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Envoltorios más ricos que el relleno

Sigo volviendo al pasado
Por Rafa del Río

Ha llegado un momento en que los adornos de la tarta nos seducen más que el bizcocho con el que está hecha. Miramos el escaparate de una pastelería y nuestros ojos caen seducidos por el azúcar rosa que cubre el dulce, por los toppings de chocolate y las letras edulcoradas en las que se lee “cómeme”. La artista pastelera ha realizado un trabajo tan bonito que no nos importa ni su sabor; tan solo queremos ponerlo en el centro de una mesa y conseguir que ésta luzca más gracias a ella. No hablo de pastelería, hablo de videojuegos. Títulos como Masacre aspiran a esta máxima. Lo que se insiste en mostrar de él, e incluso lo que el videojugador busca, no es que tenga un sabor exquisito, sino que la pinta superficial te haga troncharte de risa ¿qué ocurrirá si luego sus mecánicas no funcionan o se hace aburrido a los mandos? Sinceramente, nos lo esperamos y ¿a quién le importa?

 

Porque realizar todo este trabajo decorativo no es fácil, es un arte. Duke Nukem Forever fue un despropósito, una basura que se hacía muy cuesta arriba jugar, pero hubo hasta jugadores que afirmaron que se habían divertido, que se lo habían pasado bien. Como dije, decorar un título es un arte, conseguir dejar al jugador con una sensación de “oye, pues hasta me he divertido” con un título que cuenta con un 49 en metacritic no es moco de pavo.

 

Es algo similar a lo que hace Coca-Cola. La marca no vende un producto refrescante que además le arranca el óxido a las cucharas, cura problemas estomacales y quita las manchas en la ropa blanca (en serio), Coca-Cola vende felicidad. A su vez, Masacre no vende un videojuego, vende humor negro y Duke Nukem vendió humor varonil. A veces esta jugada te puede estallar en la cara, recordemos el caso de Naughty Bear. La gamberrada de 505 Games nos ofrecía algo tan atractivo como un osito de peluche encabronado en una sangrienta vendetta contra el resto de sus congéneres por no haberle invitado a una fiesta ¡Llévense mi dinero y póngame tres! Pero cuando llegaron los análisis y las reacciones de la prensa y público, cuando pudimos probar el relleno y dejar de lado la cobertura escarchada, descubrimos que nos habíamos dejado seducir antes de tiempo. Aún así, la jugada no les debió salir mal del todo ya que Naughty Bear contó con una segunda parte: “Naughty Bear: Panic in Paradise”. Pero claro, los chistes que te hicieron ir a la pastelería una vez, no te hacen volver si lo que compraste no era realmente bueno.

 

A veces lo superficial y el interior se alían para producir algo riquísimo

 

Dejarse seducir por la cobertura es cierto que en muchas ocasiones puede ser un error, pero a veces el interior acompaña, hablo, como no, de Ni No Kuni. El RPG de Level 5 nunca fue un RPG, fue un cuento de Ghibli que ver en nuestra PS3, así llegamos todos a él. Tras disfrutar con La Princesa Mononoke o El Viaje de Chihiro, Ni No Kuni llegó con la premisa de sumergirnos en otro mundo mágico de los narradores japoneses. Qué sorpresa al descubrir que Level 5 no se había dormido en los laureles. Al rico topping le acompañaba un excelente relleno.

 

Pero lo de Ni No Kuni fue un caso excepcional, una rareza. Normalmente, cuando se ofrece algo exterior tan seductor, el interior es una piltrafa. Suda 51 es un mago en la ejecución de este concepto, sus videojuegos hay que cogerlos con pinzas. Vende una idea, vende sexo, violencia y obscenidad. A veces le sale bien, como sucedió con Shadows of the Damned, otras no tan bien como con Lollipop Chainsaw, lo que consigue que ese Killer is Dead me escame pese a que se digan cosas buenas de él. El juego tiene katanas, chicas y un tío molón ¿pero hasta qué punto puede esto mantenerse si cuando nos llegue descubramos que no tiene una buena base detrás? ¿cuántas veces tiene Masacre que reírse de Lobezno para conseguir un buen ritmo de juego? ¿a cuántas gemelas rubias tiene que seducir Duke para que no apaguemos la consola?

 

Hay que aceptarlo, hay juegos con una decoración tan trabajada y dulzona, tan conseguida, que poco nos importa que el interior sepa a culo de mono sudado. Y poco a poco, esto se está convirtiendo en un arte, más allá de intentar engañarnos con una buena pinta y un mal interior.


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