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La función aleatoria del Game Pass y los nuevos roguelikes que me han robado el corazón

Cómo me ha descubierto grandes títulos
Por Rebeca Escribano

Vivimos en la era de la información: queremos saber lo suficiente para saber si nos va a gustar un juego antes de comprarlo pero tampoco queremos que las mejores sorpresas que tiene se nos arruinen en nuestra búsqueda de información. Ante la sobresaturación de información he encontrado una funcionalidad que me ha devuelto la sensación que tenía cuando era una niña y compraba un juego simplemente porque me apetecía pasar un buen rato, sin tener demasiadas expectativas en lo que han dicho los medios, la cantidad de tweets que he leído sobre el tema o el debate crítico sobre la presencia de unicornios en una portada hecha en Paint, y esto es, la función aleatoria del Game Pass. 

 

No es la primera vez que me declaro una abierta fan del Game Pass: su sistema de catálogo de juegos me ha descubierto verdaderas maravillas antes y sigue haciéndolo hoy en día. Y algo que no mucha gente sabe es que Game Pass incluye un botón, una pequeña piececita al final de la página que escoge un juego por ti. 

 

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La función es completamente aleatoria: no sabe nada de mi necesidad por encontrar juegos de ritmos rápidos y partidas cortas que me aporten algo artísticamente jugoso. No comprende que he pasado más horas en mi vida jugando a The binding of Isaac, Cooking Mama y Elite Beat Angels que a triples A trabajadísimos. No está formado por un complejo algoritmo de inteligencia artificial ni programación genética que aprenda de mí. No. Simplemente cuenta con un botón que te invita a dejarte sorprender. 

 

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Y ahí está la magia: Game Pass escoge por mí un juego. Ni siquiera me aporta una descripción de lo que ha salido elegido: solo una portada, un título y la clasificación PEGI. Más que suficiente para mí para lanzarme de cabeza a instalar y jugar a cosas de las que nunca había oído hablar y que hasta ahora, me han enamorado poco a poco y han hecho que recupere la ilusión por las novedades. 

 

Parte de la culpa la tienen dos roguelikes maravillosos. Y si en su momento me puse pesadita con Children of Morta, en las últimas semanas Scourgebringer y Neon Abyss han conquistado mi corazón. Ambos son roguelikes maravillosos, poco conocidos y muy entretenidos de jugar. El primero de los dos, basado en una mezcla con Celeste, se centra en la rapidez de combate y de acciones y en la rapidez de los reflejos para esquivar balas y enfrentarte a los enemigos. Su cadencia, su estilo artístico y sobre todo la forma que tiene de arrojarte en bullet hells controlados, fue todo lo que necesité para reafirmarme en mi necesidad de más horas machacando botones (si queréis saber más, podéis escuchar mi opinión podéis escuchar el podcast de la anterior temporada donde hable de él). Neon Abyss llegó poco después cuando me acabé todo el contenido desarrollado del anterior. Este último juego es un homenaje en plena regla a The binding of Isaac: con enemigos monstruosos en un mundo de pesadilla del que solo saldrás muerto y la dependencia total y absoluta por objetos aleatorios de los que no tienes mucha información. 

 

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Ambos juegos tienen un denominador común: partidas basadas en el ensayo y error donde aprendemos sobre las mecánicas y cómo progresar a base de intentarlo muchas veces, el hecho de que cada vez que juegas es diferente al anterior y que no tenía ninguna expectativa sobre ellos. 

 

Ninguna. 

 

Cero. 

 

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Y sinceramente, creo que hay pocas cosas más satisfactorias dentro de los videojuegos que encontrar un título raro y desconocido del que no hayan hecho un mundo los medios y twitter y divertirte tanto. Lejos de pretensiones de análisis del discurso y de titulares sobre el tamaño del miembro del protagonista. Lejos de complicaciones. 

 

Al fin y al cabo, este modo aleatorio quita sobre mis hombros toda la responsabilidad de no poder desechar un juego por haber gastado “x” dinero sobre él. Simplemente enciendo el mando, le doy a “sorpréndeme” y me pongo a jugar. Y de esta forma, encuentro de nuevo la diversión más pura todos parecen haber olvidado. 


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