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Final Fantasy VII y los parques donde solíamos gritar

¿A qué no sabes dónde he vuelto hoy?
Por Adrián Suárez Mouriño

Aunque tu preferido sea otro, es difícil que Final Fantasy VII no guarde un lugar especial en tu corazón. De este JRPG, entre tantas otras cosas, siempre me ha gustado mucho su grito ahogado a la infancia perdida, al regreso a los lugares en el que los protagonistas eran niños con sueños sencillos, así como su representación en la arquitectura y el urbanismo, en sus parques y en sus juguetes.

 

Final Fantasy VII habla de niños que se han visto obligados a crecer demasiado rápido, sometidos y acelerados por un fiero sistema capitalista y falsamente maduro, por Midgar. Pero siempre tienen un instante para añorar esa infancia perdida.

 

Tifa no ama realmente a Cloud. Ama ese pasado en un pueblo perdido en el que todo era más sencillo. Lo que siente por él es la fantasía de mirar las estrellas por la noche en Nibelheim. Cloud no ama a Aerith, echa de menos a una madre que nunca tuvo y que no le abrazaba por las noches cuando era un niño.

 

 

Estas relaciones se enmarcan en lugares tan emotivos como ese pequeño parque de columpios cerca del reactor o la propia y pequeña villa a la que siempre se vuelve, una y otra vez. Cuando hablé de Final Fantasy X, me referí a él como un videojuego que anuncia una futura despedida. En el caso de la décima entrega, esta es entre dos personas que saben que no pueden estar juntas, pues una es el sueño imposible de la otra. Final Fantasy VII es una despedida a ese ayer robado y arrebatado.

 

Sephiroth llora por su madre y el propio hijo del presidente Shinra, Rufus, tan solo quiere hacer de Midgar su juguete gigante, pues nunca pudo jugar como un niño, solo como una persona mayor; como si crecer fuera una enfermedad, vaya, la misma que está sufriendo La Tierra.

 

Y es que no solo son los personajes los que tienen que ser adultos a la fuerza. El propio planeta exprimido por esta malvada organización es un bebé violado y obligado a crecer. La única salvación del mismo  recae en la figura de los Ancianos, de unos padres sabios y ajenos a este progreso infame. Y ahí vuelve a aparecer Aerith como la gran madre de todos.

 

Al final, todos pierden en una realidad en la que los niños no pueden jugar y solo van a los parques a añorar una infancia que nunca tuvieron, a los que van a gritar. Eso es Final Fantasy VII en el fondo.


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