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Project 140: la importancia del videojuego musical

De Child of Eden a Sound Shapes
Por Jaume Esteve Gutiérrez

Leo por Internet, y admiro con asombro, que uno de los responsables creativos de Limbo, que trabaja en un nuevo proyecto con Playdead, se ha sacado de la manga Project 140, un plataformas minimalista de corte musical que nos puede recordar a Sound Shapes y a Thomas Was Alone.

 

De hecho, Project 140 parece el hijo nacido de esa unión, un título que coge el minimalismo de Thomas Was Alone y lo envuelve del componente musical de Sound Shapes, juego que por estética no anda muy alejado pero que es algo más exhuberante. Lo curioso de todo este asunto es que parecemos obligados a acudir a los lanzamientos independientes para encontrarnos con juegos que saben mezclar el lenguaje del videojuego con el musical.

 

 

Es una línea que también ha seguido Bit Trip Runner, por ejemplo, y que en el videojuego de ámbito comercial puede que sólo haya explorado con acierto Tetsuya Mizuguchi con sus Rez o su Child of Eden, posiblemente una de las mejores experiencias hasta la fecha ideadas para Kinect.

 

Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta el videojuego a la hora de afrontar la integración de la banda sonora en las producciones es que, como medio, éste no es tan agradecido como el cine donde el mensaje es unidireccional y son el compositor y el director los que deciden hacia dónde van las obras. Recuerdo haber hablado en su día con el compositor de Reckoning que habia puesto especial énfases en dar con una banda sonora cuyas piezas para los jefes finales tuvieran entidad propia más allá de la repetición de un tema concreto, pero es una cuestión peliaguda.

 

 

¿Por qué? Por la sencilla razón de que el jugador, al controlar la partida, puede pasar largos tramos en un lugar del mapeado y transitar por otro a la velocidad de la luz, aspectos que el compositor acostumbra a no tener en mente. El problema, seguramente, es que la mayoría de producciones enfocan el libreto de un videojuego como si se tratara del de un videojuego. Y pese a haber partituras preciosas como el main theme de Mass Effect 3 o el acompañamiento de los Elder Scrolls, la sensación durante el juego es que la música es la pata que cojea del banco.

 

Una solución puede pasar por volver la vista al cine y ver cómo se las ingenio para adaptar la música a la imagen. He escuchado en más de una ocasión que 2001 supuso el nacimiento del videoclip contemporáneo y el videojuego debería hacer un examen de conciencia similar. Si la banda sonora tradicional no funciona, quizá sea el momento de buscar alternativas a lo Project 140, Bit Trip Runner o Sound Shapes. Y ya que nos ponemos, pongan algo de Vitalic de fondo, anda.


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