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Destiny 2 arrasa en PS4 y Xbox One: la idiosincrasia de la naturaleza humana

Un millón doscientos mil jugadores simultáneos... sin juego en PC
Por Rafa del Río

Destiny 2 arrasa en PS4 y Xbox One, y a falta de ver la Luz -ja ja ja, ¿pilláis el chiste?- en PC, sus versiones de consola ya arrojan la cifra de  un millón doscientos mil jugadores simultáneos, lo que no incluye los problemas de servidores y los diferentes horarios de juego según la zona geográfica local. Una cifra que demuestra que el juego de Bungie ha funcionado bien y no le ha pasado factura su discutible modo de negocio en lo que respecta a las expansiones ni el conocimiento de que el pase de temporada sólo cubre dos DLCs hasta verano de 2018, cuando todos sabemos que lo gordo llegará después, en forma de expansión que rondará, casi seguro, el precio del juego original. 

 

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Y es que la gente... la gente somos la leche.

Ya lo decía mi profesor de filosofía cuando no estaba borracho: El ser humano es una criatura inconstante, un animal racional -no siempre- capaz de lo mejor y lo peor, de rendirse a los vicios y de enfrentarse a la más terrible de las tentaciones, dejando que sean en ocasiones la virtud quien guíe sus pasos para, instantes después, revolcarse en los deseos más perversos de los oscuros rincones del alma humana. Porque así somos los seres humanos, unos cachondos, unos incostantes y unos pardillos. Arcilla maleable en las manos de los profesionales del marketing del videojuego, nos guste o no, hasta tal punto que soy el primero que, mientras escribe estas líneas, está haciendo cábalas acerca de vender su móvil antiguo en el Cex para pillarme el Destiny 2 en Xbox One. 

 

Queramos o no, nos guste o no, Destiny 2 es uno de esos juegos a los que hay que jugar sí o sí. Destiny 2 es la peonza y las canicas, el elástico, el bollycao dokyo, el plumier ese de plástico con botoncitos para sacar el sacapuntas y la goma como si fuera un cacharro de James Bond o el spinner y el haber capturado a Pikachi en Pokémon Go. Destiny 2 es las zapas chulas del más chulo de la clase, la mochila de Converse, el peinado a lo Cristiano Ronaldo y el triple piercing. Destiny 2 es el cacharro que te convierte en el másmola del cole, la moda del juguete de turno de la banda del patio en el recreo, y desengañémonos, vende tanto por esa necesidad de tenerlo desde el primer día para no perderte todas las raids y las diversas movidas como por los cambios y su auténtica calidad.

 

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Y aún así, al final lo compraré

Lo compraré porque es casi una necesidad como profesional del videojuego, y porque Destiny 2 consigue ser, sin serlo, ese The Legend of Zelda Breath of the Wild en Nintendo Switch. Un juego que necesitas en tu estantería si no quieres quedarte descolgado del pulso de la actualidad y que, a la vez, sabes que relativamente pronto verás más barato -no como el Zelda-, y te comerán los demonios por todo el desembolso que supone mantenerlo vivo. 

 

Porque las cosas como son: Destiny no es un pay 2 win, es un pay to play en toda regla que sabemos que nos va a pedir que echemos puñados de billetes a la caldera para no apagar el fuego mientras van llegando DLCs, expansiones y demás cosillas que se les ocurran a las buenas gentes de Activision. La pregunta es: ¿Y por qué funciona esto? Y la respuesta, al final, sorprende: Sucede porque Destiny 2 es, a la hora de la verdad, un juego para muchos años. Un título cuya primera parte aún está siendo jugada por aquellos tarados que, como yo, lo compramos de salida, y que promete que va a dar soporte, de pago pero soporte, durante muchos años por venir. 

 

Al final, si lo piensas bien, el trato no es tan malo, un pacto voluntario en el que elegimos qué deseamos tener. El juego, ahora, con el pago posterior de todo lo que ha de venir, o la espera, siempre al margen y viendo al resto jugar con el diábolo de moda, para hacernos con todo por 30 pavos y amortizar la espera. Sí, Destiny 2 lo ha hecho bien y ha sabido venderse como ese juguete de moda que arrasa en el patio y cambia con añadidos chulos cuando al fin logras cogerle el tranquillo. Ahora nos toca a nosotros decidir si queremos estar en el centro, jugando con los demás, leyendo en la biblioteca o jugando con otros niños cuyos padres no le ven la gracia a la moda del momento.

 

¡Nos leemos! 


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