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La lógica del videojuego aplicada al mundo real

¿Nos ayudan los videojuegos en nuestro día a día?
Por Rafa del Río

Ah, los videojuegos y su perniciosa influencia en los jóvenes e impúberes que dejan que sus garras digitales y maliciosas se apoderen de sus mentes y comportamientos... Quien más, quien menos, fijo que alguna vez os habeis enfrentado a estos comentarios u opiniones, ya sea en el ámbito familiar, en vuestro círculo de amigos, en las noticias o en internet, la opinión del enterado de turno acerca de cómo jugar a Call of Duty hace que asesines a tu familia o cómo ver a una chica en bikini en Dead or Alive hace que le pierdas el respeto a tu madre. 

 

Siempre son casos terribles, opiniones muy 'certeras', y poco importa que al final la cosa no vaya muy allá o se hable de 'jueguicos' con el componente subjetivo que ello implica. Lo importante, al final, es que los videojuegos son malos y crean gente mala, nada que ver con el cine, la literatura y el quiditch

 

¿Acaso no tienen nada positivo?

Ya hemos hablado muchas veces -me harté de hablar de ello cuando entré en Mundogamers hace unos años- de todo lo bueno que aportan los videojuegos desde un punto de vista físico: aumenta la actividad cerebral, ayuda a la coordinación mano-ojo, desarrolla formas de respuesta rápida y crea atajos en el cerebro... Y también de lo positivos que resultan como herramientas, ya sea como terapia de rehabilitación, como sustituto de compulsiones y toxicomanía, como instrumento de aprendizaje o como mero estímulo a ciertas complicaciones en la infancia.

 

Sin embargo, y más allá de ese aprendizaje a través de los videojuegos en el que la materia es prefijada a la hora de su desarrollo, nunca habíamos tratado -o no lo recuerdo, al menos- la fuerte influencia de los videojuegos en comportamientos y conocimientos adquiridos que van más allá de la violencia contagiosa o el sexismo de contacto.   

 

Esto no es más que una excusa para enseñaros las fotos de las vacaciones

 

Lecciones de ética y moral

Es indudable que un videojuego nos gustará más o menos dependiendo de cuál sea su género y de si éste es compatible con nuestros gustos y personalidad, o no. Como muestra tenemos esa obsesión del videojuego moderno por tratar de dar multitud de opciones al usuario para que 'haga suyo el juego' y decida la forma de jugarlo, de desenvolverse en el mismo y de actuar. 

 

Junto a esta libertad de adaptar el juego a las necesidades propias encontramos también una mayor elasticidad en las lecciones morales que van implícitas en el juego siguiendo la tradición ético-religiosa de su país de procedencia. Y es que si hace unas décadas los juegos tenían esa moralina a lo película de Alfredo Landa en la que sabíamos que 'ser buenos' siempre compensaba, con el tiempo los titulos han tratado de mostrarnos un efecto karma en el que el bien y el mal no siempre están perfectamente definidos, pero que al final, por mucho que los desarrolladors traten de evitarlo, sigue implicando esas lecciones morales y éticas de lo que debe y no debe hacerse. 

 

Los videojuegos, salvo muy escasas ocasiones, siguen teniendo marcado ese umbral irrompible de buenos y malos, de acción justificada y auto defensa, y con el tiempo incluso empiezan a preocuparse por tratar de evitar la violencia gratuita en pro de la solución pacífica de, si no todo conflicto, sí su mayor parte. Ahí tenéis a Kojima tratando de abogar por un mundo sin amenazas nucleares, a Eidos intentando apostar por el sigilo frente al combate en el nuevo Deus Ex o a toda esa hornada de videojuegos que abogan por mostrar los horrores de la guerra desde el escenario del desarrollo alternativo. 

 

Un camino de tierra y mi Magnum Opus. ¿Para qué más?

 

Aprendiendo a explorar el mundo

Esta libertad de hacer el juego nuestro, del mundo abierto y la aventura encubierta acude directamente a esa necesidad de explorar y descubrir que muchos llevamos dentro, y que nos ayuda a llevar a cabo esa compulsión en un mundo digital en el que todo es posible: Visitar Shibuya con Kiryu Kazuma y explorar los bajos fondos tokiotas, dar un paseo por un Washington postapocalíptico con Fallout 3, investigar profundos bosques con Geralt o hacer turisteo por ese espejo de Los Ángeles que muestra Grand Theft Auto V. Los videojuegos otorgan conocimientos pasivos que surgen de la propia experimentación de sus contenidos, pero también dan conocimientos práciticos que pueden ayudarnos en la vida real.

 

Lo mejor es que, mientras saciamos nuestra necesidad de aventura con los videojuegos, estos nos enseñan, nos dan las herramientas necesarias para poder llevar la aventura al mundo real. Sin ir más lejos, este verano aprovechando que en casa hemos tenido que cambiar de coche y el nuevo viene con navegador y mogollón de pijaditas, en casa nos lo hemos montado de Patoaventuras, de Dora la Exploradora o de Oblivion, si lo preferís: Varios días nos hemos limitado a petar la nevera portátil de hielo y bebidas, coger bañadores, toallas, una manta y mudas limpias, y salir al mundo, a perdernos por las carreteras de ese mapa que, como en un videojuego, se mueve junto a nosotros sin que sepamos nunca qué vamos a encontrar al final de ese sendero de tierra al que el satélite no tiene acceso. 

 

Hemos investigado cuevas, nos hemos bañado en ríos, hemos cogido cangrejos en arroyos de aguas heladas, rojas por el hierro de unas minas cercanas, nos hemos sumergido en un lago rodeados de alevines de truchas y hemos descubierto pueblos abandonados, ruinas, fincas medievales y un montón de cosas de esas que no salen en los mapas y que si fueran un DLC, nos habrían costado una pasta

 

Encontramos unas horquillas, pero nada de Rad-Away ni Bombas de Azúcar

 

Los videojuegos nos muestran el camino

Y no tiene por qué ser un camino de violencia ni sexismo como apuntan los más agoreros, sino que puede ser un camino de exploración en familia, de llevar la emoción del hallazgo inesperado a vuestras vidas en compañía de vuestra pareja, amigos e hijos, o de viajar finalmente a ese lugar que conocéis de las consolas y que nunca os atrevisteis a visitar. 

 

Habrá quien piense que todo esto es una tontería y que no hace falta jugar videojuegos para ir a dar una vuelta en coche, pero yo tengo claro que en mi caso sí que ha influido, y mucho, todo lo aprendido en GTA y los juegos de Bethesda lo que me han llvado a querer ir más allá de lo que sale en los mapas. 

 

¿Y vosotros? ¿Os ha influido en algo jugar videojuegos? ¿Habéis probado a llevar la lógica del videojuego a la vida real?

 

¡Nos leemos!


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