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Skyrim es mi nuevo santuario, mi nuevo videojuego para relajarme

Cuando necesitas huir del estres del videojuego
Por Rafa del Río

Esta semana ha sido bastante estresante a nivel de trabajo, con la niña malilla con el frío este que va y viene, como las ofertas del Plus o las promesas de Activision, y con los ecos de un viaje que se nos ha hecho muy cortito aún resonando en las paredes de casa. En medio de todo esto, y por mucho que me parezca un juego impecable, la necesidad de jugar Dishonored 2 de forma cautelosa, meditada y casi maratoniana de cara a su análisis, me ha dejado exhausto. 

 

Sep, soy consciente de que leído suena a coña, de que Dishonored 2 es un juego impecable -por algo se ha llevado un nueve en el análisis de esta misma página- y de que más se suda en la obra o la aceituna, pero eso no quita para que cuando tienes que enfrentarte a un juego complicado al que debes jugar bien para poder sacarle todo el jugo, probando sus diversas posibilidades y siendo minucioso en la exploración, al final llegue un momento en el que casi, casi, termines cogiéndole manía al juego. Y ojo, digo solo casi, pero ayer, cuando finalmente terminé el análisis, dejé el juego en la nevera, a costa de esa tercera vuelta que aún quiero darle, y me refugié en el que se ha convertido en mi nuevo santuario, el mundo al que huír cuando necesito un descanso y del que no me acabo de cansar por muchas vueltas que le de: Skyrim.

 

 

Los refugios se le dan bien a Bethesda

Adoro las sagas Elder Scrolls y Fallout, y las adoro no por la inmensidad de sus escenarios, la libertad de moverme a mi antojo y lo profundo de sus localizaciones, sino por la suma de todos estos elementos junto a uno que hace que, cada vez que necesito descansar, ya sea del estres de los videojuegos o de la vida diaria, termine volviendo a la Commonwealth, Oblivion, Skyrim, New vegas o incluso Morrowind: Son juegos que no me agobian con exigencias.

 

En Fallout y Elder Scrolls, como en el utópico Oasis de Ernest Cline, puedo ser yo mismo. No hay ninguna vocecita que me incite a avanzar, ningún letrero en la pantalla que me obligue a seguir este o ese camino ni ningún PNJ cansino que me repita una y otra vez que 'por ahí no, fulanito, zutanito necesita nuestra ayuda'. Cuando quiero descansar desactivo los indicadores de misión, me visto una armadura cómoda, dejo la mayor parte del equipo en alguna de mis casas, y me limito a vagar por los bosques en busca de caza e ingredientes para mis pociones, de nuevos alimentos para crear nuevas recetas o minerales, misiones ocultas e incluso ruinas élficas y minas abandonadas.

 

Me encanta la capacidad que tienen estos juegos para la narrativa emergente a pesar de ser algo que nunca se le ha reconocido tal logro a Bethesda, y cómo un simple paseo por el bosque puede terminar dando como resultado el hallazgo de unas minas de adularia, el campamento de una orden proscrita de nigromantes o un castillo abandonado con una interesante historia y un tesoro por descubrir. 

 

 

Necesito jugar a mi bola

Dishonored 2 es genial: bonito, profundo, enrevesado y complejo, pero a pesar de toda su libertad de acción y decisión tiene esa constante de fondo de 'rápido, cumple tu misión, véngate, recupera el trono', algo que es estupendo y maravilloso, pero que cuando llevas horas y horas jugando para marcarte un récord personal y un análisis, acaba por significar un desgaste mental interesante, sobre todo cuando ya no tienes 20 años y te bebes el café y las Monster como si fueran agua con colorante.

 

Es por eso que necesito descansar con juegos tranquilos en los que yo decida qué ritmo marcar. Juegos inmensos que me ofrezcan la posibilidad de ser casi un walk simulator, pero sin llegar a los extremos de Firewatch o Everybody's Gone to the Rapture. Juegos en los que el paseo pueda truncarse con un enfrentamiento o una búsqueda al más puro mazmorreo, pero en los que la decisión última de si luchar o no esté en tus manos. Sin agobios 

 

Bethesda es única en este tipo de videojuegos, tiene una personalidad tal que consigue que sintamos cada nuevo Fallout y cada nuevo Elder Scrolls como una posibilidad de volver a jugar al rol de siempre, no tanto en la interpretación del personaje como en la exploración de sus vastos universos, y es por esto por lo que siempre termino enamorado de sus juegos. Supongo que al final todo depende de quién juega y por qué. Habrá quien prefiera juegos antiguos para desconectar, shooters online modernos, o incluso algún título de la saga Souls, pero lo que es yo, me quedo con Fallout, con Elder Scrolls o, como mucho, con Thief y la gloriosa sensación de machacar cabezas sin demasiadas complicaciones y volar por las azoteas de Dying Light

 

¡Nos leemos!


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