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Analisis The Music Machine ,PC

Amor a quemarropa.
Sábado 25 de Junio de 2016 por Diego Emegé

Aquí estoy, dentro de una iglesia sin puertas.  La luz se filtra por unas ventanas dibujadas en las paredes negras dando vida amarilla a las formas que pueblan la estancia. La austeridad eclesial solo deja a la vista una extraña selección de posesiones en este edificio abandonado: un cono en el centro, un órgano con pocas teclas, velas encendidas. ¿Qué hago aquí? Solo sé que en toda esta isla, era el último sitio que parecía tener sentido, pero quizá no esté pensada para mí. Quizá esta isla no esté pensada para los personajes de The Music Machine. Lo mejor de este título es, sin duda, los entornos o espacios: planos, bicromos, negros y rojos, verdes o naranjas.

 

Ya sé cómo interactuar con el órgano. Sigo la secuencia, algo se activa y veo que un sobre el cono aparece algo que emite partículas. Lo toco y me lleva a otro lugar en el momento. Ante mí, una carretera se extiende hacia el horizonte, negro, sangriento. Ante mí, postes telefónicos sin cables. Ante mí, hueso y aire de hormigón. No lo entiendo. Veo partes de una granja, un granero, un establo; las bestias respiran, pero no se mueven. En el interior de un cobertizo el suelo es una rejilla por la que debería filtrarse la sangre de la carne que habría colgado de los garfios que penden del techo.

 

 

Es un lugar incómodo y huele mal: al inspeccionar las jaulas comienza el diálogo entre una niña de 13 años y su fantasma. Son Haley y Quintin, los personajes principales de The Music Machine. Son la lente que usamos para ver el mundo, los que nos dejan saber que huele mal, los que dicen que las bestias respiran. Aportan detalles de un mundo que se niega a reflejarlos, para bien y para mal.

 

La historia se deja ver desde muy pronto: Haley, una niña, se enamora de Quintin, un hombre solitario de 34 años, y él la rechaza. «No eres más que una niña», le dice mientras exploran los pasillos oscuros de un sótano: «Hablas como una persona adulta. Empiezas a parecerte a una persona adulta. A veces piensas como una persona adulta. Pero las personas adultas no van corriendo a decirle a papá que han abusado de ellas si alguien las rechaza».

 

 

«Papá», según Quintin, le llenó de plomo. Para vengarse, el ente en que se ha convertido Quintin posee a Haley con el fin de acabar con su vida de la forma más horrenda que se pueda. Cualquiera que juegue unos minutos a The Music Machine no verá nada chocante en este planteamiento narrativo. Lo que sí que es chocante es el flagrante desapego que hay hacia la temática planteada. Estamos hablando de una acusación de violación que desencadena el «nacimiento» de un fantasma que despoja de control a la acusadora y se lo regala a un tercero, el jugador. Pero el juego no quiere comprometerse a pesar de la posesión. Haley quiere seguir siendo amiga de Quintin, a pesar de que éste quiera encontrar a un asesino en serie en potencia.

 

Los entornos que encontramos son deliciosamente perversos: abandonados, macabros, tóxicos, dañinos. Todas estas cualidades solo son explícitas en boca de nuestros guías, responsables de completar la experiencia sensorial con sus reflexiones. En ocasiones son necesarias, pero otras veces redundan en detalles obvios que dejan al descubierto las intenciones del desarrollador. Está bien que esta costumbre no se manifieste tanto como podría, pero cuando lo hace, echa por tierra cualquier terror existencial que hayamos encontrado al jugar. Ejemplo: vemos una mesa ensangrentada y nos asustamos, pero Haley y Quintin comentan exactamente lo mismo que estamos sintiendo. Se disipa nuestra incomodidad, porque esa mesa ya no se relaciona con nosotros, sino con ellos. Por eso, lo que realmente nos sienta como un susurro inesperado en la oscuridad no es la mesa ensangrentada, sino los esqueletos de edificios de nueve plantas.

 

 

Esto no quiere decir que el diálogo dramático esté de más. El guion logra darnos nauseas de lo crudo que es en ocasiones, porque no se queda en la superficie melodramática, sino que entra a pinchar con discusiones macabras ante el terror mágico al que nos enfrentamos. El diálogo parece incidir en la premisa ya de por sí alarmante pasando por alto la gravedad de la situación. El núcleo de esta historia deja ver a dos personajes heridos profundamente, pero cuando esa realidad empieza a entrar en contacto con el horror de un mundo más grande del que podrían comprender, las dos fachadas se desmoronan cuando interactúan, para sufrimiento del jugador. No obstante, cuando la historia separa el drama del horror, consigue encontrar reacciones muy positivas que podrían justificar que cualquier lector que haya llegado hasta aquí se anime con The Music Machine.

7.5
/ 10

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