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No me gustan los guaperas

Yo soy más de perdedores
Por Kysucuac

Hay una creencia popular que dice que a las mujeres nos gustan los tipos duros. Desde Sir Daniel Fortesque hasta Geralt de Rivia, el mundo de los videojuegos ha estado repleto de personajes muy característicos, figuras masculinas que han representado la elegancia, el carisma, el valor, la seducción, y demás valores que a mí me llevan a definirlos como “guaperas”. Protagonistas ha habido muchos y de todos los colores, pero está claro que aquellos que son los más mejores de su pueblo son los que predominan. A día de hoy son muchos los hombres pixelados que encajan en una misma descripción: Triunfadores. Ya sea porque se lleven a la chica, ridiculicen al malo o sepan responder con la frase más ingeniosa de la historia, los buenos triunfan. Y a mí me cansa.

 

Cuando era pequeña jugaba a juegos donde los protagonistas solían ser unos perdedores. Mi favorito de entre todos los perdedores era Abe, el protagonista de la saga Oddworld. Eso era un perdedor como dios manda. Hasta los primeros triunfadores eran un poco perdedores, como el ya nombrado Sir Daniel. Tenían ese noséqué que te obligaba a apiadarte de ellos, y, a la vez, te sentías identificado. Era algo así como “he tenido un día de mierda, pero Abe lo lleva peor”. Ahora cuando llego a casa la idea es diferente. Es más bien un “he tenido un día de mierda, voy a jugar en un mundo paralelo donde soy la p*** y todos me quieren forniciar”. Llamadme amargada, pero me gustan los perdedores.

 

Fui al cine el día del estreno de los Vengadores 2: La Era de Ultrón. Me gustan mucho las películas de superhéroes, ahí puedo aceptar que sean todos unos triunfadores (aún con su oscuro y sufrido pasado, claro), pero hay algo que me choca. Culpa de los guionistas, claro, pero no soporto que siempre, siempre, SIEMPRE, todos tengan una respuesta ingeniosa ante cualquier cosa que le ha dicho otro personaje. Creo que por eso me gusta más Guardianes de la Galaxia. Vale, Starlord es un casanova, pero es un pringado al que no conoce ni su padre (AHÁ, INGENIOSO, ¿VERDAD?). Eso es lo que quiero de los videojuegos: Que mi personaje sea un don nadie y se labre poco a poco la reputación.

 

Algo así pasa con nuestro avatar en Skyrim. Al principio, no somos más que un reo al que van a cortarle el pescuezo. Poco a poco, nos convertimos en una persona respetada o temida por todos. Lo único que se vuelve algo chocante en esta entrega (y en todas) de The Elder Scrolls es que acabamos siendo el jefazo de todos. Jefe del gremio de ladrones, del de juglares, del de magos, señor vampiro, señor hombre-lobo, líder de los Compañeros, líder de los barbas grises, señor de Ventalia... Bueno, quizás exagero un poco, pero ya sabéis a qué me refiero.

 

Pero la idea es ésa. Cuando nos paramos a mirar a nuestro alrededor, a ver quiénes son la imagen de cada juego, de cada compañía, vemos triunfadores guaperas por todas partes. Tipos duros, socarrones, sarcásticos y carismáticos. La clase de tío que debería volvernos locas a las tías y a los gays, ese tío que los tíos de verdad quieren ser. Y como nunca llegarán, se conforman con ser el mejor en el juego. Venga, hombre, por favor.

 

Está bien que haya personajes triunfadores, el entorno tiende a ser el adecuado para ellos. Nathan Drake, Dante o el propio Geralt son personajes que han nacido para ser los chulos de turno. Pero no deben eclipsar a los otros, esos protagonistas que sudan sangre, que son unos Starlords de la vida, que no los conoce nadie y que necesitan dar lo mejor de sí para un día llegar a ser como el brujo molón de The Witcher. Ésos son los triunfadores que me gustan.


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