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Analisis The Legend of Zelda Breath of the Wild ,WIIU

Soplan vientos de cambio. 
Jueves 02 de Marzo de 2017 por Víctor Junquera

En mis tantos años de vida como la saga Zelda lleva, podría contar con los dedos de una mano los juegos capaces de marcar tanto la industria, de generar la ilusión y la expectación que generan los de la gran saga a la que pertenece el título que hoy nos ocupa. Y The Legend of Zelda: Breath of the Wild no es una excepción, siendo, sobradamente, uno de los que mejor será capaz de cumplir esas expectativas desproporcionadas. De alguna forma, estamos ante un nuevo hito en la historia del videojuego.

 

Siendo Breath of the Wild una experiencia que no cogerá por sorpresa a los más adeptos al mundillo por muchos de esos detalles que sí son revolucionarios para la saga Zelda, aunque no para el videojuego, consigue hacer que todas y cada una de esas características que siempre pueden recordar a algún otro referente de su género se vuelvan parte de un todo único y distinguido. Como ya se ha dicho más de una vez, no es sólo una combinación de mecánicas de exploración y combate, sino todo ello unido al ambiente de una saga que ya de por sí es ciertamente especial.

 

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Se habla del aprovechamiento del entorno de Far Cry 3, del combate de Dark Souls, de las atalayas de Assassin's Creed, del sigilo de The Phantom Pain,, del sense of wonder y la escala de Xenoblade Chronicles,... Hay una suma de pequeñas revoluciones del videojuego bien aprovechadas, y por supuesto se debe hablar de la expresividad, la animación y el disfrute del paseo de The Wind Waker, del nivel de detalle, la recolección y el aprovechamiento del escenario de Skyward Sword, de las notas en el mapa de Phantom Hourglass, del mundo medio roto, las mazmorras y su propósito de Majora's Mask, de la libertad de elección de camino de A Link Between Worlds, del ineludible legado de Ocarina of Time y su pasillo retorcido en el Templo del Bosque,... Aunque ciertamente lo más destacable es la exigencia y sensación de soledad y aventura del primer The Legend of Zelda para NES, atendiendo incluso a la intención original del señor Miyamoto, que buscaba esa interacción entre la gente para contarse secretos, hallazgos y rumores en vista de lo parco en explicaciones que es el juego (tanto aquel como este).

 

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Podría estar hasta mañana enumerando factores (más aún si añadiese spoilers) que hacen de Breath of the Wild esa curiosa mezcla de ideas, pero nada de esto importa en cuanto nos ponemos ante el juego real, cuando Link se despierta en la Meseta de los Albores y se le encomienda directamente la misión de acabar con Ganon, y todo, absolutamente todo lo que puedas hacer en esta gigantesca Hyrule, ya sea épico o ridículo, suma para aumentar las posibilidades de victoria.

 

Con esta premisa en la que realmente uno puede ir directamente a por el jefe final sin necesidad de pasar por los clásicos trámites de pueblos y mazmorras, Breath of the Wild te dice a la cara que es imposible que esto se pueda romper por ningún lado, con todo lo loco que pueda parecer. El mundo está abierto por completo desde el primer momento, permitiendo que sea el jugador quien decida cómo afrontar esa batalla final, si es tras cinco horas o tras cincuenta o quinientas, si es contando con toda la ayuda que se puede obtener por buscar 'el formato más típico' de Zelda, si es con tres o con trece corazones, si es con una rama de árbol o con la Espada Maestra, si es investigando qué ocurrió y por qué acabar con Ganon, o sencillamente hacerlo porque así lo indica una misión.

 

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Y toda la idea del juego sirve a esta libertad. Si en todo Zelda hay una mecánica diferenciadora recurrente como viajar en el tiempo o entre estaciones, cambiar de forma y ser un lobo, encoger de tamaño, navegar, volar o convertirse en pintura por una pared, sin duda la acción clave en Breath of the Wild es escalar, un mecanismo tan simple como pegarte a una pared y empezar a trepar hasta que el medidor de aguante lo permita, es capaz de generar tantísima satisfacción sabiendo que la única limitación está en que el jugador sepa por dónde o en qué momento escalar, y algo tan simple eleva la profundidad del juego hasta un punto en que no deja de sorprender.

 

A cambio de esa libertad, por supuesto, se ganan y se pierden detalles dependiendo de con quién se compare. Breath of the Wild brilla a nivel narrativo precisamente por deconstruir una trama bien simple en algo con infinidad de capas donde todo suma, donde una conversación con un NPC cualquiera que nos cruzamos trotando por los caminos de Hyrule sirve para conocer más detalles de una zona que de primeras siempre resulta ajena y hostil, las páginas de un diario pueden tener información más relevante sobre los hechos de la trama que las propias secuencias no jugables, y la trama a descubrir no tiene un orden fijo ni una relevancia real en la misión principal, de nuevo, sirviendo a esa libertad absoluta capaz de abrumar incluso después de varias decenas de horas a los mandos de este nuevo Link.

 

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Un Link que también viene a demostrar lo rupturista que es Breath of the Wild con respecto al resto de la saga, un Link que ha de cambiar de armas constantemente para adaptarse a la situación y el enemigo, con un inventario ilimitado repleto de objetos recogidos que puede que ni sepas para qué se utilizan, que no sigue un camino preestablecido y limitado por barreras invisibles,... un Link diferente, lejos de muchos de los convencionalismos de la saga, pero a la vez un Link familiar, ducho en esgrima, equitación, tiro con arco, resolución de puzles e ingeniosas respuestas mudas.

 

Y sé que cualquier cosa que diga sobre The Legend of Zelda: Breath of the Wild se quedará corta en comparación a ese momento de empezar a explorar y sentir el miedo a la vez que emoción hacia lo desconocido. Tras más de 80 horas de juego, aún siento que me queda mucho por ver a pesar de haber, como poco, sobrevolado todo el mapa. Todo está lleno de vida, constantemente vago de un objetivo a otro, encuentro a alguien con quien hablar que me da una pista sobre alguna leyenda local, descubro un santuario en la lejanía al que ir para resolver un entuerto y poder aumentar el medidor de vida o el de aguante, pero mientras veo una formación de piedras con una forma extraña, una silueta que altera hasta el menor de los T.O.C., un tesoro hundido en un pequeño pantano o un grupo de enemigos que custodia un buen botín. Todo esto a medida que recolecto setas y flores, cazo, decido si huyo o me enfrento a la imponente presencia de esos Guardianes mecánicos o me desvío porque aquel pequeño conjunto de islas tiene muy buena pinta. O sencillamente mientras observo las increíbles animaciones de la fauna entre briznas de hierba meciéndose al viento que me hacen estar como en un sueño de fantasía. Es aventura constante, con todas las letras.

 

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Naturalmente hay puntos reprochables si nos ponemos a mirar más la tecnología que la técnica, pero sinceramente, no veo que unas caídas de framerate que no afectan a la experiencia sean un motivo más que suficiente para quitarle el 10. Podrían serlo la escasez de 'mazmorras' o lo que se podría considerar como mazmorras al uso en cualquier otro Zelda (aunque sean brillantes) o la simpleza de muchos jefes finales (o 'enemigos con barra de vida grande', que el concepto de jefe también se difumina), pero de nuevo, aquí habría que tener en cuenta con qué se compara.

 

Y The Legend of Zelda: Breath of the Wild no tiene comparación posible con otros juegos de su misma saga, y ni siquiera busca comparación con otros juegos de mundo abierto o con la lista de nombres anteriormente mencionada. La parte mala es pensar en cómo podremos volver a un Zelda 'de los de antes' después de Breath of the Wild o qué será lo próximo que puedan hacer para mejorar algo que ya parece inabarcable. La parte buena, es que esta entrega es tan diferente que ni mucho menos busca evitar que el 'estilo clásico' desaparezca, al igual que después de Ocarina of Time se siguieron haciendo Zelda 2D, lo que antes era ese 'estilo clásico'.

 

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Un estilo clásico que, de todos modos, seguirá siendo necesario para que Zelda continúe con la actitud 'user friendly' de Nintendo, ya que cabe recomendar que Breath of the Wild es un juego muy exigente, considerablemente difícil y lejos de esa faceta de la compañía que abraza a todo tipo de jugadores, por novatos que sean. Pero, quién sabe, quizá sirva como nuevo punto de partida para que los niños de hoy puedan ser los 'en mis tiempos había juegos más difíciles' del mañana. O quizá a partir de ahora los videojuegos empiecen a tomar más en serio al jugador.

 

Y aún con toda esa diferenciación, consigue tener ese punto inimitable e irresistible para el fan, entre diálogos curiosos, personajes estrafalarios, puzles impecables y, cómo no, la banda sonora que sabe destacar más por su sutileza durante la exploración, pero también sabe agradar y contagiar el ritmillo en poblaciones, minijuegos, pruebas, combates, y, por qué no decirlo, sabe deleitar por completo durante todo un tramo final de órdago.

 

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No querría que todo fuese una sucesión de alabanzas pero no os voy a hacer de ficha técnica del juego, ni mucho menos os hablaré de detalles de su trama o de los innumerables secretos y sorpresas que esconde Breath of the Wild. Y aunque tampoco quisiera volver a incidir en las infinitas posibilidades para pasar por una zona o para salir del paso en alguna situación, sí que quisiera destacar que toda esa maravilla de mundo no se sentiría igual de vivo sin los cambios que ocurren entre el día, la tarde y la noche y sin lo que afectan el clima y la temperatura, no sólo a la exploración sino también al combate, con ejemplos ya conocidos como que el equipo metálico atrae rayos en las tormentas o que bajo la lluvia cuidado con escalar que resbala, y otros tantos no tan conocidos como que una flecha explosiva no funciona si llueve y te estalla en las manos en una zona de calor extremo, que la comida adquiere propiedades diferentes dependiendo del entorno o que para el frío hay más soluciones que la ropa o la comida picante, como una antorcha encendida o ciertas armas a la espalda.

 

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Es tal el nivel de detallismo puesto en The Legend of Zelda: Breath of the Wild y es tal la cantidad de contenido del juego que parece imposible de abarcar en una vida entera. Y una vida entera llevo jugando, y puedo contar con los dedos de una mano los videojuegos que han conseguido sorprenderme, engancharme y maravillarme tanto como Breath of the Wild. Puede que no llegue a ser uno de esos juegos que revoluciona por completo un género, pero sí que lo evoluciona con creces. Puede no ser tanto el equivalente al Super Mario 64 de los plataformas, pero sí que puede ser el Half-Life de los FPS. Breath of the Wild no sólo es una nueva forma de reciclar y presentar una saga con treinta años de historia, como bien han hecho otras sagas de renombre recientemente buscando nuevos enfoques. Breath of the Wild es una nueva forma, y es la mejor forma, de presentar un mundo abierto que ahora por fin merece esa etiqueta. Una revolución en toda regla, y por grandilocuente que parezca, uno de los que merece estar en el panteón de los mejores videojuegos de nuestra corta pero intensa historia.

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