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Videojuegos y verano: la vida retro de un videojugador en los 80

Recreativos, spectrum y mucha calle
Por Rafa del Río

El mundo ha cambiado. Vaya si ha cambiado. Redes sociales, plataformas digitales, consolas Next-Gen, móviles, televisores inteligentes y un montón de polladitas tecnológicas han terminado por copar un mercado, el de los videojuegos y el ocio interactivo, que hace tres décadas -joer, qué viejo soy-, era muy diferente. Los salones recreativos, los ordenadores personales, las primeras consolas y demás han dado paso a una nueva forma de entender el entretenimiento electrónico que ya poco tiene de electrónico, aunque sí mucho de entretenimiento. 

 

 

La vida en los viejos 80

La vida en los 80 era muy diferente, sobre todo en verano. En una familia de siete, con mi padre trabajando todo el año y mi madre encargándose de los niños y la abuela, las mañanas eran siempre una bajada a la playa -o al chalet de la abuela-, lejos de mi querido spectrum y cerca de los amigos del parque, que a veces aparecían, a veces no, dejándote sólo en la playa haciendo castillos, bañándote o buscando cangrejos en las rocas. 

 

Los videojuegos empezaban luego, después del telediario y los dibujos de las tres y antes de bajar al parque a la fresquita. Casi cuatro horas de cargas ininterrumpidas, con los dedos cruzados ante el 50-R: Tape Loading Error, que singinifcaba que la cinta había petado y tenías que volver a cargar el juego. Porque sí, en los 80 los ordenadores, casi todos, iban con cassettes, funcionaban mal, las cargas petaban y se te iba su buena media hora escuchando Los Hombres G, Loquillo, Un Pingüino en mi Ascensor, Cristina y los Subterraneos, Toreros Muertos o lo que fuera que pusieras en el otro radiocassette mientras esperabas a que cargara el maldito juego. Buenos ratos de espera frente al spectrum -o el amtrad o el MSX-  esperando a que cargara Fredy Hardest, Jet Set Willy, The Great Scape, Sabouteur y otras obras maestras como Pijama-rama, Three Weeks in the Paradise, Dustin o, la maravilla, La Abadía del Crimen. 

 

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Ojo, no todo el mundo tiraba de ordenador de cassettes. Había consolas, ordenatas de cartucho y hasta una cosa llamada Amiga 500 que, si la tenías, eras el tío más feliz -y odiado- del barrio. Sin embargo, en un momento en el que la cosa iba ajustada y lo del gasto en tecnología no estaba de moda; con un televisor por cada hogar y un concepto de los juegos como 'matamarcianitos para críos', tener un spectrum ya era todo un logro. Aunque fuera a compartir con tres hermanos mayores y sin poder cogerlo entre semana. 

 

Las horas pasadas ante el spectrum me forjaron como videojugador, aunque hay que reconocer que el cacharro tenía más peros que a favor. Unas cargas horribles, un sistema de meter trucos del que ya hablaremos alguna vez, pero que tela, y sobre todo el problema de una tele, una única tele, que hacía que por la noche te olvidaras de jugar porque tus padres querían ver el telediario, el Un, Dos, Tres, o Los Juegos de Los Pequeños Estados de Europa de San Marino, que era como el Grand Prix pero sin la vaquilla. En estas, con el calor que pegaba en un tiempo en el que tener un ventilador en la habitación -compartida- era de ricos, lo mejor que podías hacer era salir a la calle, a la fresquita, después del parque... a los gloriosos recreativos. 

 

 

Los gloriosos recreativos  

Como ya dije, la vida en los 80 era muy diferente. Para empezar, no teníamos móviles. Vale, sí, lo sabíais, jajaja, pero en serio: NO TENÍAMOS MÓVILES. Pensadlo. Sin móvil... Cuando quedábamos con los colegas, no lo hacíamos por wassapp ni por telegram. No podíamos mandar un mensaje de texto, ni tampoco hacer una llamada. Oh, sí, en casa había teléfono fijo -en esa época teléfono, a secas- pero con lo que costaba el minuto, se dejaba sólo para emergencias.

 

En mi casa el teléfono tenía candado, con eso os lo digo todo, así que en los 80 se quedaba con los colegas de un día para otro, diciendo hora y sitio. Como los valientes. Muchas veces llegabas el primero y te quedabas solo, esperando, sin poder aprovechar para echar un ojo al face, al twitter o al instagram para hacer tiempo. ¿Querías escuchar música para esperar? Nada de spotify, listas de youtube ni MP3 en el móvil. En los 80 teníamos una cosa llamada walkman, una casette chiquitita -no- con auriculares de espumita que te servía para escuchar una vez más esa cinta con canciones de los Maiden, Sinead O'Connor y Rebeldes, todas grabadas de la radio y con cortes del puto Fernandisco contando su vida a la mitad.  

Un estress...

Tal vez por eso, el mejor sitio para quedar fueron siempre los recreativos: un lugar en el que poder pasar el rato viendo jugar a los demás, echando unas partidas si tenías el día poderoso o aprovechando los ventiladores del techo -el aire acondicionado era para ricos- para combatir los calores de unos veranos que brillaban más pero tenían menos agujeros en la capa de ozono. Entrar en los regreativos, escuchar sus sonidos, sus melodías, los mil juegos sonando a la vez, sólo tenía parangón en la búsqueda diaria de las dos grandes quimeras: la primera, una nueva máquina en el salón en la que perder los dineros. La segunda, una moneda de cinco duros olvidada en el cajetín de alguna arcade con la que poder echar una partida extra a 1942, Parodius, Kung Fu Master, Hang On, Rampage, Gauntlet o cualquier otra joya del momento. 

 

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Complicado pero intenso

Esto no deja de ser una batallita de abuelo cebolleta, no dejo de recordar en verano los viejos buenos tiempos, los 80 y luego los 90 con todas esas fantásticas 16 y 32 bits, y tengo la sensación de que por mucho que hayamos avanzado, también hemos perdido mucho en el camino. Cambiaría sin pensarlo dos veces las redes sociales por el regreso de los salones recreativos y los videoclubes de barrio, y no lo haría por recuperar un juventud que ya perdí hace más de una década, sino por compartir con las nuevas generaciones gran parte de lo que hizo tan propio e interesante el mundo del videojuego antes del milenio. 

 

No me malinterpretéis, hay cosas maravillosas a día de hoy. Los eSports, los F2p, cosas como Pokemon Go y el buen rollo de su comunidad, la comodidad de las plataformas digitales, la potencia de las nuevas consolas y ordenadores y el paso de esos viejos títulos -casi ingenuos, hechos en un garaje por uno o dos desarrolladores y que conquistaban al público internacional- a las nuevas superproducciones, algunas potentísimas, que han logrado conseguir que el videojuego deje de ser un mero ocio adolescente y se convierta en todo lo que ha llegado a ser con el paso de los años. Sin embargo, esto no quita para que a veces añore tiempos más sencillos y quiera compartir con vosotros un poco, muy poquito, de lo que singificaba ser videojugador en los 80, con sus pros y sus contras. Unos años maravillosos.

 

¡Nos leemos!


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