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Avance Super Mario Odyssey ,SWITCH

Bote trote con rebote y anti tropezón.
Miercoles 20 de Septiembre de 2017 por Dayo

A Nintendo últimamente parece estar dándole por replantearse su vida. The Legend of Zelda: Breath of the Wild tomaba a Link, el aventurero, el chico clásico que ya había pasado y repasado por todas las iteraciones posibles de su fórmula y, desde una vista de pájaro, quitaba y ponía lo que hiciera falta para avanzar hacia el siguiente nivel, hacer un Zelda más Zelda que ningún otro pero que se sintiera distinto, fresco, no uno más sino uno nuevo. La palabra asociada a Link es “aventura”, y la de Mario es “movimiento”.

 

Es importante hacer esta diferenciación, porque saltar, saltan muchos. Salta Rayman, salta el tipo de Cabanalt, salto yo cuando veo una araña especialmente grande. Desde el primerísimo Super Mario Bros, el exfontanero de la gorra roja se ha caracterizado por su manera de moverse, por pulsar la cruceta en una dirección y que no salga disparado sino que tome carrerilla, que el salto pueda cambiar de rumbo pero no sea automático sino siempre guiado por la inercia, la gravedad. Escapas de tu habitación hacia otro mundo, pero no puedes huir de las leyes del universo. Todavía pienso y seguiré pensando que la gimmick de Super Mario Odyssey podría dar luz a nueva vida y una nueva IP, pero tras soltar esa idea un par de veces y ver que el mundo sigue girando se hace obvio que lo único que hago en esta trinchera es perder el tiempo. Sunshine primero, una década después Splatoon. Soy un hombre paciente, pero además la relación entre Mario y sus presas, las pobres víctimas de su gorra fantasma, es una distinta a la de la estrella o la archiicónica flor de fuego. La una es una herramienta de invencibilidad, defensa y ofensa al mismo tiempo; la otra es un arma. La primera criatura en cuya piel entramos en esta odisea es una rana, y ahí está todo lo que necesitas saber: no eres Kirby. No absorbes el poder de otros para usarlos en su contra sino que te apropias de un cuerpo y, por ende, otra forma de moverse. Saltas más, caminas más despacio, eres más pequeño, más grande.

 

 

Super Mario Odyssey es un constante cambiar de piel y kinestética, redescubrir el salto y el paso. Si adoptas la forma de un koopa puedes lanzar sartenes para acabar con tus enemigos, pero lo que de verdad interesa es cómo no caminas a pasos sino con pequeños brincos, pegando saltos descomunales cada vez que pulsas el botón para levantar los pies. Es un power-up evolucionado, una caterva de opciones que se abren ante ti y no se ocultan en cajas amarillas con interrogaciones sino que deambulan por el escenario. Tienta, te hace echar el freno y preguntarte qué pasa si saltas sobre un goomba, luego sobre otro, y otro, y otro hasta formar una torre ¿Cómo se mueven los sheep sheep? ¿A qué saben las nubes? Redescubres viejos sabores, como un amigo al que llevas viendo mucho tiempo al otro lado de una pantalla y ahora puedes conocer en persona.

 

La odisea también cambia la naturaleza del viaje. No es ni va a ser nunca un sandbox de los mainstream, como GTA, de pasear por la calle en silencio atendiendo a los sonidos de la ciudad ni tampoco alberga esa mística de Breath of the Wild que te hace mirar al cielo estrellado con cara de ensueño mientras cabalgas bajo el manto de la noche. Es Mario, él salta. Se le da bien, pero ahora hay gente. Los mundos son mundos porque son habitados, sus gentes tienen tiendas. Uno es una ciudad, otro un resort, otro una comunidad en la ladera de una montaña. De todo, con detallitos y gentes que dan vidilla y, sin llegar a ser creíble, parece que hay una casa. Aventura siempre, pero con gente cerca se vive mejor, y ya no exploras tierras ignotas. Están siempre tus compañeros, los nativos, recordándote que este es un mundo que recorres y salvas para alguien. Trae momentos de comedia, como bailes de hula en una escena alternativa y de tranquileo, u otorga valor a las monedas con las nuevas tiendas que te permiten personalizar tu atuendo. 

 

 

Es un firme paso al frente y, sin embargo, uno que aún no tengo claro si me entra por donde debe. Breath of the Wild era reimaginar a ese primer Link con tecnología moderna y traer el misterio y la emoción de la aventura, pero esto es un popurrí de ideas tomadas de todas partes, de todos los Mario, como un OKNOTOK de una Nintendo que echa la vista atrás y repasa una era. La concepción de los mapas cambia y ahora conseguir una estrella o, más bien, una luna, no termina la fase sino que abre una nueva sección de cada mundo, así que ahí tenemos el sabor de Super Mario World, y la cámara y sensación de juego oscilan entre Super Mario 64 y Super Mario 3D World. Uno de mis compañeros me decía que desde Ciudad Delfino no se ha visto a este gracioso narigudo pasearse por nada que se asemeje a una civilización. Galaxy nos llevaba muy lejos y 3D World era demasiado abstracto y autocontenido, de mundo por el mundo. Debo ser un cínico, pero por suerte soy el único. Mario me tiene mal acostumbrado, a rehacerse con cada nueva gran entrega, y aquí hay novedades y se tienen claros los principios. Hay ganas, pero una nota de duda. Me pregunto hacia dónde nos llevará esta evolución. Me intriga verlo.


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