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El Príncipe Enrique y los videojuegos: vergüenza ajena

Realeza asesina... pero jugona, ¿y qué?
Por Toni Piedrabuena

Viendo la recepción de la noticia por parte de nuestro medio, el de los videojuegos, uno se avergüenza ante lo ignorantes que podemos llegar a ser en algunas ocasiones. Cuando es informar nuestro deber,  la ignorancia es algo que se torna peligrosa para nuestra profesión, pero si hay algo peor que ser ignorante ante la información eso es ser irresponsable a la hora de hablar y no tener tacto para tratar temas que van más allá de los bits, los blu-rays y los mandos. A veces damos pena, nuestros argumentos para defendernos de los ataques podría hacerlos un adolescente practicante regular de Call of Duty y FIFA sin excesivo esfuerzo.

 

La BBC ofreció un amplio reportaje sobre los veinte meses que ha pasado el Príncipe Enrique de Gales, de 28 años y tercero en la línea sucesoria al trono, en una base británica en Afganistán. Allí ha servido como artillero en un helicóptero Apache, afirmó, dando a entender que ha provocado bajas en las filas enemigas, que ha disparado 'cuando tenía que hacerlo' y que 'quitas una vida para salvar otra'. Entonces llegó la polémica en otras declaraciones en las que no dudó en afirmar que es 'una de esas personas que le gusta jugar con la PlayStation y Xbox (…) así que me gusta pensar que soy útil con mis pulgares'. 

 

Aunque las declaraciones no aclaren que se refiera a acabar con vidas o al mero hecho de conducir un helicóptero apache, una máquina de matar, no lo olvidemos, no quitan polémica a sus palabras y no apartan una mancha negra que va a ser difícil de eliminar. En los tiempos que corren para el ocio electrónico, con la política americana inmiscuida y subvencionando investigaciones para estudiar la relación entre violencia y videojuegos, celebrar que existe un jugador en una Familia Real Occidental y obviar el jarro de agua fría que se le acaba de echar a nuestra industria con esas desafortunadas palabras supone una mala praxis que roza el ridículo y el feudalismo por parte de los respectivos autores en distintos espacios que tratan la actualidad del sector.

 

Bendita casualidad

 

Las palabras de 'Captain Wales', el apodo que le han dado sus compañeros de armas en Afganistán, son de una frivolidad jamás acontecida en nuestro medio por muchos motivos: primero por el protagonista de las polémicas y censurables declaraciones; segundo por el conflicto en el que están ubicadas y dedicadas esas lamentables palabras. El reportaje de la BBC ha sido criticado por múltiples grupos pacifistas de todo el mundo por el trato tan ligero con el que han tratado un conflicto armado que, no olvidemos, todavía provoca muertes en ambos bandos y que parece haber vuelto a la palestra mediática únicamente por la presencia de un miembro de la Familia Real Británica. 

 

Las declaraciones enfrentadas por parte de británicos y afganos no han tardado en llegar. Desde tierras inglesas, en palabras de James Murphy, subsecretario de Defensa británico decía que la entrevista era 'brillante, ya que captura el humor, valentía y factor humano del Príncipe Harry'. Un portavoz talibán, Zabihullah Mujahid, ha dicho que no se toman muy en serio los comentarios retransmitidos por la BBC, ya que 'muchos soldados extranjeros vienen a Afganistán y acaban desarrollando algunos problemas mentales'. Gulbuddin Hekmatyar, fundador y lider del partido político afgano Hezb-e-Islami Gulbuddin también ha declarado que 'el Príncipe Harry viene a tierras afganas a matar mientras está borracho'.

 

Hay para todos, pero resulta peculiar que cuando salen noticias advirtiendo que los talibanes se entrenan con Counter Strike rompamos a reír y que cuando un miembro de la realeza dice semejante barbaridad algunos le rían la gracia. Deberíamos enfrentar esas palabras con seriedad y desmarcándonos de ellas, no ser cómplices y guiñar el ojo a una auténtica tontería que podría haberse sacado más de contexto, pero que en definitiva, no nos ayuda en absolutamente nada y que nos perjudica, de nuevo, ante una esfera pública a la que no le importamos absolutamente nada.


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