Echo de menos Prince of Persia

Por razones que ni yo mismo llego a entender muy bien, todos los años me acuerdo de la trilogía de las Arenas de Prince of Persia, ese revival del héroe clásico que tan bien le salió a Ubisoft y que no solo hizo crecer la mitología en torno al personaje sin nombre – ha sido El Príncipe toda su vida – sino que lo introdujo en el mundo de las 3D y estableció unas muy buenas mecánicas de plataformeo que otros juegos posteriores han aprovechado y expandido. Vamos, que son juegos importantes. 

 

 

Quizá el más influyente fue Las Arenas del Tiempo (Sands of Time), por aquello de que fue el primero y, claro, fue el que más marcó a los desarrolladores y jugadores de la época. La mecánica de retroceder en el tiempo y solucionar tus meteduras de pata era muy inteligente y hacía el juego más ligero, pero para mi lo que mejor funcionaba era la estética casi cartoon, los combates con acrobacias y combos y toda la historia en torno a enmendar los errores y las meteduras de pata de un joven. 

 

 

Esto último, sin embargo, es lo que más se explora en su secuela, El Alma del Guerrero (Warrior Within), que es mi favorito de la trilogía. Qué queréis que os diga, a mi yo adolescente y heavy le flipó ese giro oscuro del Príncipe y esa banda sonora tan brutal que tenía. Y de mayor, tras rejugarlo, me ha gustado aún más por cómo reflexiona en torno a las consecuencias de ser un héroe y por lo bien que juega con los dos personajes protagonistas. No me ha gustado tanto que sus dos antagonistas vayan prácticamente en tetas y tanga, pero oye, algo hemos avanzado en la representación de la mujer desde entonces. 

 

El Dahaka tambiénes mi enemigo favorito, no solo por las secuencias de persecución y por el gran combate final – que era secreto y que desvelaba el final auténtico –, sino porque simbolizaba todos los errores de la juventud del Príncipe y porque me gustaba mucho que el héroe tuviera que huir constantemente de sus problemas hasta que, oh, los encaraba al final. Y no nos olvidemos de la pelea contra el Grifo, que tiene uno de los mejores temas del juego.

 

 

El juego que cerraba la trilogía, Las Dos Coronas (The Two Thrones), no era tan brillante en combate como Warrior Within ni tenía el encanto de Sands of Time, pero tampoco lo consideraría un mal juego. En primer lugar, porque tiene unos entornos más urbanos, que es algo que se echaba de menos en la segunda parte. Y luego también porque introducía un Príncipe Oscuro con nuevos poderes que hacía bastante interesante la jugabilidad. Sus jefes me parecen mucho mejores en comparación con su inmediato antecesor, además.

 

Por último, este juego cierra la historia del Príncipe con una reflexión de fondo que la propia Emperatriz comenta casi al principio del juego: que el Príncipe no actúa por salvar a nadie, sino que simplemente lo hace todo por sí mismo, por demostrarse que es el bueno, que es el héroe, y no importa quien perezca por el camino, sea ella misma o su propia gente. Es algo que durante el propio juego queda patente y que me gusta mucho como conclusión en torno a este tipo de héroe. 

 

 

Siempre me da algo de rabia pensar en la saga Prince of Persia. No es solo porque Ubisoft la cagó bastante con su reboot, que no era mal juego, pero era simplista de narices; y con esa cuarta entrega relacionada con la trilogía original que no tenía pies ni cabeza. También entra en juego Assassin's Creed, que inicialmente nació como un Prince of Persia de nueva generación antes de dar un giro en otra dirección. La base, eso sí, estaba ahí, y a día de hoy una de las sagas más potentes de la industria no existiría sin estos tres geniales juegos. 

 

Nunca sabremos qué habría pasado si el primer Assassin's hubiera sido un Prince of Persia de algún tipo. ¿Sería hoy el Príncipe el protagonista de una saga anualizada que vende millones de copias y que ha influido mucho en otros juegos de la industria? 

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