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La soledad del entrenador Pokémon o cuando Oro encontró a Rojo

Los guerreros solitarios y sus bichillos
Por Adrián Suárez Mouriño

Una de las cosas que más me gustan de los Pokémon clásicos,  juegos casi en amarillo y negro y apenas con dos pinceladas de color, es la representación del entrenador. En Pokémon Rojo o Pokémon Oro encarnamos a un chaval anónimo, somos un niño más, somos mudos y con un rostro inexpresivo. Salimos de nuestras casas para enfrentarnos a una misión incierta y, rápidamente, el protagonismo de toda la avatarización se la llevan nuestros Pokémon, sobre todo el inicial, No decidimos, no opinamos… Solo avanzamos y avanzamos.

 

Esto siempre me ha transmitido una bonita sensación de soledad; algo así como un viaje de emociones densitas que convierten a un crío en persona. Cuando camino con mi mochila y mis pokéballs en busca del siguiente gimnasio, y me detiene un entrenador cualquiera en una ruta, me asalta y me desafía, siempre pienso que él está tan solo como mi héroe. Que, en realidad, no se quiere enfrentar a mí, sino que quiere jugar conmigo y tener un amigo. Por eso me gusta que se haya implementado en Pokémon Oro lo de que te den sus teléfonos y te llamen de vez en cuando.

 

Es decir, es como si en los Pokémon originales todos estuvieran solos y, gracias a sus monstruos de bolsillo, combatieran esa soledad. En los de 3D es más difícil apreciar esto. Hay demasiado color, las conversaciones que se mantienen con nosotros son más largas, hay rostros ya definidos… La sugerencia a este respecto es menor. Es fácil sentirse más acompañado en todo momento.

 

Todo este chorro de emociones, esta hermosa sensación de sentirse solo, de encontrar amigos a través del combate y que otros hacen lo mismo montando sus gimnasios, cobra muchísimo sentido cuando Oro se topa con Rojo.

 

 

Al final de Pokémon Oro, si subimos a lo más alto de Montaña Plateada, nos encontramos con un entrenador exiliado que se ha apartado de todo y de todos. Vive en la más absoluta soledad con sus Pokémon. Nos lo encontramos de espaldas, llamamos su atención y él nos desafía sin decirnos ni una sola palabra. Este personaje no es otro que el entrenador original de Pokémon Rojo. Otro niño anónimo que salió de su casa en busca de amistad, que cazó Pokémon como una cura a su soledad, ¿pero qué es lo que encontró en realidad? Tan solo más soledad. Fue un entrenador tan bueno que se quedó sin rivales. Se quedó sin nadie con quién jugar. Se quedó solo.

 

Pero Oro lo libera. Se enfrenta a él, luchan y Rojo pierde. Ya tiene otra persona con la que jugar, otro entrenador lo suficientemente fuerte para poder medirse de nuevo las caras en el futuro. Y Pokémon Oro acaba.

 

Con la llegada de las tres dimensiones a Pokémon estas sugerencias se matizan, el juego se vuelve más alegre y los entrenadores pierden esta energía. Es difícil ver la cara de pasmarote del de Ultrasol y pensar que se siente solo; además, va casi todo el tiempo con alguien. Pero las limitaciones a la hora de mostrar elementos en pantalla, de enseñar texto y de añadir color, le otorgan a los Pokémon originales la personalidad que a mí me gusta entender de estos guerreros solitarios. Benditas 2D. Benditas limitaciones técnicas.

 

Fuente de la imagen de portada


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