Metro Exodus pierde con los entornos abiertos y el aire libre

Metro seguramente sea una de las sagas características dentro del shooter contemporáneo para un jugador. Hace muchas cosas distintivas. La idea de comerciar con las balas, de recargar la batería de tu linterna y de gestionar los filtros de oxígeno, todo eso rematado con un contexto sobrenatural opresivo, es algo que te enamora si te gusta el survival postapocalíptico. Además es una historia bien escrita, al ser la adaptación de la obra literaria de Dmitri Glujovski.

 

El caso es que las aventuras de Artyom vuelven a trasladarse al videojuego por tercera vez, con un Metro Exodus que cambia las vías subterráneas por el aire libre, con todo lo que eso conlleva. Si bien es cierto que Last Light ya coqueteó con las salidas al exterior de manera más recurrente, en este directamente parece que pasaremos más tiempo entre árboles que entre túneles. Y eso me preocupa.

 

Lo visto en la Gamescom confirmó mis temores, y es que Metro Exodus tiene más de Far Cry que de Metro 2033. Y ya sé que es una demostración. En eventos así toca ser rimbombante y exprimir todo el tiempo del que dispones, así que enseñar situaciones de combate es algo lógico, y que las haya al aire libre se vende como la gran novedad. Sin embargo yo me enamoré de esta saga por los paseos en pasadizos oscuros, por las pausas en las que me tocaba recargar la linterna, por los momentos críticos en los que había cambiar el tipo de bala, encender el zippo… y de esto aún no se ha visto casi nada.

 

No sé hasta qué punto Metro Exodus puede seguir manteniendo su sello cuando la gran mayoría de entornos están iluminados, la acción parece más predominante y el factor paranormal apunta a perder peso. Tengo ganas de echarle el guante, de certificar que esto es una campaña publicitaria enfocada a un usuario que no soy yo, pero hoy por hoy esta tercera parte me genera dudas. Está bien que innove, pero ojalá no se lleve aquello que hace única a la saga en el camino.

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