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El chivo expiatorio de los videojuegos

Criminales en potencia
Por José Manuel Fernández "Spidey"

A buen seguro que muchos de vosotros ya habréis oído la noticia del pasado 20 de julio: se estrenaba 'El caballero oscuro: la leyenda renace' en un cine de Denver, allá en los Estados Unidos: James Holmes proclamaba "soy Joker, el enemigo de Batman" segundos antes de entregarse a las fuerzas de seguridad, después de haber asesinado a doce personas a base de fusil y dejar a media centena con heridas de diversa índole. La providencia quiso que el arma se atascara y evitara más muertes.

 

Pat Brown, criminóloga especialmente conocida en el continente americano por gustarle eso de salir en televisión, no ha dudado en declarar a la cadena CNN su certeza en torno a la culpabilidad de los videojuegos en este asunto: "posiblemente pasaba mucho tiempo jugando a un videojuego tras otro, disparando, disparando, disparando… desarrollando su coraje y emociones para cuando se hiciera realidad". Brown, que tonta no es, intentó aclarar su particular acusación hacia el ocio electrónico, a sabiendas de que sus palabras iban a contribuirle no poca críticas por los aficionados de un medio cada vez más aceptado y socializado: "Holmes siempre estaba jugando con videojuegos. No estoy diciendo que los videojuegos te conviertan en un asesino; pero si eres un psicópata, los juegos te ayudan a ponerte en la situación de provocar una matanza".

 

Columbine

 

Es obvio que sus últimas declaraciones tampoco ayudan a poner en buen lugar al del ocio electrónico. Y, ojo al dato, cabe la posibilidad de que no le falte del todo razón… pero, echando la mirada hacia atrás, más allá de la triste matanza de Columbine en 1999, nos encontramos con el que en año 1927 un tal Andrew Kehoe había acumulado en su granja cerca de una tonelada de pyrotol, un explosivo fabricado con los excedentes de la Primera Guerra Mundial. Poco a poco, de manera meticulosa, fue colocándolo en la escuela donde trabajaba realizando funciones de mantenimiento; puso cientos de metros de cable ocultos detrás de vigas y paredes, conectando las diferentes cargas entre sí. En definitiva, Kehoe había implantado cerca de media tonelada de dinamita en la escuela. Treinta y ocho niños y siete profesores fallecieron, y otras sesenta y una personas sufrieron graves heridas.

 

¿Os suena la masacre de la Universidad de Texas en Austin de 1966? Charles Whitman, el mayor de tres hermanos, sobresalía en sus estudios, y era un muchacho de veinticinco años muy apreciado por sus compañeros y vecinos. En teoría se trataba de un chico ideal, pero, como no podría ser de otra forma, había un trasfondo familiar oscuro, con historiales de maltratos por parte de su autoritario padre. Este ex Marine asesinó a dieciséis personas e hirió a otras treinta y dos durante un tiroteo en el campus de la universidad, poco después de que él mismo asesinara a su madre y a su esposa en sus respectivos hogares. Después de ser abatido, se procedió a hacerle una autopsia que reveló un tumor cerebral del tipo glioblastoma multiforme, tumor bastante agresivo del que los expertos concluyeron que pudo ser determinante en base a la consecuente incapacidad de controlar sus emociones y acciones.

 

Lejos de querer ser morboso con los dos anteriores párrafos, me gustaría que todos y cada uno de nosotros, lejos de nuestra pasión por el mundo del videojuego, saquemos nuestras propias conclusiones. Al final, todos los medios jóvenes de entretenimiento con matices culturales, como es esto del ocio electrónico por el que tanta devoción profesamos, se han de ver sometidos al juicio del ignorante. Y, como en casi todos los ámbitos de esta sociedad en la que vivimos, aquellos que usemos el cerebro con propiedad sabremos a ciencia cierta lo que se cuece en esto que llamamos vida. Por ello, sigamos disfrutando de lo que nos gusta sin que tengamos que sentir vergüenza o reparo alguno por ello. Ay, qué fácil es mirar hacia los ordenadores y las videoconsolas cuando el verdadero problema está en los cajones de los mismos estadounidenses

 


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