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The Game Awards: entre la competitividad del usuario y el buen rollo de los estudios

Dos mundos distintos
Por Brenda Giacconi

Ha vuelto a suceder. Nos lo esperamos como algo habitual, pero cada año albergamos una minúscula llama de esperanza que nos anima a confiar en que la situación mejorará, aunque todas las evidencias indiquen lo contrario.

 

Se han celebrado los The Game Awards 2020. Y, como siempre, ha venido acompañada de polémicas varias.

 

Pero, ¿qué nos pensábamos? Esta ceremonia anual siempre viene cargada de material que se recuerda y comenta con altas dosis de odio en ese mundo de opiniones que son las redes sociales. Era de esperar. Una gala que otorga premios encajonando a decenas géneros, propuestas e ideas lanzadas durante el año en unas modalidades subjetivas no puede tener el apoyo total de la comunidad. El otro día yo misma comentaba que me parecía genial que Animal Crossing New Horizons se encontrara en la lista de nominados para el GOTY por todo lo “wholesome” que ofrece. No obstante, es difícil imaginarlo compitiendo en el mismo ámbito que Doom Eternal, The Last of Us Part 2 o Hades: cada uno tiene una propuesta muy distintiva. Y los jugadores eligen sus favoritos en base, por lo general, a sus preferencias en cuanto a una experiencia que se produce al escoger una tipología de videojuegos que interesa personalmente.

 

The last of us part 2

 

Esto deriva, desgraciadamente, a discusiones sin sentido en la red. Que si Animal Crossing solo ha vendido por la cuarentena, que si The Last of Us Part 2 es propaganda LGTB+, que si Among Us no pertenece a esta edición… Quejas y quejas que invalidan ese argumento tan extendido de que esos premios no importan. Pues no parecen tan irrelevantes para la comunidad, si al día siguiente solo se habla de quién debería haber ganado. Más allá de esta hipocresía, y como también es costumbre en este sector, estos comentarios resuenan más que aquellos debates interesantes que se crean en el contexto de los The Game Awards: charlas sobre fechas clave, narrativas, representaciones y diseños que, tristemente, acaban ocultas tras una cortina de condescendencia e insultos a causa de una veneración obsesiva/odio visceral hacia un título.

 

Todo esto tiene una cara amable. Desarrolladores, actores de doblaje, diseñadores, directores y personas de todo tipo con relevancia en la creación de un videojuego que se entregan en cuerpo y alma (en ocasiones, excesivamente) a su trabajo. Y todo esto se ve recompensado no solo con el número de ventas, sino también con los trofeos de los The Game Awards. Personas sorprendidas, discursos llenos de agradecimientos y alguna que otra lágrima ocasional que demuestran que, para ellos, esto tiene importancia. Además, el resto de compañeros de la industria, que comprenden todo el esfuerzo que hay detrás de una actuación, una música o un concepto, mandan felicitaciones con alegría genuina a través de redes sociales. No hay malos rollos, y así es como debería ser esta gala en su totalidad.

 

No obstante, esta parte de la ceremonia ha pasado casi a segundo plano eclipsada frecuentemente por los anuncios a nivel mundial que tanto se esperaban. Se premia a los agentes creadores de una obra videolúdica, sí, pero interesa más mantener el interés del jugador/espectador. Y esto es totalmente comprensible, faltaría más, pero el centro del evento está protagonizado por ese espíritu de competitividad que vuelve locos a los usuarios más fanáticos. Es cierto que es y será imposible librarse de algunos energúmenos que ladran constantemente en la red, pero quizás fomentar la elección de un único juego ganador en cada categoría más que la apreciación de la originalidad propia de varias obras no sea lo más acertado. Me gustan los The Game Awards, pero esa llama de la esperanza se hace más pequeña a cada año que pasa y, en los días previos a su celebración, me pregunto con qué polémica nos encontraremos. Y esto, ojalá, cambie algún día.


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