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Al respecto del cansino lamento de un desarrollador indie

Corrientes gafapasta...
Por José Manuel Fernández "Spidey"

Acabo de ver Indie Game: The Movie, un film donde se relatan las vivencias de varios desarrolladores independientes y del que mi compañero Raul Rosso ya hiciera referencia hace algún tiempo. En esta película se puede contemplar cómo los creadores de Super Meat Boy, Braid y Fez se sinceran de cara a la pantalla, sacando a relucir lo durísimo que les resulta llevar a buen puerto sus proyectos; hasta tal punto de que en no pocos momentos el documental parece un drama de tintes épicos. Pero todo sea por obtener el siempre anhelado reconocimiento artístico tan implícito en sus obras…

 

 

Y es aquí donde se me cruzan los cables… Servidor lleva ya unos cuantos años peinando canas. Y, por así decirlo, he contemplado cómo esto del videojuego ha crecido hasta llegar a donde hoy estamos. En todo este tiempo, he vivido junto a pequeños grupos de personas capaces de crear auténticas maravillas trabajando con tesón y, sobre todo, con una pasión desorbitada. Recuerdo con mucho cariño aquellos años ochenta en los que un Víctor Ruiz era capaz de programarte una barbaridad como Camelot Warriors, o cuando el añorado genio Paco Menéndez codificaba en pleno código máquina la joya de las joyas del software español: La Abadía del Crimen.

 

A posteriori, ya en los tiempos de los viejos ordenadores de 16 bits (servidor era un feliz usuario de Amiga), salían decenas y decenas de maravillas desarrolladas por una o dos personas que, creedme, eran capaces de comerse con patatas fritas a muchas de las autodenominadas genialidades que acaparan en la actualidad las parrafadas de los intelectualoides del videojuego. Y ojo, con bastantes ejemplares cuyo destino, desde el mismísimo principio de su concepción, era el ser objeto de dominio público… o sea, gratis. Nuevamente, y más allá del factor proyección, se encontraba el amor por hacer algo que llegase a la gente y fuese disfrutado por propios y extraños, píxeles mediante.

 

Es por ello que no termino de entender cómo se puede poner continuamente el grito en el cielo con algunos productos que verdaderamente merecen un trato más humilde del que destilan sin su capa de "producto artístico". El que esto suscribe sigue pensando que muchas de las alabadísimas ‘joyas’ que hoy día ven la luz bajo la etiqueta ‘indie’ -y más si llevan detrás toda la absurda parafernalia que bien podremos contemplar en el mentado documental- no son más que ínfulas de pseudo-artistoides gafapastas a los que se les ha subido el asunto en demasía. Claro está que existen autores que huyen de todo esto, y que, casualmente -y a la usanza del creador del genial Intrusion 2-, quedan relegados al más cruel de los ostracismos.

 

 

O eso, o es que algo falla en varias de esas cabezas henchidas de ego, porque antaño se desarrollaba, por ejemplo, un Disposable Hero (un magnífico matamarcianos para ordenadores Amiga) a nivel casero y a sabiendas de que el juego se iba a vender poco dado el estado de la máquina de Commodore en la época en la que salió… ¡y eso si llegaban a encontrar distribuidora, que lo mismo ni eso! Mientras, llegamos a un 2012 donde salen juego cuyo aspecto parece haberlo diseñado un niño de párvulos y que, a pesar de contar desde un principio con jugosos acuerdos con las más grandes compañías (o sea, dinero), les llega la vena artística y se lamentan de lo mal que lo están pasando… ¡cinco años para desarrollar esa evolución del mítico Nebulus de nombre Fez, por favor!

 

Aún así, perdonad la rabieta. Considero que Fez es un juego estupendo, un concepto maravilloso que, importante, es sumamente divertido. Pero a títulos como Fez se le están dando una importancia que en verdad no deberían acusar… puesto que, asumiendo un rol objetivo, el desarrollo autodenominado como independiente -seamos realistas: ¿corriente artística, tal vez?- no se diferencia en demasía a lo que se hacía diez, quince o veinte años antes. Y se hacía con humildad, sin necesidad de ponerse una boina hacia atrás, calzarse la ropa más chanante y gritar a los cuatro vientos lo mala que es la industria del videojuego. A mí, por lo menos, no me convencen…


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