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Nashandra hace de Dark Souls II un juego formidable, esta es su historia

Una que querría que siguiese en Dark Souls 4
Por Adrián Suárez Mouriño

Cuando uno juega a Dark Souls 2 tiene que entenderlo como una lectura que se hace de Hidetaka Miyazaki y de su obra, como un reflejo que toma riesgos para destacar de una manera propia y personal. Una de las claves del original es diseñar un gran engaño para el jugador, suna que seguimos a pies juntillas y sin dudar jamás de ella. En Dark Souls, esta llega a través de la profecía de la que somos protagonistas y que nos lleva a tocar las dos campanas. En Dark Souls II, seguimos la voz de Nashandra, que nos invita a viajar hasta la tumba de rey para matarlo, al torreón de Aldia para liquidar al dragón antiguo, y todo creyendo que lo hacemos por una buena causa.

 

Pero Nashandra no es otra cosa que una parte de Manus, el gran padre del abismo. Esta mujer es un ser que ambiciona poder y lo consigue con engaño, oscuridad y maldiciones. Sí, es fantástica y yo la adoro.

 

En un videojuego como Dark Souls funciona muy bien la construcción de un impulso falso para que un jugador juegue. Es decir, tú no puedes empezar un título y tomar la decisión de no disfrutarlo, de no jugar. Lo primero que haces siempre, lo que necesitas, es poseer una excusa por la que llegar al final, y no te planteas si es una ética, si es moral, si es buena o mala. Si hay que ir a buscar al rey, pues se le busca, y si hay que partirle las piernas al encontrarlo, pues se le parten.

 

 

La gracia de Dark Souls y de Dark Souls II es darnos cuenta, a medida que recorremos sus escenarios, de que todo es una gran mentira. En el original, creemos que lo mejor es enlazar la llama porque parece lo correcto, pero distintas pistas en diferentes partes del mundo de juego han de hacernos dudar, conseguir que nos replanteemos nuestro lugar en la trama para rejugarlo con otra perspectiva. A mí me encanta Nashandra porque ella misma encarna esa gran mentira del primero, es como si cobrara cuerpo y forma.

 

Esta reina, que seduce al gran rey Vendrick, que lo obliga a exiliarse y que provoca la gran guerra contra Los fabulosos Gigantes tiene un origen genial: ser, como digo, una parte de Manus, una que le arrancamos al combatir contra él en el juego original.

 

Esto provoca uno de los mejores instantes que vivimos en Dark Souls II: cuando nos acercamos al cuadro de Nashandra que cuelga en una de las paredes del castillo, es tan poderosa su oscuridad que nos afecta directamente, modificando nuestro propio stat aunque tan solo estemos mirando su rostro pintado. Es entonces cuando comprendemos que la reina no es trigo limpio, nos apiadamos de Vendrick y amamos a los gigantes. A su vez, recibimos nueva información de lo intenso que es el poder de Manus, afianzando el relato del primero de Miyazaki.

 

Pero Nashandra es solo la punta del iceberg. La oscuridad de Manus se divide también en otras partes, en otras hijas que han arruinado otros reinos, a los que viajamos en cada uno de sus DLC para darles muerte.

 

Es por esta interpretación sobresaliente del núcleo del lore de Dark Souls, por lo bien que se ha unido el original con este y por cómo, a través de ese hilo oscuro, se ha construido un mundo nuevo, por lo que amo esta secuela y a Nashandra. También por lo que no me importaría que el equipo encargado de este juego firmara un Dark Souls 4 sin Miyazaki extendiendo las ideas de este. Los alumnos del maestro se merecen una nueva oportunidad.


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