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Del mito del barrio al de Internet

Llegaré a ser el mejor
Por Dayo

Habla la leyenda de un hombre sobrehumano, con cuerpo de niño pero espíritu inquebrantable. Su anodina apariencia revela un guerrero cuando se apagan las luces y se encienden las consolas en los arcades. Con cien pesetas puede completar cualquier juego sin apenas sudar. Los rivales sucumben ante sus movimientos de Street Fighter. Las consolas, como juglares, cantan sus vítores siempre que nosotros, mortales, terminamos una partida y la puntuación final presenta en la cumbre de las puntuaciones una retahíla de nueves que señalan el cómo ha convertido en posible lo imposible. Junto al número, su nombre nos recuerda a todos quién es. Gregor.

 

Fantasías aparte, yo no pude disfrutar plenamente de esta escena porque mis padres no es que estuviesen enamorados de las recreativas precisamente, pero sí que pude ver sinónimos en otros medios. Llámalo gogos, llámalo peonzas, llámalo Magic The Gathering, pero siempre estaba ese chico al que todos temían. Ese tipo que podía con cualquiera, el que nunca perdía, la espada hundida que declararía rey de todo el patio cuando alguien consiguiera sacarla. Eran otros tiempos: la gente hablaba cara a cara, la información se conseguía preguntando y los juegos eran físicos, así que era fácil conocer a los sospechosos habituales del parque o patio. Corte a unos pocos años después y aquí estamos, viviendo tras pantallas que nos conectan de alguna forma con gente a cientos o miles de kilómetros de nuestros sótanos y nos hacen olvidar por un momento el cómo existimos en este oscuro espacio sin ventanas esperando que algún día toda esa pizza y todo ese sedentarismo nos cause un ataque al corazón y nos libre de nuestras penas.

 

Lo que quiero decir es que ahora no hay contacto.

 

Es más, casi me resulta extraño cuando encuentro a alguien que juega a videojuegos. Seré yo, tal es la ironía, pero en mi círculo habitual los gamers se cuentan de sobra con los dedos de una mano. Ya no hay mitos ni leyendas: no existen jugadores en los patios que hayan logrado lo imposible. No hay héroes en los arcade que ostenten la puntuación más alta. Ahora nos ocultamos en la soledad de nuestras habitaciones, teniendo una experiencia multitudinaria pero al mismo tiempo tremendamente solitaria. Esos niños que lloran sobre cómo no paran de matarles en Halo no se comparan con el sencillo “¡cabrón!” que puede decir un amigo, y la gente comentando la partida no transmite el calor de una habitación llena de colegas mirándose las pantallas los unos a los otros.

 

O al menos era así hasta Battlefield 4. Con todo lo que pueda odiar las anualizaciones y la falta de creatividad y espíritu que tienen los grandes shooters modernos militares, Battlefield se ha ganado un pequeño hueco en mi podrido corazón ¿por qué estoy sacando el tema? Me alegra que lo preguntéis: Battlefield 4 tendrá, como ya viene siendo casi obligatorio en los videojuegos, un fuerte componente social. Así que podré compartir con mis inexistentes amigos mis bajas puntuaciones para que se rían de mí, y el momento en el que tenga una buena partida podré compartirlo en Facebook para que todos me llamen friki sin vida. Yo qué sé, ni siquiera sé si eso se puede hacer. Tampoco es que me importe. Lo que me importa es el cómo han llevado ese componente social a su siguiente paso: juntando a los jugadores en un patio virtual.

 

Recientemente salió a la luz que Battlefield 4 ofrecería la posibilidad de localizar al resto de jugadores. Hablo de un sistema que señala al nivel “a dos manzanas vive un mocoso de 12 años que juega mejor que tú. Pipa”. El cómo lo plantean suena realmente interesante: puedo competir contra los otros jugadores para ser el mejor en mi ciudad, barrio, calle o incluso edificio. Esto reconecta a los jugadores como en los viejos tiempos.

 

 

Simplemente encender mi consola y saber que no soy el único friki solitario en mi edificio ya me alegra el día. Esto invita a conocer personas, a hacer amigos. Es un movimiento realmente inteligente por parte de DICE y es una técnica que nunca ha llegado a explotarse adecuadamente. Pokémon en su momento forzaba a la gente a socializar si querían hacerse con todos. Las revistas de videojuegos, antes de Internet, hacían que todos nos juntásemos para ver qué juegos merecían la pena y cuáles no, conocer todos los trucos y ver las nuevas guías que ofrecían. Y luego Nintendo creó el Street Pass, pero sinceramente ¿quién se lleva su portátil por ahí? Fuera de Japón, claro


Lo que estoy diciendo es que esta nueva opción, tan aparentemente trivial, puede contribuir a una nueva forma de socializar y a un interesante giro de tuerca en las relaciones sociales: es iniciar un grupo de barrio, hacer clanes y compartir experiencias sobre un juego que todos tenemos y con el que todos disfrutamos, y picarnos los unos a los otros a ver quién es el mejor.

 

Como ya dije con otro artículo, los videojuegos limitan mucho su visión a los confines de la narrativa, pero no juegan apenas con el sistema. Lo que Battlefield 4 quiere hacer puede ser un paso muy importante, no sólo en la socialización, sino en el futuro de los juegos. Este es uno de los gestos más sutilmente inspiradores que he visto, y puede que sea la primera vez que realmente esté interesado en el componente social de un videojuego. Quiero saber a qué nivel juego, quiero saber quiénes comparten mi deseo de llegar a ser el mejor en mi edificio, en mi barrio.

 

Quién sabe, puede que hasta pille cacho con ese sistema.

 

Sólo es una idea.


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