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Hades y las pequeñas dosis de frenesí

Matanzas rápidas y decisiones pausadas
Por Brenda Giacconi

Uno de los aspectos que más nos fascinan de los videojuegos como medio de entretenimiento, quitando otros igual de relevantes como la historia o las mecánicas innovadoras, es el reto que ofrecen. Desafíos en forma de obstáculos que generan momentos de satisfacción tras su resolución. En algunos casos, y a un nivel más personal, antes de llegar a este contentamiento tras superar un nivel difícil paso por un proceso de nervios que provocan que mi corazón lata con mucha fuerza. Y ese constante retumbar en mis oídos es un aviso de que necesito relajarme unos minutos antes de continuar.

 

Esto no ocurre siempre, aunque la primera vez que fui consciente de ello fue con Hollow Knight y la lucha contra los Caballeros Vigía, unos escarabajos espadachines que rebotaban por la sala infringiendo mucho daño. Y me sorprendió, porque el frenesí de esa batalla en concreto era más elevado que en el resto de encuentros hostiles del juego. Una escena que ponía todos mis instintos de punta, pero que se integraba en un juego precioso que, en otras escenas, me obligaba a detenerme solo para escuchar la música (Ciudad de Lágrimas, qué belleza).

 

No obstante, un único momento agitado no se compara al desarrollo de partidas en Roguelikes, donde el avance es sinónimo de mayores complicaciones y mejores reflejos. Y Hades es así, o eso pensaba yo.

 

Atenea en Hades

 

Los dioses del Olimpo interrumpen la linealidad de la batalla para darnos potenciadores en forma de bendiciones.

 

El último título de Supergiant Games, que se ha consolidado como una de las novedades más notables de este año, sigue el camino de su género al ofrecer multitud de enemigos y escenarios hostiles bajo la premisa de la huida del Inframundo helénico. Pero, al contrario que otras obras con las mismas mecánicas, Hades administra muy bien sus momentos de frenesí. Y es que hay una gran diferencia de sensaciones entre la batalla (sobre todo si se va con el arco, que no dudo que sea el arma de los profesionales) y la elección de bendiciones de los dioses del Olimpo, una pausa que ocurre muy frecuentemente en todas las “runs”. La primera circunstancia activa los reflejos del usuario y le tensa ante la pantalla; la segunda obliga a abandonar todo lo anterior para centrarse en decidir qué potenciadores acompañarán al protagonista. Una disparidad de emociones a lo que se suma el regreso al hogar tras cada muerte.

 

Porque, como cualquier Roguelike, en las primeras partidas yo me dejaba llevar por el frenesí del combate y escogía bendiciones que mejoraban el porcentaje de ataque. Pero, tras una lucha contra un boss sin poder usar uno de los ataques más comunes por culpa de la maldición de Caos, cobré consciencia de esta diferencia de momentos. Aunque termine una sala con el corazón a mil, hay que tomarse unos segundos para pensar el próximo potenciador. No solo para decidir bien lo que pueda resultar más efectivo para la partida, sino también por respirar un instante ante tantos estímulos hacia los reflejos propios.

 

Batalla en Hades

 

Además, esto se incrementa con la naturaleza del tipo de juego donde cada partida es diferente según las primeras bendiciones que nos otorguen los dioses. Así que es razonable la decisión de Supergiant Games por ofrecer una buena pelea, pero también por dejar que el jugador descanse del frenesí propio de la entrega para reflexionar sobre las nuevas habilidades disponibles, los objetos que vende Caronte y otros atributos que puedan alterar la manera de jugar en medio de una partida.

 

Por eso me gusta pensar que Hades ha sido nominado para el premio de Game of the Year de 2020 (aunque esta gala esté cada vez más en entredicho por la comunidad) por su distinción dentro de un género común. Buen diseño de personajes, música agradable y una ambientación general excelente que se retroalimenta de unas dosis de frenesí controladas que permiten disfrutar del juego tanto por los combates como por todos aquellos aspectos que salen a la luz en los momentos de relajación. Un contraste insólito, pero que mi corazón agradece.


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