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Confesiones de un padre jugón 3DS

Videojuegos, niños, estudios médicos y tonterías varias
Miercoles 12 de Febrero de 2014 por Colaboradores

Por: Rafa del Río

 

Buenos días, me llamo Rafa, tengo 35 años y soy padre, adicto a los videojuegos y, ya puestos, calvo. Lo de calvo es de hace poquito, pero lo de los videojuegos me viene de lejos: A los tres años, a mi viejo se le ocurrió ponerme a los mandos del Gálaga en un salón arcade y la lió. Lo siguiente fue el viejo Spectrum, compañero de fatigas, jueguecitos imposibles -maldito Abu Simbel, Profanation- y horas y horas de sueños. Luego vinieron NES y Master System, Mega Drive, Super Nintendo, la gris de Sony, Sega Saturn, Nintendo 64 -la gran N siempre un paso por detrás del resto-, Game Cube, Play 2, Xbox, que pese a ser la primera fue tan sólo Xbox, mientras que a la tercera la bautizarían One, demostrando que, para Microsoft, las matemáticas son algo fortuito...

 

Pero perdonad, que me pierdo, el caso es que me gustan los juegos desde chiquitín.

 

Lo de ser padre me viene de hace un par de añitos. Tuve la suerte de conocer a esa persona especial, engañarla para que se casara conmigo y, un año después, tener una preciosa criatura a la que llamaremos Ana, básicamente porque ese es su nombre.

 

 

Yo... soy... tu padre.

 

Ser padre acojona mucho, tanto que ahora entiendo a Darth Vader. Durante el embarazo la cosa está bien: pasas más tiempo en casa ocupándote de tu pareja -o de tu bebé si eres la madre-, y te pegas unos partidazos geniales a la consola. Mi mujer y yo nos hicimos Uncharted 2, Skyrim, Dead Island y Gears of War 3 y fue una gozada. Pero claro, al final el ambrazo acaba, la criatura nace y empiezas a acostumbrarte a cuidar de ella: Baños, bibes, controlar tu vida en lapsos de dos horas entre pañales, tomas, siestas, trabajos, limpiezas de culito... Cuando quieres darte cuenta la niña tiene dos meses y llevas sin jugar el mismo tiempo. La consola se ha acabado para ti, y bueno, es ley de vida, algún día tenías que madurar...

 

O no.

 

Un día llegas a casa y tu mujer ha encendido la Play y te ha dejado el mando sobre el sillón, hay un café de esos de Kaiku, fresquito, al lado -o un whisky-, y descubres que tu esposa se acaba de ganar el título de mejor persona del universo conocido y más. Coges el mando, sólo un ratito, y los baños, las toallitas, los pañales, las siestas... Cobran mucho más sentido mientras descubres que vuelves a estar en casa. Relajado a tope.

 

Guía para el padre jugón.

 

¿Se puede compaginar lo de tener un bebé con jugar a la consola? Sí, pero hay que tener varias cosas en cuenta: No os olvidéis tener un despertador a mano para controlar el tiempo y la oreja puesta por si el bebé llora, que si un gran poder requiere una gran responsabilidad, un hijo es como un gran poder pero más.

 

Otra cosa a tener en cuenta es la temática de los videojuegos. Los primeros meses -esos en los que los padres somos zombies del Resident Evil por culpa de la falta de sueño y el bombardeo psicológico de los llantos-, la criatura anda un poco perdida. Sin embargo, con el tiempo empieza a percatarse de todo y hay que tener cuidado, aunque esto no signifique que haya que limitarse a los juegos para niños y los simuladores deportivos.

 

Os pareceré un padre horrible, pero me he dado cuenta de que puedo estar jugando tranquilamente a un shooter sin que mi hija mire la pantalla ni una sola vez porque lo que hay en la tele no le interesa. Call of Duty 2012 y 2013 -es más cómodo llamarlos así-, Fallout 3, Grand Theft Auto V... Cierto que tengo el dedo cerca del botón de pausa por si acaso, pero es poner esos juegos y ver cómo Ana se tumba a echar una siesta o se pone a jugar con la cocinita que le trajeron los Reyes -los magos, que últimamente los Borbones no están muy desprendidos que digamos-.

 

 

Hombre, tampoco me voy a poner a jugar a un Dead Island Riptide o un Walking Dead, pero sí que nos pasamos juntos Saints Row IV. ¿El truco? Me hice un personaje igualito a mí, le puse un abrigo negro y una mochila de gatito, rosa, y cada vez que jugaba, lo único que la peque veía era... ¡¡Al gatito!! A lo mejor estoy pidiendo una visita de los de asuntos sociales, pero funcionó.

 

Lo que no funcionó fue el tema de los juegos infantiles. Tanto Viva Piñata como LittleBigPlanet le causaban más llanto que otra cosa, supongo que porque tanto bicho suelto y ciertas ambientaciones por las que correteaba el sackboy le daban mal rollito, y al ser imágenes pensadas para los peques sí que le interesaban. La experiencia con Kinectimals casi termina en tragedia, que tuvimos que cambiar la tele por otra más pequeña que cupiera mejor en el mueble para que la niña no pudiera darle manotazos.

 

Si critican, que critiquen.

 

Siempre habrá un iluminati que considere que jugar a la consola con la niña cerca no está bien, que debería crecer en un ambiente de armonía y flores del color del amor, y que hasta el más mínimo desvío de esta utopía de la enseñanza que empapa los dibujos animados actuales es un delito contra la infancia. También están esos amantes de la teoría de que los LED atrofian los nervios ópticos de los chiquillos, los que dicen que los videojuegos causan hiperactividad y quien habla de “Nintendos satánicos”.

 

 

Yo de eso no sé nada. De lo que sí que sé es de la existencia de numerosos estudios que demuestran que los videojuegos desarrollan la comprensión, activan el desarrollo cerebral y aumentan habilidades motrices como la coordinación mano-ojo. Lo que sí sé es que los videojuegos aumentan la neuroplasticidad o plasticidad cerebral, y que se usan como terapia para combatir el estrés post-traumático, la esquizofrenia o incluso el Alzheimer. Y de lo que estoy totalmente seguro, pues lo he visto con mis propios ojos, es de que los videojuegos se pueden utilizar como terapia de sustitución para casos tan terribles como la adicción a las drogas o situaciones traumáticas como el fallecimiento de un ser querido o un divorcio.

 

Por supuesto no voy a ser uno de esos padres que tienen a su hija enganchada a la consola para que no dé el coñazo, y os confieso que ver a esos chiquillos sentados en un parque o la terraza de un bar enganchados a una DS o a un móvil me da repelús. Pero ya sabéis eso del “in medio stat virtus”, así que tampoco voy a proteger a mi hija de las videoconsolas como si fueran el caldero del que surge la progenie maldita del menor nacido ni a prohibirle ver o disfrutar algo de lo que yo he tenido la suerte de disfrutar casi desde que tengo uso de razón.

 

No sé, tal vez me esté volviendo loco, pero creo que todos estos iluminados anti-sistema... de entretenimiento olvidan que muchos hemos crecido con esas tardes de domingo y la peli de turno de Clint Eastwood, los western de John Waynne y las pelis bélicas a lo cómic de Boxcar, vistas en un viejo televisor de 50 Hz que tiraba más rads que una botella de whiskey del Yermo, y con un refresh más porrillero que el ralentí de un vespino.

 

Lo siento pero no dejaré de jugar junto a mi hija. Nunca me he sentido mejor que el día en que, tras poner Lego Marvel Superhéroes en la Play3, ella se sentó en mi regazo y me ordenó jugar con Spider-man -“pipipá” para ella por aquel entonces-. Llamadme friki y sensiblero, pero ese día... Ese día me sentí como un auténtico Bid Daddy.

 

¡Nos leemos!


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