El videojuego es muchas cosas, pero también es un juego en su manera más pura. El juego es uno de los elementos con los que la humanidad ha aprendido a serlo, a relacionarse y a crecer. Si juntas a varios niños que no se conocen, lo que suelen hacer es jugar a un juego que ya existe o inventarse uno al que disfrutar. Lo que sucede en ellos se queda con ellos y en su crecimiento.
A medida que han avanzado las edades y los años, estos juegos se han producido a través de nuevos soportes y medios, hasta llegar al videojuego. En los últimos años hemos sufrido un cambio en este. El videojuego ya no es solo una experiencia con principio y final, como un partido de fútbol que disfrutamos entre amigos. Ya no es solo la repetición de un mismo evento, es decir, varios partidos de fútbol que jugamos por disfrutar y en los que nos esforzamos de manera progresiva para mejorar. Ahora tiende a ser una misma experiencia infinita en la que el esfuerzo se sustituye o puede ser sustituido por el pago.
Si entendemos que el juego es un entorno que educa y forma sociedades, que forma parte del proceso educativo que nos lleva de ser niños a adultos, así como que el videojuego es parte de lo que llamamos ‘juego’, ¿qué adultos producirán los juegos en los que podemos elegir pagar para llegar a las mismas metas a las que llegábamos a través del esfuerzo?
En este contexto, podemos entender varios mensajes que pueden llegar a incrustarse en una mente poco formada y en la que el juego influye. En primer lugar, y el que considero más peligroso: pagando puedo conseguir algo hoy, esforzándome lo puedo conseguir pasado mañana. Con este pensamiento se desvirtúa algo que se obtiene a través del esfuerzo, ese algo que se consigue a través de la repetición de una tarea hasta domesticarla: la dominación de una disciplina, el fortalecimiento del carácter y el descubrirse a uno mismo interesado por actividades paralelas a esa tarea.
Para lavarse las manos con el tema de los micropagos, muchos títulos han decidido poner una condición de esfuerzo para evitar el desembolso económico; por ejemplo: gana mil combates y consigue a un nuevo luchador en lugar de pagar diez euros por él. Esta solución tampoco ofrece una real a este problema, es más, considero que lo hace peor. Os explico por qué.
Cuando nos esforzamos en algo hemos de ser conscientes de que no se consigue de la mañana a la noche, tenemos que aprender que hay que perseverar. Siempre que nos dedicamos a un trabajo duro vamos a tener un momento de poderosas dudas que nos van a querer hacer abandonar. Superar esas dudas se hace a través de una profunda reflexión contra uno mismo, lo que nos hace crecer y ser ´mejores’. La existencia de un atajo a través de un pago desvirtúa este proceso clave en la maduración del ser humano, pues cambia la reflexión por dinero y mata el esfuerzo.
Volviendo al principio del artículo, este problema no te va a pasar a ti o a mí. Yo tengo 35 años, he sido educado en la filosofía del esfuerzo porque cuando era pequeño no había atajos. En Super Mario Bros, la manera de superar mis carencias técnicas a los mandos, esas que me impedían pasarme un nivel era a través del ingenio porque, buscando, buscando, podía dar con una tubería que me llevaba a mundos lejanos. Pero de ese modo acababa encontrando en el mundo 8 un reto mayor capaz de explicarme que aún tenía que esforzarme mucho en niveles anteriores para poder superarlo. Eso ahora ha cambiado. Si el juego sirve verdaderamente para formar a la persona, si en el juego se encuentran los valores básicos que conforman sociedad y si el videojuego es efectivamente juego, ¿qué adultos producirán los juegos en los que podemos elegir pagar para llegar a las mismas metas a las que llegábamos a través del esfuerzo?