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Rinoa y Squall, dos personas unidas por el hilo rojo de Final Fantasy VIII

Un último baile antes de irnos a la guerra
Por Adrián Suárez Mouriño

Me gusta mucho Final Fantasy VIII, muchísimo. Y me gusta tanto porque es un videojuego de rol atípico y valiente. A este episodio le da absolutamente igual que haya que salvar el mundo o que exista un gran mal. De lo que va Final Fantasy VIII es de la hermosa idea japonesa de que el amor supera las limitaciones del tiempo y del espacio; de que, pase lo que pase a tu alrededor, se esté produciendo una guerra o una bruja esté molestando, el amor gana.

 

Esta cosa tan bonita es la misma que vemos en Kingdom Hearts o la estupenda Your Name. En el videojuego de Tetsuya Nomura, el amor hace que Sora esté siempre conectado con sus amigos sin importar la pérdida de recuerdos o la distancia entre mundos. Xehanort, que solo se ama a sí mismo, está conectado con todas las versiones de su mismidad sin importar las eras.

 

 

En Your Name ocurre algo similar: dos personajes viven conectados y están predestinados. La obsesión de los japoneses por estas cuestiones nace con la leyenda del hilo rojo. Se sabe que hay una vena que une el corazón con el menique (por eso lo de hacer promesas uniendo los meñiques). Las personas que están conectadas por el destino tienen estas venas unidas entre sí a través de sus dedos por un hilo rojo, que simboliza esta conexión. Esto también ayuda a explicar su manía de hablar del grupo sanguíneo que tienen cuando se conocen.

 

Este concepto lo emplea Final Fantasy VIII para reforzar un potente elemento de narración: las cinemáticas que suceden en el escenario mientras seguimos jugando. No son pocas las veces, como cuando se producen las batallas entre los Jardines en los que se refleja la guerra de fondo, en las que los personajes tienen que huir o resistir mientras el mundo tras de sí se derrumba. Es también muy significativo el uso del espacio oscuro y sideral, también como telón de fondo y dominador de dos personajes que flotan solos y perdidos. Pero ellos siempre sobrevivien, because love.

 

 

Detalles de este estilo abundan en el juego, sirviendo, además, para componer un puente perfecto entre cinemáticas que acaban por definir  más y mejor lo que sienten con una mayor potencia gráfica.

 

En el fondo, FFVII es como proclamar: todo lo que nos rodea nos supera y nos devora pero juntos conseguiremos superar las adversidades. Y eso, está estupendamente representado en este videojuego. Sí que es verdad que flojea el endgame y los retos postcréditos, pero pocos juegos recurren tan bien a trucos narrativos y construcción de mundos de juego para que entendamos tan bien la conexión eterna entre sus personajes. Bendito Final Fantasy VIII.


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