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Peligro: 'Posers' en la industria

Pueden llevarte a meter la pata
Por Rafa del Río

El dicionario urbano, que es algo así como la RAE pero en útil y sin rémoras chupando del bote, define el término 'poser' como persona que pretende ser algo que no es o persona que intenta cuajar en un grupo o sociedad mediante la exageración. Seguro que os suena y conocéis gente así. Individuos que siempre habrán ido un paso más allá que tú, que si tú piensas 'a' ellos piensan 'z' y 'con motivos', y que te pase lo que que te pase, a ellos les ha pasado más, más grande y con pelo. Dicho esto sólo me queda algo por añadir: 

 

Odio a los posers

O a los sobrados, si lo preferís, aunque en la traducción se queda gran parte del encanto del término anglosajón. Desde pequeño siempre he tenido alguno cerca y me ponen de mala leche, de tanta mala leche que, en ocasiones, a veces pierdo los nervios. 

 

Tengo anécdotas para dar y tomar: Desde la de ese niño poser al que sus padres le compraban todo lo que salía en NES y te miraba por encima del hombro aunque no hubiera probado ni la mitad de los juegos hasta la chica que llevaba una trifuerza en la rabadilla sin haber jugado un Zelda en su puta vida. Desde el 'profesional' del manganime que era incapaz de hablar de cualquier serie que hubiera nacido después de los ochenta hasta el estudiante de derecho que 'suspendía porque él tenía razón y el profesor se equivocaba'. 

 

Posers hay en todos lados. Desde el trabajo hasta la facultad, desde el colegio a tu afición, e incluso en la cola del cine, en el autobús, en los periódicos, en la esquina... El comportamiento poser es inherente no sólo a la humanidad, sino al de la propia existencia. No os extrañe que cuando el primer anfibio salió a rastras del mar boqueando por respirar y dar un salto en la evolución, uno de sus hermanos asomara la cabeza del agua y le dijera algo así como 'psé, yo ya salí el otro día y no te creas que hay nada ahí, pero bueno, tú verás, pringado'.

 

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Tengo problemas con éste tema

Y lo digo en serio, porque tengo tanta histeria con los posers que, en ocasiones, creo verlos en todos lados y tiendo a ponerme en guardia por si las moscas. A ninguno de los lectores que llevéis un tiempo por aquí se le escaparán los primeros piques que, el año pasado, tenía con mi compañero Dayo. Reconozco, en mi absoluta ignorancia, que al empezar y por culpa de algunas ideas en las que no cuajábamos llegué a tomar a mi compañero por uno de estos 'posers'. No hace falta decir que en seguida me dí cuenta de mi error y descubrí la calidad de Dayo, una persona de la que he aprendido y sigo aprendiendo, entre otras cosas, a no sacar conclusiones precipitadas.

 

Comprenderéis, por tanto, mi problema con la figura a tratar: ¿Cuándo hay que confiar en la persona que lees y cuándo hay que ponerse en guardia por si sus palabras no son más que dogmas vertidos en pro del quedar bien, del saber más y del ser más que los demás? ¿Cómo protegerse ante las palabras de autores con los que no tenemos un contacto directo?  ¿Y si aquello en lo que nos hacen creer no es más que el principio del padrenuestro que se ha puesto de moda esta semana? ¿Y si mientras comulgo con lo que parecen sus ideas no hago sino bailar al ritmo que me marca una flauta que ni siente ni padece pero tiene bien claro lo que quiere que pensemos... hoy?

 

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El peligro de los posers

Cada vez hay más posers en el mundo del videojuego. En la prensa y el fandom, las desarrolladoras y los usuarios: Personas en las que podemos llegar a creer para luego descubrir, anonadados, que creemos algo en lo que ellos nunca tuvieron fe y se limitaron -por aquello de seguir la moda o, al contrario, capearla-, en demostrarnos cierto sin pararse a pensar en su verdadera naturaleza. 

 

Los posers tienen peligro, no por su estupidez ni por su falta de espíritu, sino porque pueden llevarnos a dudar de nosotros mismos por culpa de ese autoconvencimiento que muestran. Una seguridad que no es real pero aún así está labrada en piedra. Mi consejo, el que me doy a mí mismo, es que nunca perdáis el norte de vuestras verdaderas experiencias, nunca dudéis de lo que sentís, de lo que pensaís ni de vuestros propios gustos. A veces, esa crítica voz de la razón que tan cachondos nos pone no ha probado ni de lejos la oferta que nos intenta colocar o ante la que nos advierte

 

¡Nos leemos!


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