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Videojuegos que van más allá de los sentimientos. ¿Te ha pasado alguna vez?

El común denominador de todo buen aficionado
Por Rafa del Río

Acabo de volver a casa después de unos días de Navidades en familia: abrazos de mamá, llantos de los sobrinos enloquecidos -alguno que otro hasta satanizado-, cuñadismos, copas de cava que se rompen, el típico cuñado que pregunta si hay algún producto catalán -o español, según a qué lado de la 'frontera'-, risotadas, preguntas por tu vida de estas de 'pa quedar bien'... Lo de siempre vaya. 

 

Mi vieja habitación de juegos

Pero entre tanto lo de siempre ha habido un momento de relax en el que me he sentado con la peque en mi vieja habitación de juegos -lo que ahora se llamaría 'game room' y entonces se llamaba 'dormitorio compartido con mi hermano'- y no he podido dejar de sentir un poco de morriña al reconocer bajo los pósters de los cantantes que ahora pueblan los sueños de mis sobrinos aquellos otros viejos pósters de la Mycro y de la Hobby cuyos protagonistas poblaban los sueños de un yo pre adolescente.

 

 

Sí, esto va de morriña, no querréis que os hable del Lizard después de seis horas de coche. Va de morriña, de buenos recuerdos, de grandes títulos y de cómo a veces olvidamos el por qué de nuestra afición. Dejadme que os haga una pregunta, que seguramente os suene ñoña, cursi y mariquita:

 

¿Alguna vez os habéis enamorado de un videojuego?

Y no, no me refiero a obsesionaros con un juego, a soñar con él despiertos ni a estar flipados con su gameplay. No. Hablo de sentimientos, de sentimientos auténticos, como el crujido que te suena en el corazón al recordar las viejas calles de Yokosuka en 1985, el nudo que se te hace en la garganta al rememorar la difícil elección de Final Fantasy VII, la forma en que se te acelera el pulso al revivir la muerte de Rika o el vértigo de volver a experimentar cómo la oscuridad te obligaba a contemplar indefenso la muerte de tu amada en ese viejo orfanato.

 

Tú eliges qué experiencia desea recordar. Puede ser el beso de Eva en Metal Gear Solid, Sora y Kairi al final de Kingdom Hearts, los relatos y situaciones de Lost Odyssey, la cara de tristeza del protagonista masculino de Enslaved al terminar el juego, el entrecejo fruncido de Joel mientras Ellie duerme bajo la manta en el coche o la aceptación rigurosa de la cuanticidad del universo y la fatalidad del destino en la charca de bautismo de Comstock. Incluso ese gran momento final del primer Zelda en el que Link debe decidir entre el premio final o rescatar a la princesa. Y es que por mucho que haya llovido, los grandes momentos, esos que nos hacen soñar y dejan huella en el corazón, llevan existiendo en el mundo de los videojuegos desde los inicios. 

 

 

El denominador común

Pensaba ayer, mientras le enseñaba a mi hija algunos de mis primeros dibujos guardados celosamente por mi madre durante años, que por muchas difetrencias generacionales que haya, por mucho que nos empeñemos en calificarnos y crear diferencias entre los aficionados, a la hora de la verdad hay un algo que nunca dejará de unirnos: la capacidad de emocionarnos. La capacidad de permitir que los juegos sean algo más que meras herramientas de ocio y dejar que lleguen a nuestras emociones y sentimientos, dejando un recuerdo imborrable que, triste, feliz, divertido, agridulce u oscuro, entrará a formar parte de nosotros y de quienes somos desde el mismo momento en el que pasamos a vivirlo. 

 

En mi caso, uno de los juegos que más me marcó fue Shenmue, y a su lado están Fallout, Bioshock Infinite o, si queréis ir al pasado Kingdom Hearts, Zelda, a Link to the Past, Earthbound, Breath of Fire, Phantasy Star 4, Aventura Original e incluso Bruce Lee de Spectrum.

 

No puedo evitar sentir algo, una calidez, a veces un vacío, cuando recuerdo determinados momentos de esos títulos. Especialmente me sucede con Shenmue: Sus sonidos, su estilo gráfico, su doblaje... Hay algo que me devuelve a una vieja navidad de hace muchos años, cuando el mundo era más sencillo aunque menos feliz y el suelo estaba más cerca. Pero esto no va de mí, hablo de denominador común, y es porque estoy convencido de que a vosotros, a todos vosotros, os pasa u os pasará también con otros juegos, tal vez incluso con los mismos. 

 

 

Somos robots con sentimientos

O animales con modales y sin escrúpulos, pero dejando eso a un lado, no deja de ser esta aptitud para emocionar y provocar sentimientos otra gran demostración del potencial que tienen los videojuegos dentro del mundo del ocio, el arte y al comunicación. De verdad me gustaría saber qué juegos os emocionaron. Cuáles fueron los momentos que os hicieron echar la cabeza atrás o incluso soltar una lágrima, o qué instante concreto de un videojuego os hizo dar gracias por haber elegido esta afición.

 

¡Nos leemos!


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