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Remember Me: desde Francia, con amor

¿Crisis de identidad?
Por José Manuel Fernández "Spidey"

Hubo un tiempo en el que era fácil saber de dónde venía cada videojuego. Por decirlo de alguna manera, en los años ochenta se podía llegar a intuir que un título era español con solo atisbar la caja. Este particular caso era fácil porque se solían dar tres premisas: que la portada la dibujara Alfonso Azpiri, que la dibujara Luis Royo o que saliera una joven moza ligerita de ropa. Pero más allá de la carátula, y con el juego ya cargado en nuestra computadora, si a los dos minutos ya habíamos perdido las diez vidas con las que comenzábamos la partida en cuestión, tampoco podíamos fallar si afirmábamos que el ejemplar estaba realizado en la piel de toro.

 

Lo cierto y verdad es que en la actualidad se ha alcanzado cierta globalización en lo que a estilo se refiere. Por supuesto que la calidad de los títulos de hoy día es tremebunda, despilfarrando medios audiovisuales y haciendo acopio de narrativas cien por cien cinematográficas. En este sentido, de no seguir con esta dinámica hubiese sido más que complicado contemplar el reciente trailer de Castlevania: Lords of Shadow 2 y afirmar con orgullo que se trataba de un producto made in Spain. Tres cuartos de lo mismo para un juegazo como Metro Last Light o el clásico Stalker: Shadow of Chernobyl, que en otro tiempo nos hubiese sido imposible creer que han sido programados en un país como Ucrania.

 

Sí, nos gusta verlo una y otra vez. Somos fans, y más si es 'made in Spain'.

Con todo esto no quiero parecer xenofobo ni nada por el estilo, no pretendo sentenciar el origen de un programa en torno a sus posibilidades tecnológicas. Lo que quiero decir con todo esto es que, a nivel de diseño, desarrollo y demás circunstancias narrativas y audiovisuales, casi todos los países tienden a realizar desarrollos con un estilo muy similar, tratando de, como he mencionado antes, acercarse hasta el límite al mundo del celuloide. Salvo en los entornos de desarrollo independiente, es como si casi nadie quisiera arriesgarse marcando estilo.

 

Y es que puedes tener a los mejores diseñadores, a un equipo de arte de esos que dejan con la boca abierta a poco que veas algún concepto... pero al final, con el juego ya corriendo en pantalla, todo termina siguiendo un patrón que parece tener miedo de adquirir carácter. Esto es algo que de manera involuntaria sí tenía su relevancia en los viejos tiempos, cuando la mismísima esencia del programa en cuestión era muy capaz de declararte su procedencia. Era sencillo distinguir a los norteamericanos, a los ingleses, a los alemanes... y sobre todo, a los franceses.

 

Como ocurría con la música y el cine, el videojuego francés tenía décadas atrás bastante personalidad.

El país galo marcaba sobremanera su estilo a la hora de hacer las cosas, cantando por bulerías el sello francés. Da igual el título en el que piense que, retrotrayéndome hacia aquellos años -y más allá de que supiera quién lo hubiese realizado-, servidor no tenía ninguna duda de que nombres como Flashback, Maupiti Island, Alone in the Dark o Gobliiins procedían del país vecino. Su forma de hacer animaciones, el estilo gráfico, las músicas, la profundidad de sus mecánicas jugables... el estilo francés era único, algo que, por desgracia, se ha perdido con el paso del tiempo.

 

Sin embargo, gran sorpresa ha sido la de encontrarme con un Remember Me que, aún con ese logo de Capcom flotando sobre la portada, huele a Francia como pocas veces he visto en esto del ocio electrónico. Puede gustarte más o menos, pero el apartado artístico del trabajo de Dontnod es irreprochable, con un diseño rompedor y de lo más llamativo incapaz de dejar a nadie indiferente, algo que pasara en films como El Quinto Elemento, de Luc Besson. Tres cuartos de lo mismo para la chocante banda sonora de Olivier Deliviere, atípica y genial al mismo tiempo.

 

Obviando el flojo doblaje al castellano, Remember Me es tan francés como Gérard Depardieu.

En definitiva, la cosa es que con Remember Me he experimentado una vuelta a los orígenes del software que echaba bastante de menos. Aquellos sellos de identidad, las licencias artísticas que venían a ser en cierto modo patrimonio de origen, parecían haberse perdido para siempre... Ojalá las casas de software adquieran ese compromiso con el arte, experimenten como hacían antaño (a pesar del riesgo que supone de cara a lo comercial) y nos demuestren que todavía puede haber originalidad en términos de arte. Es arriesgado, pero por algo así acabo perdonándole a un juego como Remember Me muchas cosas que no me han terminado de gustar de cara a la jugabilidad.


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