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FFXV: La indescriptible ilusión de empezar un nuevo Final Fantasy

Por muchos años que pasen, el sentimiento sigue ahí
Por Rafa del Río

De pequeño me encantaban los JRPGs. Desde Zelda hasta Dragon Knight -a.k.a. Dragon Quest-, desde Soleil hasta Breath of Fire pasando por Shining Force, la saga Mana, Earthbound, Chrono Trigger, Phantasy Star con el brillantísimo Phantasy Star IV y, por supuesto, Final Fantasy. Sin embargo, si tuviera que poner mis favoritos de la época 8-16 bits, con mucha pena de mi corazón, seguramente optaría antes por Chrono Trigger, Zelda a Link to the Past -a pesar de ser ARPG- y Phantasy Star IV.

 

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Mi amor por Final Fantasy empezaría después

Me enamoré de la saga Final Fantasy hace cosa de 20 años, más bien 19, cuando Final Fantasy VII rompía esquemas en una casi recién nacida Playstation ofreciendo un mundo que distaba mucho de lo que los anteriores JRPGs se habían atrevido a ofrecer. Un mundo plagado de polígonos, mezclas ambientales explosivas, posibilidades, energía mako y, para colmo, unas cinemáticas que en esa época no sólo no nos molestaban, sino que las exigíamos y sentaban perfectamente a un juego que ya en 1997 conseguía pasar del vídeo al juego sin menús, cargas ni pamplinas. 

 

La primera Playstation fue la gran plataforma que necesitaban los JRPGs para conquistar al mundo. Junto a Grandia, Granstream Saga, Alundra, los brillantísimos Azure Dreams y Brave Fencer Musashiden, Arc the Lad, Breath of Fire III y IV, Chrono Cross, Dragon Quest VII, Guardian's Crusade, Jade Cocoon, Legend of Dragoon, Legend of mana, Suikoden, Star ocean, Tales of Destiny y los enormes Wild Arms, Vandal Hearts, Okage, Dark Cloud y Dark Chronicle, Final Fantasy VII supo destacar al adelantarse a muchos de los mencionados y romper con lo que el resto había ofrecido hasta el momento.

 

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Y la cosa quedó asentada

Final Fantasy VII consiguió sembrar en mis expectativas la semilla de lo que habría de venir. Todavía recuerdo los debates en el videoclub, con información privilegiada en manos de esa criatura mitológica llamada 'Jose, el dependiente' discutiendo sobre lo acertado de poner un VII o un IV al título de un juego que, como el rey Carlos I de España y V de Alemania, era Final Fantsy VII de Japón y IV de España. Piques sanos entre colegas fantaseando con el juego que habría de llegar, que en las revistas ya ponían por las nubes y que prometía dejarnos sin sueño a los jugadores por su ambiciosa propuesta.

 

Final Fantasy VII llegó y me enamoró, y tras él me hice con todos los juegos de la saga a los que anteriormente no había dedicado todo el amor que merecían. Ni que decir tiene que cada vez que ponía el juego, cada vez que veía en pantalla ese icono maravilloso junto al título y las primeras notas de Nobuo Uematsu, el corazón se me aceleraba, las expectativas de conocer la nueva historia se disparaba y, junto a ellas, venían el amor por los nuevos personajes, escenarios y situaciones que iba a conocer. 

 

Pero el tiempo no pasa en vano, y con la llegada de Final Fantasy VIII la emoción cambió. Una emoción que logré recuperar con Final Fantasy IX y su espectacular regreso al concepto más clásico de la saga de Sakaguchi, pero que posteriormente moriría a manos de Final Fantasy X y X-II y que la amiga Lightning acabaría por eliminar del todo al demostrarme, con mucha pena de mi corazón, que la saga Final Fantasy ya no era para mí.

 

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Hasta ahora

Ayer introducía el blu-ray de Final Fantasy XV en la consola y volvía a sentir la misma emoción, la misma capacidad de maravillarme y las mismas expectativas que un yo más joven, de 18 años, sentía hace casi 20 años al ver el rótulo de Final Fantasy VII en su querida Playstation 1.

 

No voy a entrar a contaros nada, absolutamente nada del juego, pues así es como yo he empezado a jugarlo, con información cero, y así es como creo que cualquier fan de la saga, sea novato, veterano o rtetirado, debe enfrentarse al juego. La música de Uematsu en el coche tras comprarla en la tienda del taller, la labor de Tabata y el grafismo propio de un juego que sigue siendo un Final Fantasy pero se apetece como algo diferente consiguió ayer disparar mis emociones, devolverme al viejo dormitorio en la casa de mis padres y hacer latir mi corazón con una puesta en escena que aunque moderna se hace cómoda, como unas viejas zapatillas o el fuerte abrazo de esa gran amiga que siempre ha estado ahí.

 

Final Fantasy ha vuelto, y, joder, cómo lo echaba de menos. 

 

¡Nos leemos!


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