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Blackwood Crossing: videojuego, poesía visual y narración

Lo onírico y la imaginación, lo trágico y lo mundano
Por Rafa del Río

Tengo fijación con lo onírico, con lo irreal, con los cantos de sirena que manejaron la vida y muerte de Gustavo Adolfo Bécquer y que reflejaron lo imposible hecho mundano en la maravillosa adaptación al cine de la novela Big Fish, de Daniel Wallace, de la mano de Tim Burton. Me gusta que me sorprendan con entornos imposibles, con fusiones de elementos sacadas de sueños y pesadillas, y realidades que parecen a punto de desvanecerse, como un espejismo. 

 

Es curioso, pero no hay mucho de esto en el mundo del videojuego. Tendría que irme a Morrowind o Tomorrow Children para ver ese toque de absurdo a través de lo cotidiano reconvertido a un neblinoso escenario en el que, según parece, todo es posible. Sin embargo, a niveles reales, tan sólo un título había logrado hacer sentir ese aura de Big Fish: Brothers, a Tale of Two Sons, a la espera de la promesa de un What Remains of Edith Finch que pinta soberanamente bien.

 

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La realidad del durmiente

Pocos han sido los juegos que se han atrevido a jugar con ese ambiente, ese tul que reside entre la vigilia y el sueño que, en duermevela, hace que todo se posible y veraz. De todos los que lo han intentado me quedo con este último hallazgo, Blackwood Crossing, de nuevo la historia de dos hermanos desde el punto de vista de un tren que repasa los recuerdos en forma de sombras de un pasado que se retuerce, vivo, entre frases de diálogo, carteles de cine y recuerdos de la infancia. 

 

Blackwood Crossing nos ofrece la historia de dos hermanos que viajan en tren, pero esta certeza, que al principio es la única que tenemos, pronto se ve alterada por hecho extraños, como la ausencia de viajeros en los vagones, la aparición de un extraño niño con cabeza de conejo y la presencia de personas estáticas y cubiertas con máscaras que ocultan la verdad de lo que está pasando. 

 

Encarnando a Scarlet, una joven adolescente que viaja con su hermano, Finn, pronto descubrimos que la verdad es un concepto vasto e inalcanzable, que la certeza es el privilegio de los tontos y los locos, y que nosotros, como durmientes que vagan entre los recuerdos y la esperanza, sólo podemos aspirar a conocer una parte, la que deseemos, de todo lo que rodea una historia que necesita ser contada. 

 

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Lo onírico como narración

Así, y de forma curiosamente clara, PaperSeven nos entrega la verdad desde el principio, servida en bandeja de plata, y decora todo el misterio que no es tal de forma que deseemos avanzar y descubrir algo que ya sabemos pero desconocemos por entero. La forma en que la desarrolladora juega con elementos tan diversos como los recuerdos, la esperanza, las bajas pasiones y el pasado se funde con el tinte de lo onírico, de la magia y la imaginación, y todo esto en un baile, casi una danza macabra, en la que los elementos se suceden, a veces sin ton ni son, llevados por el timbal emocional de un niño que se siente abandonado. 

 

El resultado final es un tremendo juego que demuestra que el entretenimiento electrónico hace mucho que dejó de ser un simple matamarcianos para niños y eleva la industria a la categioría de arte con unas técnicas de narración propias que se sirven de escenarios en cambio constante y muy reducidos para dar como resultado un juego intimista, cercano, y capaz de jugar con tus emociones como pocos títulos lo logran. 

 

Blackwood Crossing es una auténtica joya. Próximamente publicaremos el análisis y pasado mañana podréis ver un vídeo con algunas notas sobre el juego y sus primeros quince minutos. Si no queréis esperar a saber más de él echad un ojo en la web. Está disponible para Xbox One, PS4 y PC, y es uno deesos títulos que hacen que ya no dé vergüenza decir que tu afición son los videojuegos. 

 

¡Nos leemos!


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