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Analisis El Señor de los Anillos La Guerra del Norte PC

Lunes 14 de Noviembre de 2011 por Alejandro Pascual
Gandalf decía que No importa el momento que nos ha tocado vivir. Lo importante es qué hacer con el tiempo que se nos ha dado. Por eso, puede que vivamos en un reino dominado por fuerzas oscuras de la simplicidad y el botón rápido, pero está en mano de cada nueva obra que nace decidir cómo quiere formar parte de esta historia.



¿Qué hacer, entonces, con este alumno? Porque El Señor de los Anillos La Guerra del Norte es un estudiante, de eso no hay duda. Ha aprendido todo lo que hay que hacer bien en un juego de rol y, lamentablemente, ha escogido el camino fácil.

Aún tras haber concluido la sesión de juego, es imposible dejar de preguntarse por qué. Aun habiendo escogido la peor fecha de lanzamiento posible, seguimos cuestionándose si este no habría podido ser el mejor título basado en la obra de Tolkien jamás hecho. Porque, quizá por la poca atención ante tanto peso pesado, lo primero que ofrece La Guerra del Norte es una sorpresa. En su técnica. En sus bellos parajes. En su estructura a medio camino entre la acción y el rol siguiendo la constelación de BioWare. Y, sin embargo, la última de todas las sorpresas que el juego te desvela es su falta de corazón.

No es su escala la mejor de las presentaciones, pero las zonas tranquilas que el juego presenta, como Bree y la Posada del Pony Pisador, el campamento de los Montaraces o Rivendell (quizá una de las mejores representaciones de la ciudad élfica) son una declaración de intenciones. Una pausa que cobra ritmo. Un alto en el camino para hablar, investigar y adentrarte aún más en el universo de ESDLA.

Pero, una vez descansados, volvemos a la coletilla de acción desenfrenada. Nunca mejor dicho. La Guerra del Norte no pone freno a las innumerables batallas constantes, incesantes, desproporcionadas, toscas, repetitivas, desmedidas y aburridas que simulan más un modo Horda (que también lo hay) que un verdadero juego de Rol.

Snowblind ha elegido sucumbir ante el anillo. No hay duda. Ha creado un mundo de ensueño, con algunos horizontes que te hacen suspirar que venga la calma, pero el juego no da lugar para respiro alguno. Los personajes, vacíos y desangelados, no son más que meras marionetas al servicio del espadazo machacabotón y del truco de magia barato (y, ya de paso, saltándose todas las reglas mágicas de este fabuloso mundo). Horda tras horda de orco que aparece por arte de magia ante tus ojos sin tan siquiera la delicadeza de aparecer detrás de una roca, este alumno aventajado ha decidido por nosotros que lo que el jugador de rol quiere es aleatoriedad, ritmo cardíaco y sangre a borbotones. Quizá no se paró a pensar que un aficionado al Señor de los Anillos, lejos ya del boom mediático de sus películas, habría preferido recorrer la Tierra Media igual que lo hacen los hijos de Skyrim: recreándose en la belleza del camino, cantando la canción de Bilbo Bolsón, sin dejar un rastro de miguitas de goblin muerto a su paso. La guerra es cruda, claro, pero cuando vemos matar en un nivel a más orcos que todas las películas de Jackson juntas, algo no funciona en la Tierra Media.

Las malas decisiones, o dejadas al azar mal programado, se apelotonan nivel tras nivel. Un espejo que nos cambia el aspecto, que aparece solo en un campamento base y que no nos permite modificar más que una apariencia y esta vuelva a la normalidad cuando hacemos lo propio con otro personaje. La imposibilidad de cambiar de héroe de forma natural, o subir la clase de tus compañeros si no tomas su rol en el siguiente nivel. La esperpéntica Inteligencia Artificial que nos rodea, tanto de amigos como enemigos. Todas las elecciones que requerían algo de esfuerzo detallista empantanan una y otra vez nuestro viaje por el Norte.

Quizá Snowblind debería haberse vuelto loca. Inventar una historia nueva, del presente o el pasado como los descendientes de Tolkien. Crear unos personajes por los que de verdad sintiéramos una empatía que nos hiciera querer saber más de su pasado y de su futuro. O puede que algo tan simple como andar y recrearse en cada hoguera y en cada cueva. En cambio, han convertido el universo de Tolkien en un estudio de mercado. Uno de esos que dan como resultado que la gente quiere buenos gráficos, espadazos por doquier sin parar y sin parar y, oye, ya que va de El Señor de los Anillos, vamos a leernos el Silmarillion a ver qué dice. ¡Ah!, y muchos trolls. Muchos, muchos trolls.

El resultado, evidentemente, tiene de todo menos personalidad. No vamos a decir que si eres un amante de la acción pura y dura y descabellada te gustará porque, si es así, no estarás leyendo esto. Es más, es un gran juego para aquellos jugadores que van con ojo clínico, que juegan no sólo para divertirse sino para aprender tanto de los aciertos como de los errores. Un gran sujeto de pruebas, sin duda, para un análisis. Pero en cuanto a su misión principal, la de divertir y suscitar emociones, envolver al jugador en un universo legendario y, de paso, ampliarlo con una buena historia, La Guerra del Norte es un experimento vacío. Es bonito, tiene horas de duración y los combates son resultones. Si tan sólo no hubiera veinte enemigos por minuto... Gandalf estaría decepcionado.

NOTA FINAL: 6
9

/ 10


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