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[Análisis expandido] This War of Mine

Las historias emergentes de la guerra
Por Dayo

Este texto es una expansión del análisis de This War of Mine.

 

Al norte de la ciudad hay un barrio al que la guerra no ha llegado. En una de sus casas vive una pareja de ancianos totalmente indefensa, fingiendo que pueden llevar una vida normal. Pero tarde o temprano los recursos se agotan; mi grupo estaba hambriento y uno de sus miembros estaba gravemente herido. Todas las casas de la zona ya habían sido esculcadas sin resultado. Nada. Buscar en los otros edificios era demasiado arriesgado: nadie del grupo estaba capacitado o dispuesto a enfrentarse a un hombre con una pistola. No hay mucho que se pueda hacer con un cuchillo. Con el tiempo el grupo acabó contra las cuerdas, sin ningún lugar nuevo al que acudir en busca de recursos.

 

Entonces recordaron esa pareja de ancianos. No suponían ninguna amenaza, a lo que aquella noche se decidió entrar en su casa por la fuerza. Ya con la llegada al jardín hubo una buena recepción; vendas, alimentos ¿Qué más esperaba en su interior? Al entrar nadie sacó un arma o pidió ayuda. El anciano se levantó y comenzó a gritar pidiendo que, por favor, no se llevasen nada. Pero el grupo necesitaba recursos y ellos tenían. Al salir corriendo de su casa me sentí como una rata miserable, un intruso que había arruinado vidas. El grupo coincidía: todos se desmoralizaron y entristecieron. Nadie podía creer que hubiesen caído tan bajo como para arruinar la vida a una pareja que apenas podía sobrevivir.

 

Decidimos que no volveríamos a esa casa. Ya habíamos hecho demasiado daño.

 

Pero pasaron los días y no aparecía nada nuevo sobre el terreno. Todas las casas estaban fuertemente vigiladas o tenían habitantes armados con pocas ganas de compartir. Volvió la necesidad y la desesperación y, con ella, volvió la decisión de visitar a los ancianos.

 

La visita no salió como se esperaba. La casa estaba vacía, con la chimenea apagada y un ambiente sombrío y desgastado. En el ático había una nota, una carta de la pareja hacia su nieto. En ella hablaban sobre cómo la guerra les intimidaba pero que esperaban poder vivir en paz, que todo terminaría pronto y que no había razón para preocuparse. La anciana estaba preparando la masa de las galletas que tanto gustaban a su amado nieto y el abuelo hablaba sobre ayudarle a jugar mejor al golf.

 

De pronto me sentí miserable. Había roto una familia.

 

Días después el grupo visitó una iglesia que conectaba con un edificio que contenía varios recursos valiosos. Había un sacerdote guardando a los refugiados y comerciando con el que estuviera dispuesto a ofrecer algo para intercambiar, pero al intentar romper una puerta él lo interpretó como una intromisión y pasó a los puños. Mark, que acababa de ingresar al grupo, no tuvo otra opción que devolver el golpe y mató al sacerdote a golpes. Entonces uno de los refugiados apareció con una navaja y se la clavó hasta quitarle la vida. Era la primera noche de Mark. Al día siguiente, por pura desesperación, el grupo envió otro explorador, esta vez armado con un cuchillo para defenderse. Para asegurarse de que nada saliera mal, acabó con el refugiado que había matado a Mark.

 

La casa se agitó. Los otros refugiados corrieron hacia el cadáver, alarmados, pero en lugar de acudir armados y dispuestos a matar, lo hicieron envueltos en lágrimas e incapaces de creer que realmente habían perdido alguien de su grupo.

 

Expoliamos la zona mientras lloraban sobre su cadáver.

 

El espíritu del grupo cayó en picado. La gente estaba deprimida. Si hay una línea moral, el grupo ya la había cruzado. Habían arrebatado tantas vidas que ellos mismos creían que no merecían vivir más. Y quizá fuese así. Quizá fuese mejor. Pero nadie quería cargar con el peso de otro cadáver.

 

Desde entonces nadie sale a explorar con un cuchillo. Nadie va a mancharse las manos. No buscan pistola ni municiones, no quieren armarse. Si la guerra realmente se cobra no sólo vidas sino espíritus, nadie merece sobrevivir.

 

Nada de esto ocurrió por una imposición del juego, scripts premeditados o misiones cerradas. Fue una cadena de malas decisiones y malas consecuencias, de pensar antes en lo material que en lo humano. Pero eso es lo que hace la guerra; te cambia, te hace enfrentarte a tu yo más indeseable. This War of Mine no necesita artificios para retratar su crudeza. Simplemente es.


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