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25 años con Blizzard

Que se dicen pronto
Por Bruno Louviers

El 8 de febrero de 1991, nació una empresa llamada Silicon & Synapse, un nombre bastante malo para una empresa de videojuegos, pero se ve que a los tres fundadores originales, Michael Morhaime, Allen Adham, y Frank Pearce, no les importaba mucho el nombre siempre y cuando pudieran hacer lo que se proponían para entrar en la industria de los videojuegos. Esto es, realizar ports de bastante calidad entre distintas plataformas. No tardaron mucho en cansarse de ello y pronto empezarían a hacer sus propios juegos.

 

El primero de ellos se llamó The Lost Vikings (1992) y no era nada del otro mundo a pesar de sacarle bastante partido al chip gráfico de SNES para tratarse de un juego 2D. El siguiente, se llamó Rock n Roll Racing (1993) y era un juego de carreras con combates que tampoco era nada destacable. En 1994, cuando fueron comprados por Davidson & Associates por 6,75 millones de dólares, se cambiaron el nombre a Blizzard Entertainment, no sin antes probar con Chaos Studios, pero ese nombre ya estaba cogido.

 

 

Ese mismo año, lanzaron un título llamado Blackthorne en SNES, que tampoco fue para tirar cohetes; y otro juego para PC, un juego de estrategia en tiempo real llamado WarCraft: Orcs & Humans. Con él sí empezaron a ganar cierta reputación en el mundillo. Después de lanzar WarCraft II: Tides of Darkness en 1995, ya no habría vuelta atrás para Blizzard, que empezaría a considerarse un estudio pujante y clave en el panorama de los ordenadores, y que no ha dejado de serlo en los 21 años que se paran a ese juego del último título anunciado por Blizzard, que sería Overwatch. 

 

En total, Blizzard ha desarrollado solo 10 sagas de videojuegos, que suman, sin contar las expansiones, 15 títulos principales en total: 

 

The Lost Vikings

Rock & Roll Racing

Blackthorne

WarCraft, WarCraft II y WarCraft III

Diablo, Diablo II y Diablo III

StarCraft y StarCraft II

World of Warcraft

Heroes of the Storm

Hearthstone: Heroes of Warcraft

Overwatch

 

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Muy pocos estudios pueden decir que han alcanzado la fama y la riqueza de Blizzard con tan pocos juegos y repitiendo tan poco sus nombres a la vez que se han mantenido tan fieles a una plataforma, el PC, que muchas otras empresas han vilipendiado durante años y que solo en el último lustro parece haber ganado el soporte que siempre se ha merecido y que Blizzard le ha dado en exclusiva hasta los últimos años, cuando Diablo III se lanzó en consolas, Hearthstone llegó a dispositivos móviles y Overwatch se lanzará en PS4 y Xbox One. 

 

Hay que reconocer que la trayectoria de Blizzard es rara de narices, pero no por eso es menos loable. Es una empresa que pudo fusionarse con Vivendi y Activision, dos gigantes de la producción de videojuegos y de cine, sin perder una pizca de su identidad corportativa – recordad que la empresa se llama Activision-Blizzard, como iguales – y sin que sus juegos hayan perdido esa identidad que los caracteriza y que todos adoramos: el detallismo, el buen rendimiento en cualquier tipo de ordenador, las historias de fantasía y ciencia ficción originales, el control soberbio en todos los géneros, etc. 

 

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Blizzard tiene unos retos importantes por delante, como cualquier compañía de videojuegos a día de hoy, pero han marcado un camino a seguir en todo lo que han tocado, ya sean las mecánicas de loot en Diablo, la manera de concebir bien el free to play en juegos de PC o el atreverse a renegar de dicho modelo de negocio para lanzar un juego a precio completo en PC y consolas a la vez sin inmutarse ni un poquito. 

 

Sus juegos pueden y deben criticarse, porque aunque mantienen un nivel de producción envidiable y se nota que han sido pulidos mil y una veces en muchos de sus aspectos jugables y gráficos, no son perfectos ni mucho menos. Sin embargo, también hay que reconocer que el papel de Blizzard en nuestra industria ha sido imprescindible y palpable en tantos ámbitos como uno quiera citar: desde la conectividad online en tiempos del los módems de 56k hasta la mezcla de géneros que todo el mundo quiere imitar. 


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