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La piratería también arrasaba en los ochenta

Corsarios en los rastros
Por José Manuel Fernández "Spidey"

Pensando en la política de precios que ofrece Valve a través de Steam, se me vinieron a la cabeza aquellos años ochenta en los que la piratería era un auténtico modo de vida en lo que al ocio electrónico se refiere. Si bien la cosa no era tan sencilla como buscar en la página web de turno y descargar el videojuego deseado con su correspondiente “medicina”, el asunto de las copias estaba absolutamente a la orden del día, hasta el punto de que aquel que se atreviera a comprar un título original fácilmente podría ser tildado de “tonto” por el resto de usuarios.

 

Rastro 0

 

Existían dos vías básicas que se utilizaban para la comercialización de copias piratas. En primer lugar estaba la venta directa, cuyo hábitat principal era en los mercadillos, a la usanza del Rastro de Madrid, el mercat de Sant Antoni de Barcelona o el de La Alameda de Hércules en Sevilla. Allí existían multitud de tenderetes dedicados a las distintas plataformas. Muchos de ellos tenían las copias directamente expuestas en su mesa/mostrador, con las casettes luciendo palmito carátula fotocopiada mediante, y siempre con las últimas novedades copando el lugar. Otros tantos funcionaban a través de catálogo, donde el comprador elegía su juego deseado y el vendedor buscaría la cinta o el disco de donde lo tuviera guardado (que bien podría ser su propia casa, un coche o lugares tan inverosímiles como la cabina de un cajero automático). Era una buena forma de evitar las esporádicas redadas de la policía.

 

Por otro lado, se encontraba el sistema de venta por correo. Se iniciaba el contacto con el comprador a través de otro usuario (el boca a boca era algo muy común) o, por arriesgado que parezca, vía anuncios en la prensa. Los completísimos catálogos ofrecidos eran de lo más tentadores, ya que no solo se ofrecían títulos absolutamente descatalogados, sino que aparecían juegos que ni siquiera habían sido publicados en nuestro país. Aparte, era bastante normal que estos piratas tuvieran las novedades incluso antes que las distribuidoras españolas, y se llegó al punto de que, en ocasiones, los corsarios del software poseyeron en sus manos videojuegos españoles que, ojo al dato, estaban a días vista de salir a la venta.

 

Rastro 2

 

Con todo esto es fácil imaginar el hecho de que la piratería era algo sumamente extendido, a pesar de que, en última instancia, los precios no distaban demasiado de los que finalmente tendría el producto original en sí. Una cinta cassette pirata podía costar unas 300 pesetas de la época, mientras que un producto oficial lo podíamos conseguir por las famosas 875 pesetillas. También estaba el software “budget”, que ofrecía precios similares al de los piratas y algunos títulos de calidad (como Amaurote, BMX Simulator o la serie Dizzy), pero ni aún así cedía el asunto. Inexplicablemente, los usuarios españoles por norma preferían tener su copia antes que el original, siendo auténticos representantes de lo que sería la típica picaresca española de la época, una broma que en verdad iba más allá de la mera travesura adolescente.

 

Ningún sistema parecía librarse de esta lacra, si bien los estudios señalaban que la plataforma más afectada por la piratería era el Commodore Amiga. Los cálculos dictaminaban que hasta un 60% del total del software que circulaba para esta computadora correspondían a copias piratas… una barbaridad que sin duda contribuyó a que este poderoso sistema cayera en desgracia. Pero los otros modelos tampoco se libraban del problema, con una cifra que en Spectrum, Amstrad CPC, Commodore 64 y MSX bien podía situarse en torno al 40%. Estos datos convertían a los españoles en uno de los países líderes en lo que a la venta de software fraudulento se refiere. Teniendo en cuenta que la industria del videojuego en España movía alrededor de los treinta y cinco millones de euros, bien nos podemos hacer una idea del nefasto papel de las ventas ilegales, un mercado negro que movilizaba cientos de millones de pesetas.

 

Rastro 3


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