ahora lo sé, le fue arrebatada toda esperanza. Después cazadora y curandera, última esperanza y verdugo, víctima y agresora de una guerra mayor de lo que muchos de sus caídos jamás llegaron a entender. Y ahora... Ahora todo cobra sentido y, a la vez, es una locura. Soy el eslabón entre un pasado que es futuro y un presente que ya ha pasado, custodia de un nuevo amanecer, ese Amanecer Zero que me ha llevado a conocer y comprender un mundo que dejó de existir hace un milenio. Un mundo olvidado que para mí son recuerdos de haces apenas unos días. Recuerdos que aún no he llegado a asimilar.

 

¿Qué haré ahora, madre? Las palabras de Avad ya han caído en el olvido, una proposición que no llegó a ningún lado desde el frágil ego masculino de un rey acostumbrado a tener todo y que aún no ha logrado superar la pérdida de Esra. Pero tengo necesidades. Y pienso. Y amo. No soy ajena a la sonrisa de Teb, y por La Diosa que soy consciente de cómo me miran Varl y Erend. Erend... Pero aún no tengo tiempo para eso, no estoy preparada para ser amante, ni esposa, ni madre. Ahora necesito descansar y colocar todas las piezas en su sitio. ¿Por qué se corrompió Hades? ¿Qué ha sido de Sylen? ¿Está Gaia realmente capacitada para continuar el proyecto? No hay perdices en esta historia. No, al menos, por ahora.

 

Aún quedan respuestas por contestar, y aunque al final todo ha tenido sentido, aunque lo más loco ha terminado por ser lo real, siento que mi propósito en este nuevo mundo no ha hecho sino empezar. Siento que aún hago falta en este mundo que empieza a caminar por su propio pie, no como un símbolo, no como la ungida, sino como un cambio. Una necesidad de empezar de cero. Un Nuevo Amanecer. 

 

Gracias por todo, doctora Sobeth.

Elizebeth.

Madre. 

 


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