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El videojuego como espacio físico

Fíjate en lo que hay a tu alrededor
Por Dayo

He oído tantas veces el término “living, breathing world” que prácticamente ha perdido su significado. Todos los videojuegos tienen mundos que viven y respiran; recuerdo haber leído en su día sobre lo real que se sentía el de Final Fantasy XII y, aunque eran otros tiempos, sus ciudades no eran precisamente lugares en los que sumergirse ni en aquél entonces. Incluso cuando los estudios se esmeran en recrear universos fantásticos acabamos ignorándolos las más de las veces porque tenemos tareas que llevar a cabo. Uno de los pequeños placeres que tenía antes era empezar una nueva partida en Oblivion y jugar roleando: me cambiaba la ropa, caminaba tranquilamente por las calles, dormía por las noches y etcétera, etcétera. Pero por elaborados que estén, rara vez veo a alguien contemplando estos mundos como algo más que una simulación, un trasfondo para fingir que hay vida.

 

Todo esto surge por un vídeo que descubrí hace unas semanas en el que se presentaba Los Santos, ciudad de GTA V, como un lugar real con su propia vida nocturna. No es la primera vez que veo algo así: el lanzamiento de las ediciones de PS4 y Xbox One ha propiciado la creación de vídeos como un documental sobre la fauna y flora submarinas de la región o un vídeo que contempla los graffiti que ilustran la ciudad. Estas son creaciones sorprendentes porque sus autores contemplan el espacio de juego no como un trasfondo para la recreación sino como lo que es a nivel diegético: una ciudad con su propia vida, historia e identidad. Hace meses oímos la historia de cómo la revista Time contrató a Ashley Gilbertson, fotógrafo de guerra él, para jugar a la edición de The Last of Us en PS4 y retratar lo que viera. Hace seis años Connery Kappeler hizo un machinima de Call of Duty 4: Modern Warfare tratando sus niveles como una serie de eventos en torno a los cuales podía posicionar cámaras para hacer cortometrajes. Más adelante seguiría haciéndolo con otros juegos como Crysis, yendo más allá de las barreras que impone el juego para contemplarlo como un suceso y no simplemente una serie de tareas interconectadas.

 

 

Todo intento de ver los universos que crean los videojuegos como algo más que un mapa a recorrer se agradecen. Las fotografías que corren por internet de GTA V son especiales más allá de su valor estético: se fijan en los detalles que ha creado el estudio, dejan que sea el propio ambiente el que hable y genere historias por su propia cuenta. Tantas veces nos encontramos ocupados y preocupados con cumplir los objetivos del juego, seguir la historia, pero son aquellos que se detienen y piensan que quizá esto sea algo más, que hay magia en esa esquina, en un movimiento, los que muestran cómo disfrutar realmente el medio. Uno de los vídeos que mejor me vende la nueva edición de GTA V es este: dura sólo 23 segundos, pero es mágico porque ocurre por propia decisión del jugador. Alguien llega de pronto y piensa que Grove Street pertenece a los Ballas, lo cual es inadmisible. En lugar de hacer lo que tantos otros harían, bajar del vehículo AK 47 en mano y coserlos a todos a balazos o, incluso, robar un tanque y arrasar con todo desde ahí, ese jugador decide tomárselo como algo personal y, en lugar de limitarse a jugar, interpreta la escena. Vídeos como ese o incluso este machinima tan estúpido de World of Warcraft sacan la auténtica magia de estos juegos a relucir ya que se los toman en serio, deciden sumergirse en ellos y ver hacia dónde les lleva la corriente.

 

El autor del vídeo que inició este artículo, The XXI, ha dedicado los últimos esfuerzos en su canal a retratar Los Santos en primera persona a través de las actividades más anodinas, desde conducir por la autopista respetando las señales de tráfico a pasear por la montaña. Hay algo fascinante y, al mismo tiempo, tranquilizador en esos vídeos, en cómo nos transportan a otro lugar y nos descubren para qué ha servido todo ese esfuerzo. Antes, cuando jugaba a Fallout 3, me gustaba volver a mi casa en Megatón para relajarme. En las ciudades me movía en tercera persona porque me permitía relacionarme mejor con el entorno; en lugar de correr de un lado a otro me limitaba a caminar. Ahora no parece que tenga tiempo o interés en prestar atención a lo que me muestran. Parece que me he saturado, que he dejado de sentir interés por esos universos mágicos y ahora simplemente los observo como un desafío a superar, una historia por desentrañar. Quizá debería relajarme y oler las rosas la próxima vez. Hay magia a la vuelta de cada esquina si se sabe buscar.


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