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A Kinectics Carol

La saga Tales endulzará, aún más, sus últimas horas
Por Adrián Suárez Mouriño

'Con este fantasmal relato he procurado despertar el espíritu de una idea ya contada sin despertar en mis lectores malestar consigo mismos, con los otros, con la temporada ni conmigo. Ojalá encante sus hogares y nadie sienta deseos de verlo desaparecer' 

 

Estrofa primera

Mattrick había dimitido, eso para empezar. La firma de la junta, de su carta y de su equipo lo atestiguaban. También Spencer había firmado, y la firma de Spencer, de reconocida solvencia, daba valor a cualquier papel en el que apareciera. El viejo Mattrick había dimitido, se había largado con viento fresco a... otra compañía.

¡Atención! No pretendo decir que yo sepa que el viento es fresco cuando abandonas una compañía en pos de otra, ni siquiera que los aires acondicionados estuveran encedidos ese día. Pero en el símil se encuentra la sabiduría de nuestros antepasados, o algo así, pero Mattrick se había marchado, y esto, queridos amigos, era, más o menos, un hecho. Spencer sabía que Mattrick se había marchado ¿cómo no saberlo? había sido su socio durante años, su albacea, ea!, y hasta su único heredero en el puesto. Firmó junto a la junta la dimisión de su antiguo socio, y ni siquiera él pudo sentir pena más allá de la que se finge en las fotos. 

 

Un poco de Carols of the Bell para entrar en ambiente...

 

Spencer trabajaba en su pequeña gran oficina, con la puerta abierta para ver cómo se desenvolvían sus empleados. Tal vez por eso, los golpes en el quicio auguraron sin reservas la entrada del encargado del comité de ventas, que con un titubeo algo forzado se forzó sin titubear a sentarse ante el escritorio de madera del nuevo presidente encargado de juegos.

-En estas fechas -dijo el encargado- sería interesante prever lo que haremos con la... camarita. ¿Seguiremos incluyéndolo en el pack de salida tal y como su socio, el ya no presente señor Mattrick -el encargado de habría quitado el sombrero si lo portara- deseaba?

Spencer asintió con la cabeza y afirmó: -Esos eran sus deseos. Buenas tardes -concluyó por ver si la inesperada visita marchaba. El truco no pareció funcionar.

-Comprendo entonces, señor, que incluiremos... la camarita en el bundle -suspiró el encargado-. ¿No sería entonces interesante investigar un poco sus usos más allá de windows 8? El usuario está un poco cansado de lo de siempre y si le obligamos a hacer la compra...

El ceño de Spencer era un arco derribado, posiblemente bizantino con tintes jónico dóricos. Dio un golpe en la mesa con el puño cerrado, pose natural en sus argucias. 

-¿Acaso no seguimos teniendo juegos de gatitos acariciables, títulos clónicos de baile y esas chorradas de pegarle a la fruta y a los bichos que ya sacó la competencia con su 'ahí stoy'?

-Sí, pero... Muchos no quieren jugar, y muchos preferirían la muerte antes que seguir jugando a esas como usted mismo llama, chorradas, con perdón.

-Pues que no jueguen, y no gastemos más en tonterías -sentenció Spencer-. Buenas tardes.  

 

Estrofa Segunda

Spencer trabajaba hasta tarde en su pequeña gran oficina en Redmond. Las sobras del catering del restaurante de sushi más cercano daban fe de una cena apresurada, el partido de basket en el plasma sobre la chimenea atestiguaba un trabajo que no requería demasiada atención. Tal vez por eso la silueta que se manifestó en el quicio de la puerta pasó desapercibida en un principio. 

-Phiiil, digo... Ebenezeeer -aulló la silueta poniéndolo ojitos golosos al california maki que reposaba sobre el escritorio.

Ebenezer Spencer se giró en su silla giratoria y se enfrentó a la fantasmal figura de Jacob Mattrick, su antiguo socio. Su piel brillaba con un aura espectral, sus pelos ondeaban al viento, fijo que por culpa del viento fresco del que hablábamos al principio. La ropa hecha girones denostaba una vida más allá de lo anteriormente conocido.

-Es que vengo de una convención de Crepúsculo -explicó Mattrick.

Spencer asintió y pulsó el botón de seguridad.

-No pulses el botón de seguridad -rogó Mattrick, tarde para variar-, pues tengo una advertencia para ti: Elimina la camarita del bundle de salida o investiga un poquito sobre ella, no seas canalla, o terminarás como yo...

-Oh, espectral figura -dijo Spencer, a quien le había sentado fatal el sushi- ¿qué es ese atroz sonido que acompaña tus palabras?

Mattrick se encogió de hombros -son las alertas de los Whatsapp que me avisan de la peña poniéndome a parir por twitter... Me labré esta condena con todo ese rollo de la conectividad y la prohibición de alquiler. Pero escucha, no nos queda mucho tiempo antes de que lleguen los de seguridad, desgraciao, tres fantasmas te visitarán en los próximos tres años...

-Espera, ¿tres años? ¿No tendrían que ser tres días?

-Claro, como los Games with Gold -suspiró Mattrick-. Espero que los fantasmas sepan convencer a quien yo no he podido conmover...

Y dicho esto, la figura desapareció... entre los musculosos miembros de los miembros del equipo de seguridad.

 

 

Estrofa tercera.  

Ebenezer Spencer despertó sudoroso entre las sábanas de algodón egipcio de su cama king size. Una figura espectral flotaba transparente sobre su lecho. Cualquiera con un poco de memoria histórica habría jurado que se trataba de una Nes de ocho bits. 

-Soy el fantasma de las generaciones pasadas -dijo la consola- y tomando con su mando de la mano a Spencer, hizo que el escenario del dormitorio desapareciera, mutado en un salón pequeño plagado de estuches de VHS y un pequeño mostrador tras el que un tipo gordo y grasiento fumaba un pitillo delante de un grupo de chiquillos que hacían cola.

-¿Dónde estamos, fantasma?

-En un videoclub de los ochenta -suspiró la Nes-. Observa a los chiquillos.

Uno tras otro, los muchachos pedían sus juegos al dependiente, que se movía con la energía de un continente cojo y medio ciego. Uno tras otro, los videojuegos pasaban de manos a cambio de una moneda de cincuenta centavos.

-Cincuenta centavos por un juego, ¡qué robo a las compañías! -gruñó Spencer.

-Se trata tan sólo de un alquiler -explicó el fantasma mientras volvían a cambiar de escenario.

En el interior del Walmart, se vendían varios packs de consolas con uno o dos juegos de regalo.

-¡Demonios! ¡Si cuestan casi lo mismo con juego que sin juego! -protestó el presidente.

El fantasma sonrió:

-Ese es el concepto de pack, Ebenezer, cuando cobras cada componente por separado no estás vendiendo un bundle, estás obligando a comprar por la cara el stock de cámaras que tienes en el almacén por culpa de Mattrick.

Y con estas palabras el fantasma desapareció, dejando cómodamente tumbado a Spencer en su lecho.

 

Estrofa Cuarta.

Las contraventanas golpeaban por culpa del viento, o habrían golpeado si hubiera habido contraventanas y, ya puestos, viento. La noche era oscura, sobre todo con las luces apagadas, y una nueva indigestión de sushi tenía postrado a nuestro gran hombre, Spencer, a quien un sexto sentido advertía que esta noche recibiría la visita de su segundo fantasma. Cuando la nintendo Wiiu fantasmagórica apareció de sopetón sobre su cama, Spencer ni siquiera se alteró. 

-Soy el fantasma de la generación actual -suspiró la consola, un poco mosca.

-Y es casi literal como Nintendo no haga algo rápido -gruñó Spencer, sarcástico.

-¿A que llamo a mi hermana PS4 y dejo que sea ella la que te guíe?

El presidente alzó las manos ante él, excusándose, y la habitación dio vueltas hasta convertirse en una enorme sala blanca plagada de monitores. En cada monitor se proyectaba información de muy difrerentes tipos. Cifras de ventas, situación de la actual generación en los mercados, twits poniendo a parir a la... camarita, análisis negativos, comentarios, foros... 

-Oh, cruel fantasma, aléjame de esta dura realidad -sollozó Spencer.

El escenario volvió a cambiar, el fantasma y su acompañante aparecieron en una habitación plagada de ordenadores. En uno de estos, había un texto hablando de futuros lanzamientos. Spencer lo leyó, confundido.

-¿Qué es esto? -quiso saber.

El fantasma sonrió.

-Es una nota de prensa de la competencia -explicó-. Supongo que te habrá costado reconocerla porque no dedica el 80% del texto a hacer autobombo, no trata a los periodistas como si fueran idiotas y no usa frases como 'ya sabéis que nuestro cacharro es el mejor para disfrutar de juegos, tecnología y aplicaciones populares'. 

Spencer meditó, en silencio.

-¿Los periodistas no son idiotas? -preguntó al fin.

El fantasma sonrió.

-Algunos hasta saben leer -aseguró.

Y con estas palabras, el fantasma hizo como Mattrick, se piró, y Ebenezer volvió a su dormitorio. 

 

 

Estrofa Quinta.

¿Cuánto tiempo pasó hasta la tercera noche? Puede que apenas unos segundos, o tal vez fueran años, las apuestas señalaban a 2015, pero quién sabe... tal vez Mattrick consiguió meterle prisas a los espectros. Fuera como fuera, la tercera noche, que como todo en esta vida terminó por llegar, encontró a Spencer sentado en el borde de la cama, con frío a pesar del calor del ambiente, mirando al infinito por ver en cuál de sus rincones se abriría la puerta que daría entrada a su visitante. Tal vez por eso, se sobresaltó cuando una mano blanda, como la zarpa de un gatito desuñado, le dio un toque en el hombro. 

La figura que se alzaba a su espalda era sombría y esquelética, cubierta por una capa de sombras que le ocultaba parcialmente el rostro. Habrá quién podría haber dicho que parecía la versión transparente de Peter Molyneux con albornoz, pero no seré yo quién lo haga. 

-Das yuyu, fantasma, mamón -dijo Spencer-, pero sé que tu intención es buena. Ilústrame.

El espectro lo miró, enmudecido.

-No puedes hablar, fantasma de las generaciones futuras, pero tu mensaje es importante. Por favor, házmelo llegar. 

Oscruridad, tenebra, lóbregas sombras que corren furtivas sobre un erial de muertos en los que las tumbas impías reposan sin monunmento que recuerde si quiera en silencio a los caídos... La capa de sombras reculó, como la noche da paso el día, y el espectro agarró a Spencer por las solapas del pijama. Su boca se abrió como un agujero negro que retaba a la cordura, y con voz de ultratumba, la figura... habló.

-Coño, Spencer, que dejes de meter por narices la camarita en el pack de venta y bajes el precio cien pavos, tío, que pareces tonto. 

Y con estas palabras, el fantasma, desapareció.

 

Epílogo.

Es posible que los años de Mattrick se convirtieran en meses, que la nueva política de la compañía de Spencer les valiera para seguir en el mercado y que los llantos de los pioneros en las compras fueran aliviados por la promesa de cumplir las promesas que ya se habían hecho, ¿quién sabe?
Yo, por supuesto, no estuve allí. Ni siquiera sé si estos personajes, uh... salidos directamente de... uh... mi imaginación, llegaron a existir algún día.
Lo que sí sé es que los fantasmas existen. A veces fantasmas de personas que dejaron de acompañarnos en nuestra vida, en ocasiones fantasmas de aquellos juguetes que hicieron un poco más feliz nuestra infancia. Fantasmas de seres queridos, de mascotas, de consolas y, por qué no, también de promesas que, a cambio de un par de ventas, nunca llegan a hacerse corpóreas.

Espero que hayáis disfrutado esta historia.

 

¡Nos leemos! 


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