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Nioh 2 y AC Valhalla. Los juegos grasos a veces son más deliciosos que los que aspiran a ser inolvidables

Nioh 2, al Valhalla
Por Adrián Suárez Mouriño

Será que me hago mayor, pero cada vez empiezo a apreciar más los videojuegos grasos, en los que no todo es magro y que solo quieren darme cosas que hacer divertidillas. Ahora mismo estoy entre jugando a Nioh 2 y a Assassin’s Creed Valhalla; y son justo esto: videojuegos grasos. Ni el trabajo de Team Ninja ni el de Ubisoft me va a cambiar la vida, no me acordaré de ellos el día de mañana y ni me darán para escribir sesudos artículos sobre narrativa y pluscuamperfectividad. Sea lo que sea eso. Pero, a día de hoy, echar una pachanguita a uno de ellos mientras me tomo una cerveza es lo más parecido a la felicidad.

 

Bueno, no. Miento. La felicidad es que Hidetaka Miyazaki me confirme que sigue vivo y que Elden Ring no es un sueño de Resines.

 

 

Este tipo de juegos tienen su mérito, no se hacen solos y dependen de que algo crucial en ellos funcione bien: su bucle jugable. Tienen que durar, tienen que permitirte perderte en sus tripas y tienen que conseguir que te apetezca girar y girar en ellos. Ayer me pasé toda una tarde caminando con Eivor por la nieve. Todavía no tengo muy claro por qué, pero me lo pasé bien.

 

Hay mucha artesanía en esta cuestión, en esta experiencia notable que ni se plantea querer ser sobresaliente. Para que me entendáis, Death Stranding sí quiere ser sobresaliente, sí quiere alimentarme, nutrirme, darme vitaminas, saciar mi sed, ser recordado. Nioh 2 es ese paquete de Pringles que devoras hasta el final sin saber muy por qué. Y sin saber tampoco muy bien de qué están hechas. ¿En serio son patatas?

 

En ese sentido, se parece bastante a la experiencia que persiguen los videojuegos móviles: meterte en un bucle jugable, que nunca es ni satisfactorio ni insatisfactorio, para que sigas jugando; quizás para descubrir si en el fondo te lo estás pasando bien o solo estás perdiendo el tiempo.

 

La moraleja de esta historia es que creo que le damos poco valor en la prensa, o en los medios, a estos juegos de engorde, a los títulos que no aspiran a la gloria, que solo quieren estar ahí, acompañarte durante una semana y luego permitirte ir a otras cosas. Yo nunca me quitaré de la cabeza Death Stranding. Ayer, jugando a Valhalla, pensaba en él, ¡quería escuchar a Low Roar mientras caminaba por la nieve! Mañana no me acordaré de Eivor ni de su pandilla de aguerridos pardillos, pero ahora solo quiero echar otro ratito jugando a su lado. ¿No es esta sensación suficiente, no es maravillosa, en realidad? A veces, uno solo quiere jugar a juegos de los que se olvidará mañana.


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