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Analisis Army Corps of Hell PSVITA

Martes 28 de Febrero de 2012 por Víctor Junquera
Va un hombre por un aeropuerto y al pasar por el detector y pitar, el guardia le dice: ?Señor, saque todo el metal que lleva dentro.? Le hace caso, y se pone a desarrollar Army Corps of Hell. ¿No es la versión del chiste que esperabais? Tras dos minutos con este experimento de Square Enix lo entenderíais, y es que no vale sólo con calaveras, goblins y horribles demonios para hacer una versión ?mature? del Pikmin de Nintendo, no. También hacen falta guitarras.

Army Corps of Hell viene a ser eso, un Pikmin, un personaje dios que lleva a un número de unidades a sus órdenes que le ayudan a llevar a cabo cometidos como acabar enemigos y recolectar bienes, sólo que en vez de en un paraíso boscoso entre criaturas monas, es en las puertas del inframundo, entre rocas, llamas, relámpagos y esqueletos con abominaciones que abatir, a las que arrancar su carne y sus entrañas para luego mejorar el equipamiento de nuestros secuaces realizando alquimia con huesos, pieles, corazones, ojos y escamas. Suena gore, pero tampoco lo es tanto.

Somos el Rey del Infierno, desterrado, que intenta recuperar su trono y para ello utiliza a un ejército de goblins que le obedecen sin pestañear, y en manada van recuperando territorios. A medida que avanzamos desbloqueamos nuevas unidades, y una mayor capacidad para formar equipos más variados, y es que comenzamos siendo sólo una calavera con capa flotante que lleva unas pocas decenas de soldados corrientes y molientes. Controlamos a ese esqueleto, lo movemos y evitamos los envites enemigos con un movimiento de dash corto, y tratamos de mantenerlo a salvo mientras mandamos a nuestras tropas a la batalla.

Estos soldados rasos se pegan al enemigo hasta que acaban con su vida, y al juntarse muchos sobre una sóla criatura, hacen un ataque especial que, por norma general, hace que el monstruo explote en sangre y vísceras. Más adelante podremos equipar a nuestros seguidores con lanzas, y se convierten en unidades que se abalanzan en grupo en línea recta con ataques rápidos y precisos. Poco más adelante, dotaremos de magia a estas huestes del infierno, y podrán lanzar ataques a distancia, guiados y dispersos aunque con un tiempo de carga necesario.

Estos tres tipos de unidades, los Pikmins rojos, azules y amarillos (cambiamos éstos por verdes y listo), son los que nos dan la victoria a lo largo de cada una de las plataformas que forman cada nivel. Poca variedad en este aspecto, casi medio centenar de fases y no hay cambio alguno más que en los enemigos que aparecen en cada fase o en la distribución de las trampas de fuego y rayos que pueden acabar con nuestros pequeños followers sin que nos demos cuenta, y tampoco es que haya mucho repertorio aparte de gigantescos y horribles jefes finales que aparecen cada varias pantallas con mecánicas que nos hacen cavilar un poco más de lo normal. Todo esto, claro, con un metal loco de fondo constante, rasgueos, agudos y gritos del infierno que, la verdad, no sólo ambientan todo esto a la perfección, sino que lo hacen mejor, más inmersivo y hasta más divertido, para lo simple que puede resultar el juego. Entendemos que no será para todos los gustos, pero la relación ambientación-estética-música es de 10/10.

Si pasan 5 minutos, 15 minutos, 40 minutos, un par de horas y ves que sigues entretenido, podrás seguir todo lo que quieras, porque la cosa no cambiará un ápice, pero es extrañamente divertida. Puede que influya también un factor psicópata en el analista, no lo vamos a negar, pero esto engancha, y su sinceridad le hace grande. Army Corps of Hell no busca contar una epopeya memorable ni intenta dar una variedad constante que sorprenda al jugador en cada giro. Es lo que es, y lo hace bien.

Y hasta tiene alguna chorradita jugable que es más curiosa que efectiva, microjuegos para activar items, tambores que recuperan la vida de este Señor del Mal mediante adoraciones de sus secuaces, rasgueos de guitarras demoníacas que aumentan el coraje de los soldados, cuernos de guerra,... Todo muy en la línea general del juego, y hasta nos obligan a ?estrenar? el touchpad trasero para conseguir un mayor efecto del objeto.

Quizá el mayor problema radique en lo que cada uno esté dispuesto a pagar por un álbum interactivo de clichés del heavy metal, pero desde el primer momento advierte de que esto no lleva más pretensiones, ni cinemáticas espectaculares, ni momentos épicos. Ni siquiera es uno de esos con los que fardar de nueva consola. Es más, si lo disfrutas, no lo muestres, degústalo en la intimidad, pero no cuentes con que a cualquiera vaya a entrarle de la misma forma.

Como comparativas, y ya no con el excepcional Pikmin, guarda ciertos parecidos con Ninety-Nine Nights o con Overlord en la relación casposidad/adicción. No es apuntar muy alto, pero si entretener es lo que busca, hay que decir que por aquí ya tiene algún seguidor. Aunque con sinceridad y dejando filias extrañas aparte, no es una gran creación, ni se le acerca, por muy extrañamente entretenida que sea. Es difícil que entre, ni por los ojos ni por las manos, aunque tal vez sí por los oídos. Es repetitivo, es simple,... Pero qué coño, no está mal.

NOTA FINAL: 6
9

/ 10


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