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Como afrontar el streampocalypse sin volvernos majaretas

Los dilemas del juego en la nube
Por Julián Plaza

El videojuego tiene tanto de industria cambiante como de campo de pruebas. Hace unos años parecía imposible que las ventas digitales se impusieran con tanta contundencia a las físicas, sonaba a cuento que todas las compañías ofrecieran servicios de suscripción y hasta presentar varias versiones de una misma consola se veía como el preámbulo del apocalipsis. Sin embargo, aquí seguimos. Y con todo esto a nuestras espaldas.

 

Ahora vayamos a lista de ideas revolucionarias que no lo fueron tanto. Es fácil pensar en Kinect, en esa industria móvil destinada a suplantar a las consolas por su rápida escalada en potencia, o en la llegada de un control por movimiento que sugería condenar al mando tradicional. Habrá hasta quien añada la VR a este saco de aspirantes a mucho que se quedaron en nada, pero el caso es el siguiente: no todo lo diferente se asienta. Y en este escenario nos llega el juego en la nube.

 

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Con Google entrando en juego, creo que es moderadamente razonable hacerse preguntas incómodas con el streaming. Este gigante de la información subsidiario de Alphabet (la tercera empresa tecnológica más grande del mundo, solo por detrás de Apple y Amazon) tiene una infraestructura suficiente como para ofrecer el primer juego en la nube doméstico de calidad. Y no viene solo, recordemos que en el paquete se incluye Youtube y que ahí, junto con Twitch, es donde están los influencers del gaming. Nos reiremos con lo que ganó Ninja jugando al Apex.

 

Es fácil pensar que Google juega en otra liga, que de repente Microsoft y Sony han empezado a ir a remolque. Creo que si no sabemos el precio de Stadia es precisamente porque es la ficha reservada para moverse cuando las demás enseñen sus cartas, y seguro que su jugada es de jaque. Si vemos a Google metida en este berenjenal del streaming es porque las grandes compañías lo quieren convertir en el estándar del futuro, y sinceramente no sé cuánto podemos hacer para evitarlo por mucho que creamos que las consolas nunca van a morir. No debería ser malo reconocerlo.

 

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Los más agoreros hablan de un formato similar al de Spotify en el que se diluyen las barreras entre consumidor y distribuidora. En ese supuesto la suscripción es obligatoria y los filtros de búsqueda están controlados: ya no tienes varias estanterías físicas en la que ir a mirar, sino una portada de destacados, una columna de categorías y un buscador manual, pequeñito y arriba. Que no moleste. El control de la información abrazándose bien fuerte con las listas de recomendados y los algoritmos que aprenden de ti, un contexto descaradamente capitalista en el que es difícil no malpensar. Menos con Google en el ajo.

 

Por características, el juego en la nube parece una novedad destinada a estar siempre un pasito por detrás del doméstico. Por los agentes interesados en implantarlo, lo percibo como un salto forzado a un sistema de negocio exageradamente favorable para los publishers. Con lo que hay en juego, no les veo con la intención de echarse atrás por unos cuantos milisegundos de retraso en la latencia. Puede que sea aventurado sugerir que intentarán colárnosla, pero sin duda se centrarán en las virtudes (juego instantáneo, soporte ingame, cercanía con streamers) y pasarán muy por encima de los defectos.

 

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¿Cómo afrontamos el streampocalypse? Desde mi punto de vista, lo principal desquitarnos del espíritu negacionista: esto llega, es imparable. Luego, hay que asumir que todavía hay preguntas sin respuesta (exclusividades, precio, etc.) que no existen para generar dudas, sino porque estamos en mitad de una partida de ajedrez con muchas compañías interesadas en tomar parte, y cada movimiento está milimetrado. No es una carrera sino un maratón.

 

Para terminar, que pasarán años hasta poder emitir un juicio sobre la penetración real del juego en streaming dentro del mercado global del videojuego: afirmar, en 2019, que no acabará con las consolas en casa es poco más que una frase sacada de una bola de cristal. Nos guste o no, esto va para largo, pero no es ninguna idea de bombero. Lo mejor que podemos hacer es comprar palomitas y tomar asiento.


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