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Souls Vs. Dying Light: Tu mejor peor momento

Hablemos del factor miedo
Por Rafa del Río

¿Qué es el miedo?, dices, clavando en mi pupila tu pupila azul. ¡Qué es el miedo! ¿Y tú me lo preguntas? ...El miedo es un tío con un palo.

 

Pero ojo, no cualquier tío con cualquier palo. 

Desde que empezó esto de los videojuegos, el miedo ha sido un factor tan desado por las desarrolladoras como la jugabilidad, la originalidad, la acción y el factor diversión. El miedo ha sido una meta para muchos que, ya desde los ochenta, trataban de causarnos pesadillas con sus videojuegos: Deja Vu, Post mortem, Go to Hell o, ya en los noventa, Splatter House o Mortal Kombat, recurrieron al terror, al gore o al suspense para hacernos temblar, asquearnos o causarnos emociones 'desagradables'.

 

¿Lo consiguieron? Pues más bien no. Ni squiera ese Resident Evil de Shinji Mikami, cuyo concepto era al miedo lo que los chistes de Benny Hill al humor, logró más que rozar levemente con los dedos la idea de terror, terror real, que hace que el pulso se te acelere, la respiración se entrecorte y dudes si seguir adelante o pagar la maldita consola. 

 

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El miedo es muy personal

Y cada cual tendrá sus estándares y sus juegos fetiche a estas alturas. Yo, si tuviera que decir cuándo empecé a tener miedo, me quedaría con tres títulos: Clock Tower: The First Fear, Silent Hill y, por culpa de su terrible planteamiento, King's Field, los tres de la primera Playstation. Luego vinieron más: Kuon, Silent Hill 2, Demon's Souls e incluso Fallout 3, pero me quedo con estos primeros. Tres ejemplos tan dipares como sobresalientes. 

 

Clock Tower consiguió meterme el miedo en el cuerpo gracias a su planteamiento a caballo entre juego de Tim Schafer, capítulo de Scooby Doo y patada en los huevos a la jugabilidad. Su lento manejo unido a una facturación sonora excelente y a los saltos que daba el puñetero Scissorman avivaron mis pulsaciones con alegría y me causaron un nudo en la garganta que, lamentablemente, se iba deshaciendo según aprendíamos a escondernos y tirarle cosas al tonto ese de las tijeras. 

 

Silent Hill fue otro nivel. Uno de los primeros juegos en hacer un uso interesante del terror psicológico y que supo dejarnos con mal cuerpo en un tiempo en el que las sillas de ruedas volcadas angustiaban al público -ahora das una patada a un juego 'de terror' y aparecen siete puñeteras sillas de ruedas-. Esa mezcla de realidad y ficción a lo Escalera de Jacob funcionó y nos metió el miedo en el cuerpo a niveles psicólogicos muy bien logrados. 

 

El tercero fue King's Field, un juego de rol japonés en primera persona de temática medieval. ¿No entendéis por qué me metió el miedo en el cuerpo? Oh, supongo que es porque se me ha olvidado deciros que sus desarrolladores fueron los chicos de From Software, los mismos que los de la saga Souls. Fijo que ya empezáis a atar cabos, pero no vais a conseguir ni la mitad del nudo: King's Field daba pavor, y no solo por su ambientación oscura y sus monstruos deformes -ya empezaban a apuntar maneras, aunque a día de hoy el juego casi parece un clon de Minecraft- sino también por el hecho de estar en completo japonés -no llegó a salir de sus fronteras- y por lo jodidamente complicado que resultaba. 

 

 

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¿Cual fue tu mejor peor momento?

King's Field, como abuelito de Demon's Souls, nos ponía las cosas difíciles con un sistema de fatiga acojonante, unos enemigos duros y unas armas de pichiclás tan débiles como frágiles. La forma de derrotar a tus enemigos consistía en golpear, huir, descansar, volver, golpear y repetir el proceso, y os hablo de las pringadas de las termitas. Con los calamares y los esqueletos la cosa era mil veces peor. Todavía tengo pesadillas con sus sonidos en el eco de los túneles...

 

El miedo de King's Field era igual al miedo que se siente en la saga Souls. Una sensación que se basa más en la desesperación que en el terror propiamente dicho, el instinto de supervivencia queda por tanto relegado a un segundo plano respecto al conocimiento de que hagas lo que hagas vas a morir, lo que hace que sea un miedo que, a la larga, frustra más que otra cosa.

 

Dying Light, sin embargo, tira de un miedo más 'sano' y disfrutable. Un miedo que me recuerda a la ansiedad que sufría cuando jugaba mis primeras partidas a Fallout y, en vez de seguir la misión, me dedicaba a explorar edificios abarrotados de enemigo sin más arma que un palo y mi sigilo. Es un miedo que apela directamente al instinto de supervivencia y hace que aumenten tu capacidad de atención y tus reflejos. Un miedo que, al menos a mí, me pone, porque depende de mí superar la noche y ser capaz de huir si las cosas se ponen chungas.

 

Os pregunto cuál ha sido vuestro mejor peor momento en un videojuego. Yo tengo claro el mío: Mi mejor peor momento fue una noche lluviosa en Harrand, una noche oscura, sin luna, en la que con la única ayuda de una linterna y una navaja crucé los Barrios Bajos y trepé al Puente de la Infamia para conseguir bombillas UVA para la torre. Puede que desués aprendiera y el miedo, poco a poco, se fuera diluyendo, pero esa noche, esa maldita bendita noche, seguirá visitándome en los recuerdos, las pesadillas y mis sueños de superación

 

¡Nos leemos!


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